Por Mario Candia
22/12/25
REFLEXIÓN La anciana estaba ahí, sentada en una silla de ruedas, al borde de una carretera. No decía nada. No gritaba. No pedía auxilio. Estaba simplemente ahí, como si la hubieran dejado olvidada junto a una piedra, junto a un árbol seco, junto a la costumbre de no mirar. Y eso es lo que duele más: que nadie se sorprenda demasiado.
SOLEDAD Uno piensa en las tías viejas, en las abuelas que se van quedando solas en la casa, hablando con las paredes, repitiendo historias que ya nadie escucha. Piensa en ese cuerpo cansado que un día fue joven, fuerte, necesario. Nadie envejece de golpe. La vejez llega despacio, como una visita que no avisó, y cuando uno se da cuenta, ya está sentada en la sala.
MIEDO No busquemos culpables. No sirve. La culpa es un ruido que tranquiliza conciencias. El problema es más profundo: nos da miedo la vejez porque nos recuerda que no somos eternos. Vivimos como si el tiempo fuera un rumor lejano, como si envejecer fuera algo que les pasa a otros. Por eso apartamos a los viejos, los encerramos en silencios, los dejamos a cargo de programas, de cheques, de trámites.
ABANDONO El gobierno dice: aquí está el apoyo económico. Y claro que ayuda. Nadie niega eso. Pero el dinero no abraza. No pregunta cómo amaneciste. No escucha cuando alguien recuerda a su madre, a su marido muerto, a la vida que ya no volverá. Confundimos la ayuda con el cuidado, y eso es una forma elegante de abandono.
VIOLENCIA El maltrato no siempre es un golpe. A veces es no mirar. No escuchar. No tener tiempo. Es dejar que el viejo estorbe. Es cambiar de tema cuando habla de la muerte. Eso también es violencia, aunque no salga en las estadísticas.
COMUNIDAD Vivimos rodeados de pantallas, de voces que gritan felicidad, éxito, juventud. Las redes nos prometen compañía y nos dejan solos. Nos sentimos modernos, actualizados, mientras se nos oxidan los afectos. La comunidad se volvió una palabra rara, casi antigua. Como los viejos.
NARRATIVA Y luego está la política, esa máquina que aprendió a dividirnos para gobernar. Nos separaron tanto que olvidamos cuidarnos. Todo es bando, todo es pelea, todo es narrativa. Los viejos no sirven para eso. No votan emociones, no generan ruido. Por eso quedan fuera, sentados en la orilla.
ESPEJO La anciana de la carretera no es una noticia. Es un espejo. Nos está diciendo algo que no queremos oír: una sociedad que no cuida a sus viejos es una sociedad que ya se rompió por dentro. Se acaba 2025. Tal vez no estaría mal detenernos un momento. Mirar a los viejos. Escucharlos. Sentarnos junto a ellos. Porque un día —sin darnos cuenta— seremos nosotros los que estemos ahí, esperando que alguien se acuerde de que todavía existimos.
Hasta mañana.