¿Por qué las mujeres no se van?

La pregunta del título resuena hasta el cansancio ante la crisis de violencia de género que se vive en el país, está presente en la charla cotidiana de las amistades, en las conferencias acerca de este tema, en los cursos, en los talleres y cada vez que las organizaciones feministas y de víctimas exigen una mejor atención por parte de los gobiernos.

Puede encontrarla también en su versión de ¿Por qué no denuncian? ¿Por qué regresan con la persona que las está agrediendo? Y el problema no es el cuestionamiento por sí mismo cuando el interlocutor quiere verdaderamente comprender las dimensiones y factores de un tema como este, profundamente complejo, difícil de escuchar, incómodo por lo menos para el ciudadano común al que no le es agradable saber que en su sociedad hay agresores y feminicidas; sino cuando después de hacerse la pregunta la gente no se espera a la respuesta y comienza a dar rienda suelta a sus prejuicios: Que si ahora que les hacen caso en todo lo que pasa es que son tontas, que les gusta, que les conviene, que se dejan, que son unas irresponsables porque tienen hijos y ni siquiera por ellos, etcétera.

Y créame, estas ideas pueden venir de cualquier parte, desde un familiar al que le hace una mala jugada su desesperación hasta del más refulgente abogado, pero una cosa es que todos tengamos sesgos de género y otra bien distinta es no hacer nada para sacarnos de nuestra propia ignorancia.

Efectivamente en la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares de 2016 se indica que de las mujeres que sufrieron violencia física o sexual por parte de su pareja actual o última sólo el 21.4 % buscó algún tipo de apoyo en tanto que el 78.6% no lo hizo, las razones que dieron las mujeres al respecto fueron en un 28.8 % porque consideraron que se trató de algo sin importancia que no las afectó, el 19.8 % por miedo a las consecuencias, el 17.3% por vergüenza, el 14.8 % no sabía cómo y dónde denunciar, el 11.4 % por sus hijos, el 10.3 % porque no quería que su familia se enterara, el 6.5 % porque no confía en las autoridades y el 5.6% porque no sabía que existían leyes para sancionar estas prácticas.

Pero lejos de considerar que a las mujeres les gusta vivir violencia por parte de sus parejas, apenas el hecho de que no crean haber tenido una afectación o que señalen el acto violento de poca importancia devela la necesidad de reflexionar acerca de los mandatos de género que se construyen alrededor de la formación y la crianza que recibimos las mujeres cuando se nos instruye a que nuestra capacidad de aguante en una relación es lo que mantiene a una familia unida, porque no existen líneas claras que dividan los “problemas que hay en cualquier matrimonio” a las agresiones que ponen en riesgo la integridad, a los momentos definitivos en que hay que terminar una relación nociva e irse.

Aunado a ello las razones dadas allí por las mujeres, el miedo a las consecuencias, la vergüenza, los hijos o el no querer que la familia se entere de lo padecido también están vinculadas a las expectativas del rol de las mujeres dentro de la dinámica familiar, desafortunadamente se nos continúa atribuyendo la responsabilidad de las tareas de la casa, de los cuidados físicos y emocionales de los demás, o en su defecto y riesgo, de las falencias afectivas de una persona violenta, por eso cuando una víctima se va, cuando rompe el pacto de sometimiento y se atreve a salir está en un riesgo severo, todavía más si al buscar apoyo con sus cercanos tendrá que reconocer que no hizo la “tarea” de sobrellevar.

Desde luego la otra parte toca al Estado, el hecho de que no se tenga todavía clara la existencia de legislación que sancione la violencia, que no se tenga idea de adonde ir, o de qué manera denunciar y la falta de confianza en las autoridades significa que si no están dándose a conocer ni siquiera las elocuentes declaraciones de los diputados y los eventos fotográficos de los funcionarios respecto al abatimiento y la “lucha” contra la violencia de género, entonces mucho menos hay noticia del trabajo que si se lleva a cabo.

Por lo pronto cuando tenga la tentación de opinar sin conocer, tome en cuenta que una mujer que vive violencia no sólo tiene que decidirse a denunciar o a irse o a no volver, sino que por delante hay decisiones de vida para las que se necesita un tremendo valor y perseverancia, sobre todo cuando se tiene del otro lado a un agresor con toda la legitimidad social, todos los recursos económicos y el poder sostenido a base de abusos que hará lo que sea necesario para que ella regrese y sí a veces ellos ganan y sí, allí siempre la violencia aumenta. No ayudemos a cavar la tumba de las víctimas con nuestros prejuicios. A más ver.

Claudia Almaguer

Twitter: @Almagzur

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