Letras Económicas
Por José Claudio Ortiz
Imagina que una mañana te enteras de que la empresa donde trabajas ha perdido contratos importantes, que hay rumores de recortes de personal y que quizá tengas que buscar otro empleo. Todo esto no porque hiciste algo mal, sino porque alguien en otro país, en este caso, Estados Unidos, decidió subir los impuestos a los productos que cruzan la frontera. Parece lejano, pero no lo es. Es más común y real de lo que pensamos.
Los famosos “aranceles” esos impuestos que se aplican a productos que entran o salen de un país no son solo números en una hoja de Excel. Tienen consecuencias directas en la vida de millones de personas. Y para México y Canadá, países profundamente conectados con la economía estadounidense, estos cambios pueden ser devastadores.
Durante el mandato de Donald Trump, Estados Unidos ha jugado con la aplicación de aranceles a varios productos provenientes de sus socios comerciales. El argumento ha sido “proteger la industria local”, pero en la práctica eso significa encarecer importaciones, limitar el comercio y, por supuesto, poner en aprietos a quienes dependen de ese flujo comercial.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada seis empleos en México y Canadá está vinculado directamente con el comercio con Estados Unidos. Eso equivale a 13.3 millones de trabajadores cuya estabilidad laboral está en riesgo. El solo hecho de que se eleven los impuestos a productos que cruzan la frontera hace que muchas empresas piensen dos veces antes de invertir o mantener sus operaciones como están.
¿Dónde se siente más el golpe? En nuestro motor económico: la industria automotriz
Uno de los sectores más afectados es el automotriz. Pensemos en una camioneta que se arma en México. Esa unidad tiene piezas hechas en Canadá y Estados Unidos. Si por culpa de los aranceles una de esas piezas sube de precio, el costo final del vehículo también sube. ¿El resultado? Menos ventas. Y con menos ventas, menos empleos.
No se trata solo de fábricas. También la agricultura, el comercio, y la manufactura en general se ven afectados. Muchos productos que usamos a diario, desde electrodomésticos hasta alimentos, son parte de una cadena que cruza fronteras, en ocasiones, varias veces antes de llegar a nuestras manos.
Lo que está en juego: empleos, sueldos y estabilidad. La OIT estima que solo en México podrían perderse entre 220,000 y 420,000 empleos en el corto plazo si esta política comercial se mantiene. Pero incluso si no hay despidos, hay un efecto silencioso: la precarización del empleo. Es decir, trabajos con menos seguridad, contratos temporales, sueldos más bajos y menos prestaciones.
Y eso nos afecta a todos. Si menos personas tienen dinero para gastar, se frena el consumo. Si se frena el consumo, se estanca la economía. Y ahí es donde todos sentimos el impacto, incluso quienes creen estar a salvo.
Ante esta situación, tanto México como Canadá han tomado cartas en el asunto. Han intentado renegociar condiciones, presionar diplomáticamente y hasta responder con sus propios aranceles. Por ejemplo, Canadá impuso medidas por 20,000 millones de dólares contra productos estadounidenses.
Pero la realidad es que estas medidas, aunque necesarias, no resuelven el problema de fondo. La incertidumbre sigue ahí. Las empresas siguen dudando si invertir o no. Y los trabajadores siguen sin saber si conservarán su empleo el próximo año.
Aunque el golpe más fuerte lo recibimos México y Canadá, el mundo entero está expuesto. La OIT calcula que 84 millones de empleos en el planeta dependen de lo que Estados Unidos consume.
Además, esta guerra comercial podría frenar el crecimiento económico global entre un 0.4% y un 0.8%. Es un número que puede parecer pequeño, pero en términos económicos, es como pisar el freno en plena cuesta arriba.
Los aranceles de Trump no son solo una medida política. Son una alerta sobre cómo las decisiones en otros países nos afectan aquí, en casa. No se trata de alarmarnos, sino de informarnos. Porque mientras más claro tengamos el panorama, más podremos exigir a nuestros gobiernos políticas que protejan los empleos y fomenten inversiones.
Este no es un problema de economistas, políticos o empresarios. Es un tema que toca a cualquier persona que dependa de un ingreso mensual, que tenga familia, que compre en el supermercado o pague una renta. En otras palabras, a todos nosotros.
Como siempre, te deseo un excelente miércoles y te espero la próxima semana.
@jclaudioortiz