+ La última carcajada salinista
Corría 1993. Carlos Salinas de Gortari gozaba de un poder inmenso. Firmado el TLC con Estados Unidos y Canadá, se presentaba al mundo como el presidente reformador de México. Su popularidad rozaba el 80 por ciento. Su programa emblema era el Pronasol (Programa Nacional de Solidaridad), cuyo tema musical era cantado por Lucía Méndez, Chente Fernández, Lola Beltrán, Rigo Tovar y toda la fauna artística de Televisa. Salinas era un Presidente muy poderoso. Tenía el control absoluto del Gobierno, del país…y de su partido: el PRI.
Visionario, sin duda; inteligente y astuto, Salinas, empero, fue víctima de su propio poder. Un poder sin límites, absoluto, inagotable, que en la recta final de su Gobierno lo hizo naufragar dentro del pecado de los estúpidos: la soberbia. Y ya sabemos que el ser humano, con sus contadas excepciones – Churchill, Kennedy-, no está diseñado para digerir un poder de esa dimensión.
A Salinas lo descarriló el levantamiento armado en Chiapas, lo fulminó el asesinato de Colosio y lo enterró la crisis financiera más dolorosa y grave en la historia del país, producto del pésimo manejo económico del salinismo y de Pedro Aspe. Caricatura de sí mismo, Salinas emprendió una risible huelga de hambre en la que aparecía como el bufón principal. Nadie le creyó. Hasta ahora, es un ex presidente aborrecido y repudiado por la mayoría de los mexicanos.
Sin embargo, durante sus días de poder sin freno del 93´, dentro del primer círculo salinista surgió una idea para perpetuar el legado del salinismo, prohibida por ley la reelección presidencial. Dar paso a una herencia por la cual Carlos Salinas de Gortari fuera recordado si no por todos los mexicanos, sí por sus compañeros de partido. Una marca indeleble con el paso de los sexenios. Algo que lo mantuviera, por siempre, en la memoria y en las boletas electorales a futuro.
¿Cuál era esa idea?
Nada menos que cambiarle de nombre al PRI.
Rebautizarlo como “Partido de la Solidaridad Nacional”, aprovechando el programa emblema del sexenio salinista, al que todos alababan. No había pierde.
¿Quién podría oponerse a la voluntad del todopoderoso Salinas de Gortari, carcelero de La Quina, artífice del TLC y visto con respeto y admiración en el mundo? Nadie. Absolutamente nadie.
La idea era bien vista por Salinas y por sus zalameros. Un digno homenaje al presidente reformador.
Sin embargo, cegados por la soberbia, tuvieron errores de cálculo que impidieron, en aquel entonces, lograr su propósito: Chiapas, Colosio y crisis económica, fueron un coctel explosivo que le estalló en las manos a Salinas de Gortari.
Y al estallarle, Salinas, sus sueños de grandeza global (dirigir a la Organización Mundial de Comercio) y rebautizar al PRI, se fueron al carajo.
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En política, no hay derrotas definitivas.
Y 24 años después de que prácticamente tuvo que huir del país, a Carlos Salinas se le presenta una oportunidad de oro para intentar reposicionarse en las páginas de la historia, retomando el control del agonizante, desprestigiado y caduco PRI para que, a través de su sobrina, Claudia Ruiz Massieu – presidenta provisional priista-, asuma los mandos partidistas y le aplique una “salinastroika” que implicaría, por supuesto, cambiarle el nombre al Partido Revolucionario Institucional.
Porque la elección del pasado uno de julio dejó en claro una cosa: los mexicanos ya no quieren más PRI. Hoy por hoy, el PRI representa a los corruptos, a la impunidad, a los gobernadores ladrones, a los que saquean el erario público, a quienes abusan del poder. Está en el basurero de la historia.
La marca PRI está prácticamente liquidada.
Y eso lo sabe bien Salinas.
Como sabe también que Peña Nieto y su grupo: Videgaray, Nuño, Eruviel y compañía, carecen de la fuerza necesaria para reasumir el control del PRI. Ni tienen cuadros ni posibilidades de controlar al desvencijado partido como fuerza opositora al lopezobradorismo. El uno de julio fulminó a Peña, sin duda.
¿Tiene Salinas la fuerza para tener el control del PRI?
Sí. Y lo demostró en su fiesta de cumpleaños número 70 en abril pasado, cuando en su casa reunió, prácticamente, a todo el poder político y financiero del país. Las élites soplaron las velitas del pastel de Salinas, dando una señal de querer aferrarse a los privilegios del pasado, justo cuando ya se olía la derrota del PRI-Gobierno, como efectivamente ocurriría tres meses después.
¿Tiene Salinas los cuadros para tener el control del PRI?
Sí. Más allá de su sobrina Claudia, hay personajes que estarían dispuestos a ser los operadores partidistas del ex presidente, empezando por Emilio Gamboa Patrón, algunos ex gobernadores y caciques regionales, hoy en la orfandad política y ansiosos por tener, a la vieja usanza, a un líder que les despierte esperanza para reinstaurar, en la elección intermedia del 2021, el poder del priato. Y quién mejor que Salinas para ser su nuevo caudillo.
¿Tiene Salinas las ganas de cambiarle de nombre al PRI?
Sí. Las ganas y la obsesión por reinsertarse en la historia moderna, haciéndose presente durante el Gobierno de AMLO, reinventando al PRI y aprovechando que esa marca política hoy está más cerca de desaparecer que de reinventarse. Sería necesario rebautizarla y retomar aquel proyecto de 1993 cuando se planteó, en Los Pinos, darle una nueva identidad. Solidaridad sería la palabra.
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Salinas de Gortari es un animal político que vive del poder y para el poder, y que aún no se resigna a ser repudiado en público y abucheado cada vez que llega a un restaurante en su propio país. Hará todo lo posible para volver a sus días de gloria.
Y en el horizonte, con el peñismo liquidado, sin oposición consolidada entre las fuerzas vivas y con los priistas dispersos, a Salinas se le presenta una oportunidad magnífica: con Ruiz Massieu como presidenta momentánea, hacer amarres, infiltrarse en las arruinadas estructuras partidistas y apoderarse de lo que queda del viejo partido, vislumbrando su futuro bajo un nuevo nombre.
Cuando termine el Gobierno de AMLO, Salinas tendría 76 años de edad. El tiempo no perdona. Sería la última carcajada de la cumbancha.
Salinas y su circunstancia.
Ya veremos hasta dónde llega.
Por Martín Moreno