El especialista afirma que goza con la debilidad de quien no se puede defender; no sólo se le debe sentenciar con cárcel, también deben reeducarlo, dice.
La conducta de José David, hombre que arrojó en repetidas ocasiones a una niña de tres años a la alberca de un hotel de Morelia, Michoacán, acto que posteriormente le quitara la vida a la pequeña, está enmarcada en un sadismo aberrante, donde quien lo practica busca gozar con una experiencia de angustia de quien no se puede defender, aseguran expertos en sicología.
“El sádico con lo que más puede gozar es con situaciones de inermidad de alguien que no tenga cómo defenderse, cómo protestar, cómo oponer resistencia, especialmente que muestre más su perplejidad de decir: ‘bueno y a este qué le pasa’, extrae de la perplejidad, de la angustia, de la confusión ajena, su propio goce”, afirmó a Grupo Imagen Multimedia Mario Orozco Guzmán, experto sicólogo e investigador michoacano.
Afirma que a José David no sólo se le debe sentenciar con años de cárcel, también se debe buscar la forma de reeducarlo para erradicar este tipo de conducta. “No solamente castigarlo, que es importante que exista una sanción, porque en este momento parece que en el país hay demasiada impunidad y no se castiga nada; creo que estaba poniendo en peligro la vida de un ser humano, de una niña. Primero está la instancia legal y luego se tendrá que decir qué se puede hacer desde el plano de una postura de rehabilitación o tentativa de reeducación subjetiva”.
Menciona el investigador que el sadismo no sólo debe verse como la búsqueda de un placer en el plano sexual, el sadismo busca el goce que se diferencia del placer mismo por no tener límite, está presente en formas diversas de conductas cotidianas de los seres humanos que viven en sociedad”.
Orozco Guzmán reconoce que la sociedad actual de nuestro país ha perdido el sentido de la compasión porque al ver de forma masiva este tipo de videos donde se muestra la acción que desencadenó la muerte de la niña, parece que se goza también desde un plano de la indiferencia.
Fuente: Excelsior