JORGE ZEPEDA PATTERSON
Lo mejor del resultado del ejercicio de revocación de mandato de la jornada dominical es que las cifras resultantes dan para todos los gustos, o para los dos gustos para ser más precisos. Unos aseguran que esto fue un fracaso porque “solo” acudió 17 por ciento del universo potencial; es decir, 8 de cada 10 mexicanos “no fueron a respaldar” al presidente Andrés Manuel López Obrador. En el lado opuesto, otros presumen la abrumadora votación de 90 por ciento a favor del Presidente y los 15 millones de personas que sí lo apoyaron. En cierta forma esta es una buena noticia. Entre los posibles desenlaces que pudo haber tenido este ejercicio y, dada la enconada polarización que vivimos, no está mal que ambas partes encuentren un balance que les permite extraer un saldo que les ofrece una satisfacción. El mayor riesgo de una comunidad política es que una controversia deje a una de las partes en una situación que considere inadmisible. ¿Por qué? Porque eso lleva a tomar medidas desesperadas. Por ejemplo, en el caso de que el resultado hubiese decepcionado profundamente a AMLO, ello habría derivado en una reacción radical contra el INE y sus consejeros. Es decir, si el Presidente hubiera asumido que el saldo de esta experiencia es un fracaso, habría estado obligado a encontrar una justificación política y esta no habría sido la autocrítica, sino la perversidad de sus rivales y en particular del INE y habría actuado en consecuencia. Sin embargo, al declararse satisfecho con las cifras, la reacción del Presidente en la mañanera de este lunes fue relativamente conciliatoria. Señaló sí, que sin los obstáculos del INE habría obtenido mejores resultados pero, salvo eso, en realidad no mostró mayor belicosidad contra el instituto electoral o los consejeros, pese a las reiteradas preguntas de los reporteros que buscaban amarrar navajas. Por el contrario, en su balance político de la jornada de ayer, el Presidente terminó con un discurso en “modo Gandhi” de respeto a sus adversarios. Por su parte, el hecho de que la oposición festine los resultados como una victoria del llamado a la abstención, con 83 por ciento, le permite pasar la hoja sin necesidad, a su vez, de justificar una derrota que le habría llevado a impugnar los resultados y acusar de operación de Estado y actos de ilegalidad a la autoridad. No sé qué vaya a suceder con los procesos abiertos en el Tribunal Electoral, pero en la práctica veo pocos incentivos entre los actores para llevar la querella a sus últimas consecuencias. Las dos partes, pues, se ufanaron de sus respectivas cifras; unos exhibieron fotos de casillas en las que no se pararon ni las moscas; otros, particularmente en la mañanera, proyectaron imágenes de enormes colas de ciudadanos interesados en sufragar. En suma, todos contentos. Por lo demás, el ejercicio deja aspectos que trascienden a la coyuntura. Por ejemplo, el mapa de fortalezas y debilidades del obradorismo a lo largo del territorio geográfico y el tejido social. Claramente el sureste es el fuerte del movimiento y el norte su desierto. Pero habría que tener cuidado de cualquier interpretación categórica del tamaño de cada una de las dos fuerzas en contienda. Si ocho de cada diez personas no acudieron a votar, hay enormes enigmas en esa abstención. Muchos serán votos de oposición, pero otros podrían también ser de obradoristas que no acudieron a las urnas por razones prácticas, dado que nunca estuvo en riesgo la permanencia del Presidente. Ahora bien, creo que en lo inmediato la revocación terminará en lo mismo que la anterior consulta, aquella relativa a llevar a juicio a los ex presidentes. Algo que tres días después de realizada nadie volvió a recordar. Habrá que ver en qué termina lo del Tribunal Electoral y las violaciones a la ley, pero lo cierto es que esta semana los reflectores estarán colocados en el apasionado y aún más polarizado tema de la reforma energética. Pero más allá de este balance de coyuntura política, que insisto resultó relativamente favorable, queda extraer la verdadera moraleja de esta iniciativa de cara al futuro. ¿Qué experiencia puede extraerse para una siguiente versión dentro de cinco o seis años? ¿Cómo evitar que el gobierno que va a ser evaluado por los ciudadanos haga una operación de Estado? ¿Es demasiado alta la cifra de 40 por ciento para hacerla vinculante? Son temas que tendrán que ser retomados en su momento, vale la pena. Pero no ahora, cuando todo pasa por la pasión tóxica en la que se ha convertido el debate. Por lo pronto, hemos librado esta experiencia que pudo habernos desbarrancado en estos tiempos de cólera. @jorgezepedap