23/12/25
HUACHICOL Hay cifras que no admiten maquillaje. No importa cuántas veces se repitan en la mañanera ni cuántos adjetivos se les cuelguen desde el atril presidencial. Nueve mil quinientos veinte piquetes de huachicol en un solo año no son un dato administrativo: son la radiografía de un Estado agujereado, perforado, vulnerado en su infraestructura estratégica más sensible.
TRAMPA El primer año del gobierno de Claudia Sheinbaum cerró con esa cifra brutal. Se nos dice, con voz didáctica, que es “menor” a la del periodo anterior, como si la comparación aritmética bastara para decretar una victoria moral. Pero la lógica es tramposa: no se combate un incendio celebrando que el fuego ya no llegó al techo si la casa sigue ardiendo desde los cimientos.
MODELO El huachicol dejó de ser hace tiempo una actividad marginal para convertirse en un modelo de negocio criminal plenamente consolidado. No opera a escondidas ni en los márgenes: se instala en territorios completos, controla rutas, impone precios, financia estructuras armadas y, en no pocos casos, convive con autoridades locales que miran hacia otro lado. La ordeña de ductos no ocurre en el vacío; ocurre donde hay impunidad, pobreza funcional y colusión.
ALARMANTE Lo verdaderamente alarmante no es solo el número de perforaciones, sino su normalización política. El huachicol ya no escandaliza, no provoca crisis de gabinete, no redefine estrategias. Se ha vuelto parte del paisaje, como los baches o los apagones. Se administra el problema en lugar de erradicarlo, se contabiliza el daño en lugar de cerrarle el paso.
PEMEX Y mientras tanto, Pemex —esa empresa que se dice rescatada— sigue sangrando miles de millones de pesos por combustible robado, ductos reparados una y otra vez, operativos reactivos que llegan siempre después del saqueo. El petróleo se va, el dinero se evapora y la narrativa insiste en que todo está bajo control. No lo está.
METÁFORA El huachicol es, en el fondo, una metáfora perfecta del país: una riqueza común extraída ilegalmente ante la mirada impotente del Estado. No hay tecnología suficiente, no hay Guardia Nacional que alcance, no hay discurso que tape los agujeros si no se ataca el núcleo del problema: la corrupción estructural y la ausencia de consecuencias reales.
GRÁFICAS Porque perforar un ducto no es solo un delito energético. Es una declaración de poder. Es decirle al Estado que sus tuberías, su ley y su autoridad pueden abrirse con una válvula y una manguera. Es la victoria cotidiana del crimen sobre la institución. Si el nuevo gobierno quiere diferenciarse de verdad, tendrá que hacer algo más que presumir curvas descendentes en gráficas oficiales. Tendrá que cerrar los ductos y también los pactos. De lo contrario, seguiremos contando piquetes mientras el país, literalmente, se desangra por abajo.
Hasta mañana.