La paliza ha sido tan tremenda que a Rafael Nadal le cuesta caminar. “Lo siento, pero estoy reventado”, dice mientras se hace las últimas fotos en la intimidad de la pista central, cuando el torbellino ya ha pasado. Se las ha hecho pasar canutas Daniil Medvedev, el ruso que llama a la puerta de los elegidos con una actuación portentosa que conduce al español a una situación física y psicológica extrema. Nadal viste unos tejanos, una camiseta con el logo que le patrocina y unas zapatillas deportivas, y después de invocar por enésima vez a la mística y dar así el decimonoveno mordisco a la historia (7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4, en 4h 51m) tiene ganas de regresar lo antes posible a su casa.
A las dos de la mañana, un vuelo privado le trasladará a Manacor junto a sus familiares. Mientras él (33 años) resuelve los últimos compromisos, estos brindan con champán en un salón reservado donde los rostros expresan felicidad y agotamiento a dosis iguales, porque lo de antes ha sido tremendo: Nadal ha sobrevivido a un huracán. “Ha sido especial. De la manera que he ganado hace que el partido sea mucho más inolvidable. Ha sido una de las noches más emocionantes de toda mi carrera”, explica el campeón, acompañado en la sala de conferencias por el cuarto trofeo que ha conquistado en Nueva York y la atención fiscalizadora de su agente, Carlos Costa.
Mentalmente, Nadal está consumido. El subidón de adrenalina ha caído en picado tras lograr el objetivo y su cuerpo está fundido, de ahí que no sonría. Antes, se ha emocionado y ha derramado lágrimas cuando la organización del torneo ha proyectado un vídeo que repasa todos sus grandes éxitos, del primero al último. Ya está a un solo paso del gran Roger Federer, que ahora ve seriamente amenazado su registro de 20 grandes. “Siempre digo lo mismo: me encantaría ser el que gane más, pero no estoy pensando en eso y no voy a entrenarme cada día y jugar por eso. Lo hago porque me encanta. No puedo pensar solo en los Grand Slams. El tenis es más que eso”, responde.
Líder treintañero
“Necesito pensar en todo lo demás. Yo juego para ser feliz. Por supuesto que la victoria me hace muy feliz, pero hace unas semanas gané en Montreal y también fue un momento importante para mí”, prosigue Nadal, al que Medvedev (23 años) ha puesto contra las cuerdas con una majestuosa exhibición de facultades en un pulso ciclotímico que primero tuvo ganado, después perdido y finalmente resuelto con el oficio del veterano. “La clave ha sido perder el juego del 3-2 en el tercer set. Ahí ha dado un giro radical el partido. Yo no he empezado a jugar peor, pero él ha empezado a hacerlo de una forma increíble”, expone sabiendo que ya es el tenista de más de 30 años que más grandes (5) ha obtenido después de alcanzar la treintena. Atrás quedan Nole Federer, Rod Laver, Ken Rosewall y Andre Agassi, todos ellos con cuatro.
Lógicamente, a Nadal se le ha ido recordando a lo largo de las dos últimas semanas el pulso a tres bandas que mantiene con Federer (38 años) y Djokovic (32). Un tema del que, dicen desde su equipo, no ni quieren ni acostumbran a hablar de puertas adentro. Esta vez el campeón lo aborda, pero con un matiz significativo.
“Yo entiendo el debate, y es bueno para el tenis, porque al final es bueno que haya tres jugadores que estemos haciendo algo que no se había hecho nunca hasta ahora”, introduce. “Para mí es una gran satisfacción formar parte de esta lucha, pero yo en mi interior no puedo vivirla así, porque me equivocaría; si no, uno vive en un estado de tensión y presión todo el día que me impediría ser lo feliz que, en ese sentido, merece ser una persona que ha tenido la suerte de haber conseguido lo que yo he conseguido”, continúa. “La ambición es buena, pero la ambición desmesurada es mala; cuando la ambición deja de ser sana creo que corres el peligro de dejar de ver el mundo de manera positiva”.
Nadal arrancó el año con una distensión en el muslo izquierdo y después volvieron esas molestias endémicas en la rodilla derecha que le invitaron a renunciar al duelo con Federer en Indian Wells. Sin embargo, a partir de ahí ha disfrutado de medio año sin ningún contratiempo y eso, en su caso, supone tal vez el mayor triunfo. “Como he tenido tantos problemas físicos a lo largo de mi carrera, nunca he sabido si cada victoria era la última oportunidad. Ahora la lógica habla de que tenemos una edad avanzada, así que las oportunidades serán menores, pero las lesiones me han hecho valorar cada momento”, dice, precisando que cada vez ha de ser más selectivo y arriesgar menos, invirtiendo la dinámica del veinteañero que iba al límite; “este mundo y esta vida cambian muy rápido y debes estar preparado para aceptarlo todo”.
Un camino propio
Esta temporada, Nadal ha celebrado cuatro títulos (Roma, Roland Garros, Montreal y Nueva York) y ha competido con una extraordinaria regularidad. Mientras Djokovic y Federer se han permitido varios deslices, él ha visitado las últimas escalas de todos torneos en los que ha competido, a excepción de Acapulco, donde Nick Kyrgios le sacó de sus casillas. Ahora tiene a tiro el trono mundial de Nole, aunque dice no perder un instante en pensar en ello: “No compito por eso. Solo hago mi camino. Si puedo ser número uno haciendo lo que quiero, genial, pero siempre digo lo mismo: no es mi objetivo principal. No puedo perder energía ni tiempo en ser el número uno”.
Transmite todos los mensajes Nadal después de un esfuerzo titánico en la pista. Antes de dirigirse al aeropuerto también se ha hecho la foto oficial con el trofeo que tradicionalmente distribuye la organización. A diferencia de otros años, el marco no es Central Park, como en 2013, ni algún rascacielos o espacio emblemático de la ciudad que nunca descansa; tampoco la azotea de su hotel, como hace un par de años. Desfila serio por las entrañas de la Arthur Ashe, todavía acalambrado y con paso robótico, y continúa ingiriendo botellines de agua como si todavía estuviera en plena batalla. Luego se marcha directamente para subirse al avión mientras su equipo (Carlos Moyà, Francis Roig y Rafa Maymò) celebran el éxito en un restaurante japonés de Manhattan.
Según transmite su círculo, la intención es participar próximamente en una exhibición (Laver Cup), Pekín, Shanghái, París-Bercy, el Masters y la Copa Davis. Y mientras tanto, saborea la gloria después de una noche eléctrica.
El País