Tres meses antes de ser enterrada en una fosa del panteón San Nicolás Tolentino, en la delegación Iztapalapa, Darcy Mariell Losada Álvarez sabía que iba a ser asesinada. No sabía cuándo ni cómo, pero a los 20 años tenía la certeza de que alguien le había puesto fecha de caducidad a los días de dormir en su cama.
En diciembre lo confesó a su mamá con una petición que mezclaba miedo y resignación: “Cuando me maten, quiero que cuides bien de mi gata Sally, que es como mi hija”. Lloró, pidió perdón por sus días de adolescente rebelde y pidió que, cuando ella ya no estuviera en esa casa de la colonia Iztacalco Fovissste, su mamá siguiera con su vida.
Lo dijo temblando, abriendo al máximo esos ojos claros que tanto gustaban a los chicos y que atrajeron la atención de Omar Alejandro Rodes, su ex novio de 22 años, quien llevaba meses repitiéndole a Darcy que, si no podía ser suya, no podía ser de alguien más.
Hasta que Darcy ya no pudo ser ni de sí misma: la noche del 25 de marzo una patrulla la encontró muerta, bocaabajo, tirada como muñeca de trapo, con el rostro desfigurado sobre la banqueta de la calle Alemania, en la colonia San Simón Ticumac, delegación Benito Juárez.
“Ella sabía que esto iba a pasar… fue muy valiente, lo afrontó y la cuidamos como pudimos… pero mi hija ya no está conmigo”, dice María Isabel Losada, mamá de Darcy. “¿Cómo voy a dormir hoy, si ella no está en su cama?”
Estudiaba y trabajaba
A Darcy le gustaba vestir completamente de negro, aunque su futuro pintara de otro color: trabajaba en una heladería en la colonia Villa de Cortés para ahorrar y pagarse la carrera en Diseño y Comunicación Visual de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM.
Cinco días a la semana abría y cerraba el local ubicado en la delegación Benito Juárez, donde conoció a Alejandro, un joven coqueto y fanfarrón, quien para conquistarla halagaba el color de sus ojos cada vez que le compraba un helado.
A ella le pareció un gesto romántico y accedió a salir con él, pero el romance terminó meses después, cuando Darcy invitó a Alejandro a pasar al local mientras preparaba el cierre. En un descuido, ella perdió de vista la caja registradora y 13 mil pesos se extraviaron, con Alejandro como el único sospechoso del robo.
Para no emprender una acción legal contra Darcy, el dueño exigió denunciar al novio y que las autoridades lo obligaran a reponer el monto robado; ella, molesta, aceptó el trato y terminar el noviazgo.
Pero Alejandro negó todo, lo consideró una traición y el amor se transformó en odio. Día y noche, amenazó a Darcy con matarla si no retiraba la denuncia y, para hacerlo, todos los días ideaba una forma diferente para amedrentarla: un miércoles le decía que moriría de un disparo; un jueves, ahorcada; un viernes, a golpes.
“Una vez entré a la recámara de mi hija, cuando hablaba por teléfono. Escuché lo que este muchacho le decía: que le mostraría su verdadero rostro, que él era como el Diablo y que Darcy no lo sabía, pero él era sicario en Veracruz y podía matarla si quería”, cuenta su mamá.
El miedo llevó a Darcy a retirar la denuncia, lo que calmó por unas semanas la ira de Alejandro. No supo algo de él, hasta que tuvo otro novio llamado Noam y la celotipia de su ex novio se desdobló sobre ella. “Le decía: ‘si no eres mía, de nadie’. Y le hablaba para ordenarle que fueran novios de nuevo y, si no, que se aguantara a las consecuencias”, narra su mamá.
Darcy no tenía dudas por el tono de voz de su ex novio: vivía con temor esas amenazas que cada vez eran más concretas en los cómo, cuándo y dónde la atacaría; mientras tanto, la joven trabajaba casi exclusivamente para pagar la deuda.
Alejandro lo sabía y, sorpresivamente, cerca del 20 de marzo se comunicó con Darcy para decirle que la dejaría en paz y saldría de su vida para siempre. Quería pedirle perdón y cubrir la deuda.
“Le dijo: ‘el 25 te voy a liquidar’”, recuerda la mamá de Darcy. El problema fue que la chica de 20 años entendió mal la frase: pensó que liquidaría la deuda de 13 mil pesos, no que la liquidaría a ella.
En cuanto Alejandro llegó a la cita, Darcy cerró el local, avisó a sus compañeras de trabajo que regresaría a casa con él y nadie volvió a verla con vida.
A las 9 de la noche con 15 minutos del lunes, Isabel recibió una llamada del celular de Darcy: del otro lado de la línea, ella gritaba, sollozaba, se ahogaba y suplicaba que pararan los golpes.
Durante el forcejeo en un lugar aún desconocido, los botones del celular se habrían oprimido y, sin querer, se activó una llamada para su mamá, quien escuchó durante varios minutos el ataque a su hija. “¡Quédate quieta!”, le gritaba alguien; otro más, decía “¡cállate, cállate!”.
“¡Malditos, suéltenla! ¿qué le hacen a mi hija?”, gritó Isabel, antes de que alguien se diera cuenta de la llamada y colgara el teléfono.
Entonces, emprendió la búsqueda. Según Isabel, salió de su casa en la calle Huizache y recorrió las dependencias capitalinas: en la Fiscalía Antisecuestros de la PGJDF la ignoraron porque nadie pidió rescate por Darcy; en la agencia 50 del Ministerio Público local, le dijeron que debía ingresar primero un reporte de desaparición; y en el Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA) de la Procuraduría local le pidieron esperar para reportarla como ausente. Luego de mucho insistir, tomaron su reporte a regañadientes.
El reporte de las características físicas de Darcy —delgada, piel blanca, cabello lacio y suelto, nariz respingada— encontró cerca de las 7 de la mañana del día siguiente una posible coincidencia con un cuerpo descubierto a las 22:00 horas en la colonia San Simón Ticumac, pero según la ficha se trataba de una mujer de entre 30 y 40 años.
“Darcy siempre me despeinaba el fleco y cuando me dijeron eso, una corriente de aire me lo despeinó. No espero que me crean, pero las madres tenemos una conexión especial. El Ministerio Público me decía que así lo dejara, que no era posible que esa mujer fuera mi hija, pero insistí y algo me decía que era ella”, cuenta.
A las 10:00 horas del 26 de marzo, la mamá de Darcy llegó al Servicio Médico Forense y pidió ver los restos de esa mujer. Le bastaron unos segundos para reconocer que sí era su hija, confundida con una adulta a causa del rostro desfigurado, los labios hinchados, la nariz rota y el cuello con marcas de ahorcamiento.
“Sólo grité ‘¡ay Dios!’ y ya, dije que sí, era mi Darcy y me salí. Mi hermana me tuvo que sacar, yo no podía caminar”, recuerda la mamá.
Horas después, le entregaron los restos de su hija, junto con un certificado de defunción. El diagnóstico oficial fue muerte por policontusiones y asfixia. A los asesinos de Darcy les tomó 30 minutos matarla a puñetazos.
Amenaza a la familia
Esa misma tarde, Isabel y el papá de Darcy, José Luis Losada, volvieron a casa a planear los detalles del entierro; hubieran querido cremar a su hija, pero la descomposición del cuerpo sólo les dejó como opción comprar un féretro.
Estaban en esos planes cuando llegaron varias llamadas: amigos de su hija le advirtieron que alguien tenía el celular de Darcy y lo estaba usando para entrar a la cuenta de Facebook de la joven; entonces, los padres ingresaron a la red social, abrieron un chat con su hija y conversaron por cerca de 30 minutos con esa persona, quien se identificó como Alejandro, el ex novio, y dio datos personales que, según los padres, sólo él podía conocer.
“Se estaba burlando de nosotros, nos contó todo: cómo la mató, cómo la golpeaba, cómo disfrutó cuando lloraba. Yo no sabía qué hacer, no quería saber y al mismo tiempo quería tener todos los datos. Nos dijo que él era el Diablo y que no podíamos hacerle nada porque tenía familiares políticos.
“Nos dijo que nunca lo íbamos a atrapar y que si lo buscábamos, nos iba a matar también. Muy cínico, muy desalmado, hasta nos dijo que violó a mi hija, pero eso no fue cierto”, cuenta Isabel.
Cuando el presunto homicida se desconectó, José Luis buscó en Facebook fotografías de Alejandro, creó una imagen con ellas y las publicó en internet, pidiendo datos sobre el presunto homicida y ayuda para capturarlo.
Por otro lado, Isabel llevó la conversación a la Procuraduría local. Un agente —cuyo nombre se omite por seguridad— recibió el nombre del principal sospechoso, dónde vive y la evidencia que había recabado. “Sólo me dijo que gracias, pero que le dejáramos hacer su trabajo a la policía y que no investigáramos más, porque podíamos entorpecer su trabajo”, cuenta, mientras sostiene en una hoja de papel el número de la averiguación del caso de su hija: FBJ/BJ4/T1/0557/13-03.
Volvieron a casa con la certeza de que, mientras ellos preparaban el entierro de Darcy, el homicida huía de la ciudad de México con rumbo desconocido.
Entierran la mitad de su vida
El miércoles 27 a las 13:36 horas, el féretro con el cuerpo de Darcy recibió el primer palazo de tierra. Alrededor de la fosa A15, 14-30 del panteón San Nicolás Tolentino, unas 80 personas le lloraron, mientras una mezcla de cemento y tierra mojada la sepultaba.
Ahí estaban su papá, su mamá, su hermana menor, familiares y amigos de la secundaria 209 “Francisco Villa” y del Cetis 153, quienes la despidieron con rabia en la garganta, con la certeza de que la oportunidad de hacer justicia se les escapaba con cada minuto.
“Era una niña alegre, maravillosa, muy cariñosa, sé que todos los papás decimos lo mismo de nuestras hijas, pero Darcy es… era… muy especial”, recuerda José Luis. “Esto no puede quedar impune. La policía sabe quién fue, mandamos tuits al jefe de gobierno del DF (Miguel Ángel Mancera) todo el día y nadie respondió ¡Ya dimos pistas, ya dimos todo! ¿Quién le hará justicia a Darcy?”, pregunta Isabel, mientras fija la mirada en ese espacio de tierra donde, dice, no sólo entierran a su hija, sino la mitad de su vida.
Darcy ya no diseñará su traje de graduación como diseñadora, faltará a las citas pendientes con su novio, no hará el examen de admisión a la Universidad Nacional Autónoma de México y dejará inconcluso un libro de poesía.
Como último regalo para Darcy, sobre su tumba alguien dejó una rosa negra, su flor favorita, el mismo color de Sally, quien aún no sabe ni entiende que ya es una gata huérfana.
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