Por: Jorge Casillas Ramírez
¿A qué le llama Usted un buen gobierno? ¿Cuál es el último buen gobierno que Usted recuerda? ¿Ha tenido el privilegio de gozar el funcionamiento de un buen gobierno? La realidad es que existe una gran confusión colectiva –incluido el círculo rojo– respecto de lo que es o implica un buen gobierno.
Cuando al ciudadano promedio mexicano se le cuestiona sobre lo que piensa del gobierno, de manera inmediata se remite al poder ejecutivo, olvidando al legislativo y al judicial, y ello ocurre porque ni siquiera sabe que existen ni distingue estos dos últimos, pero sobre todo porque aún estamos en un país en el que la figura número uno del poder público es el Presidente o Gobernador, no hay otra.
No tenemos un referente de lo que implica un buen gobierno porque la realidad es que no sabemos con precisión lo que es. Por supuesto que existen conceptualizaciones mundialmente aceptadas pero todas ellas incurren en subjetividades, generalidades en boga, lugares comunes y manipulación en beneficio del correspondiente grupo internacional de poder.
Los muy avanzados dirán que un buen gobierno es aquél que construye mucho (puentes, presas, carreteras, centros deportivos y de convenciones), genera empleos, combate la pobreza y es trasparente. Y precisamente ahí nace la confusión, porque se tiene la idea errónea de que un buen gobierno equivale a una buena administración pública, siendo que ésta es sólo un elemento de aquél.
Es claro que un buen gobernante puede ser un pésimo administrador público y viceversa. Mientras que el buen gobernante posee un don privilegiado y poco común, la buena administración pública se puede aprender en la escuela.
En la actualidad, a nivel local y nacional, el gobernar y hacer política se ha convertido en recitar a diario discursos y posicionamientos para que sean reproducidos por los medios de comunicación, de manera que el otrora don de gobernar ya no sea un elemento necesario para encabezar el poder, pues todo ello es sustituido por profesionales de la imagen pública y la parafernalia.
A lo anterior súmele Usted que después de cada elección ya estarán esperando al nuevo gobernante un numeroso equipo de burócratas que le tienen ya trazada la ruta; porque precisamente el trabajo de éstos es mantener saturada la agenda del “señor” antes de que siquiera se sepa quién ocupará el cargo.
Pero no crea Usted que los actuales burócratas que “mueven” al gobernante inventaron recientemente el sedante y monótono sistema, la realidad es que lo aprendieron de los añejos empleados públicos que fueron forjados en el autoritarismo en plenitud, por eso la tendencia es tratar al llamado “gober” como un emperador o sultán, teniendo como objetivo número uno el mantenerlo lejos de la gente y, sobre todo, que no se moleste ni sufra.
Llegado el primer día del nuevo gobernante en el gran palacio, invariablemente será trepado a un trajín diseñado por el equipo de burócratas expertos en el tema; empezará el clásico: “señor, póngase esto…” “señor, este es su discurso…” “señor, esta es su vestimenta…” “señor, esta es su agenda de hoy.” Banderazo aquí, corte de listón allá, baile de gala acullá. En los últimos sexenios de los que tenemos memoria eso es gobernar, el ejercer el arte del muñequeo.
En tales circunstancias el cargo puede ser ejercido por cualquiera de los cinco mil burócratas estatales elegido al azar, y así nos ahorraríamos las sumas absurdas y gigantescas que se derrochan en las campañas, porque con toda esa inútil parafernalia no se requiere tener más que forma humana y mantenerse vivo.
Incluso podría no existir alguna persona que ejerza el cargo y nadie lo echaría de menos, pues el sistemita está diseñado para que el llamado “gober” no haga otra cosa más que llegar al evento y leer un discurso multiusos; de hecho sería suficiente un maniquí (como un santo de iglesia) que rondara por el estado.
Si en esa silla del palacio sentaran a Hitler, a Steve Jobs o a un chango maraquero ninguna diferencia se notaría porque no hay tiempo ni de pensar, menos de aterrizar ideas y proyectos de gobierno, si es que se tuvieran. Se ha desvirtuado el concepto de gobernar y ahora se acepta que esa actividad implique el andar como inútil estandarte de lujo.
Por supuesto que es muy tentador para el nuevo gobernante el dejarse querer por los burócratas expertos en sobarlo de los pies a la cabeza y hasta el espíritu. Sólo un loco renunciaría a semejantes comodidades y placeres de monarca medieval.
Salvo contadas excepciones, para desgracia de nuestro tiempo, incluso a nivel mundial, los genios se han alejado de la política y prefirieron dedicarse a la ciencia y tecnología; ruego para que dejen de sorprendernos con la magia de artefactos y regresen a la cosa pública, actualmente saturada de gente de corta visión y con ambiciones muy bajas, con mucho egoísmo y hambre de frivolidades.
Como nunca antes en San Luis Potosí necesitamos que llegue un loco al ejercicio del poder ejecutivo, alguien que renuncie a la muy atractiva comodidad y se dedique a gobernar de verdad, se sacuda a los besamanos y funcionarios con actitud de mayordomo. Requerimos de un gobernante tan gigante de mente y nobleza de espíritu que no tema rodearse de otros iguales o superiores, alguien que tome decisiones sin titubear por el bien del estado, que no le huya a los retos que arroja la realidad ni cierre los ojos ante la disyuntiva, que sin mezquindad pretenda trascender en beneficio de gobiernos futuros y nuevas generaciones de ciudadanos.
Señor nuevo gobernante, rómpale su madre al añejo, ridículo e insignificante esquema, vuélvase loco y póngase realmente a gobernar, tome decisiones y equivóquese mucho en la búsqueda del bienestar del estado y su gente; bájese del helicóptero y camine por el palacio para que se dé cuenta de la verdadera imagen que tiene su gobierno y Usted mismo; circule a pie por las calles para que calibre si genera lástima, indiferencia, repudio o reconocimiento; que nadie lo tripule, aléjese a los ladinos y aduladores. De no ser así, su sexenio será un capítulo más de una absurda, tediosa e inútil historia que ya conocemos y no queremos; obtendrá la membresía de oro del club de la mediocridad y recordaremos que ocupó la titularidad del poder ejecutivo porque colgarán su fotografía en el rancio “salón de gobernadores.”
Pero no crea Usted que me quedo en la mera crítica; hoy propongo que se instituya la “Secretaría del Lucimiento y el Muñequeo” y sea designado en ese cargo un figurín o dandi que se dedique a andar de gira por doquier dando banderazos a primeras piedras y llaves de agua, acuda a cortes de listones, entrega de diplomas, bailes de gala y todo eso que le chupa el seso a los gobernantes.
twitter: @Casillas33
CHICANERÍAS
¿Ausencia? Por supuesto que no, si cuando vi tu cuerpo inerte supe por fin que los seres humanos somos infinitamente mucho más que eso.