¡SE ACABÓ!

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar
Por Jesús Aguilar

Cada seis años, como un reloj, México da inicio a un nuevo sexenio. Para algunos, el que acaba de terminar les pareció demasiado breve; para otros, interminable. Sin embargo, el tiempo es imparcial y objetivo: dos mil 131 días, ni más ni menos, duró este ciclo presidencial.
El curso del tiempo en la política es imparable. No se detiene, no pide permiso ni requiere mantenimiento. Su marcha es autónoma, no se desgasta ni perece.
Pero aunque perfecto en su funcionamiento, el tiempo nunca es neutral. Actúa a favor o en contra, según la perspectiva de quienes lo experimentan. Si López Portillo hubiera gobernado solo cinco años, podría ser recordado de otra manera. Y quizás Díaz Ordaz hubiera sido otro con apenas cuatro. ¿Si el sexenio de Salinas hubiera terminado el 31 de diciembre de 1993, sería México del primer mundo? A pesar de este galimatías temporal, para la mayoría, el exceso de tiempo les restó gloria.
Con el presidente López Obrador, muchos coinciden en que un año menos de mandato pudo ser un alivio, dado que la situación actual parece volátil. La bomba social y política está encendida, y la mecha cada vez más corta. En dos años, la historia juzgará si la presidenta Claudia Sheinbaum logró lo que se esperaba de ella.
El tiempo no solo es una medida exacta, es también un espacio donde todos coexistimos. La vida transcurre en él, mientras los muertos residen en el recuerdo. Pero a menudo confundimos pasado con memoria, y futuro con imaginación, un error que puede ser peligroso. Las lecciones del pasado no se basan en recuerdos idealizados, y el futuro no depende solo de la intuición. Ambas dimensiones son meras construcciones temporales.
En este sexenio, México ha perdido mucho. La inseguridad ha alcanzado récords históricos con 200 mil asesinatos, el 90% sin resolver. La pandemia dejó un saldo mortal innecesario de 400 mil vidas, además de las inevitables bajas. El caso de Ayotzinapa sigue sin aclararse, el aeropuerto internacional fue cancelado, la falta de medicamentos ha sido imperdonable, y el desmonte de selvas ha sido intencionado.
Un millón de estudiantes desertaron de las escuelas y las bravatas diplomáticas han causado incertidumbre. Pero, sobre todo, hemos perdido el tiempo.
En la política, los puentes se deben construir desde el presente hacia el futuro, jamás hacia el pasado. La política debe ofrecer soluciones, no crear más problemas. El tiempo perdido nunca se recupera; no tiene reposición ni compensación. Lo único que queda es aprovechar el tiempo venidero.
Todos sabemos qué se debe hacer. Desde el gobierno hasta el trabajador, cada actor tiene un rol claro. No hay espacio para la ignorancia. El futuro dependerá de qué tan bien aprovechemos este nuevo ciclo.
Y lo más importante, Claudia tiene ahora el tiempo, su tiempo en la bolsa, que lo use a su ritmo, que rompa la estela de manipulación y sepa que lo que hoy suena dulce, puede tornarse en dramático en 3,2…

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