Me van a disculpar mucho si hiero susceptibilidades, pero ya que defender
posiciones contra natura se halla muy bien visto hoy en día, –por aquello de
respetar la diversidad e inclusión–, me pregunto si del mismo modo que cada y
tanto sale algún que otro ‘confundido’, declarando la singularidad de sus
preferencias sexuales, ¿no llegaremos algún día a ver todo lo contrario? Digo,
a como van las cosas, con cada vez más adeptos registrados para la causa del
arcoíris, y una aceptación cuasi planetaria artificiosamente construida, que
parece estar hecha para promover el aputasamiento de nuestra sociedad, –en
especial del hombre, degradando su masculinidad, frecuentemente asociada a un
supuesto machismo–, por todo tipo de frentes y activistas. Que bajo la defensa
de un falso igualitarismo, (que no invita a otra cosa que a la propia anulación
de lo que como especie somos), intenta persuadirnos, –con falacias e
inexactitudes–, sobre una supuesta base biológico-orgánica que legitima la
defensa de sus propios intereses.
Así las cosas, quizá en un futuro no muy lejano, lleguemos a ver todo tipo de
personas declarando a contracorriente de lo que hoy se acepta, cosas como: Lo
siento hermanos, he intentado durante años comérmela doblada, y nomás no puedo,
creo que ya es momento de aceptarme y declarar al mundo mi heterosexualidad. O
cosas como: entonces de pronto, un día me di cuenta que era diferente, y que
aunque era hombre me gustaban las mujeres, (o viceversa en el caso de las
mujeres). Así como la proliferación de marchas del orgullo heterosexual, o
frentes en defensa de la dignidad humana. ¿Le parece exagerado lo que digo, incluso
de mal gusto? Me pregunto: ¿Por qué será que en nombre de la aceptación y la
igualdad, se deba hacer que todos terminen pensando exactamente de la misma
manera? –o lo que es peor, viviendo igual.
¿Cuántas tragedias y atrocidades no se habrán hecho posibles por no saber o
querer decir lo que las cosas son en realidad? Que ahí donde un hombre muestra
firmeza, autoridad y carácter, termina siendo tildado de violento, misógino y
machista, pero nadie dice nada en cambio, cuando desprovisto del sentido propio
de su existencia, termina viendo en la anulación de sí mismo, una saludable
expresión de crecimiento personal; que ahí donde una mujer segura de sí misma,
muestra dulzura, amor y paciencia, se le hace mofa y escarnio público,
sugiriendo –por falsa dignidad– el degrado de su propia persona, pero no se
dice nada en cambio, cuando por violencia estructural se ve orillada a resolver
las exigencias de un mundo cada vez más deshumanizado, prescindiendo de todos
los valores que históricamente han hecho posible nuestro desarrollo y
permanencia como especie.
Dejando valores tales como el autorespeto, la familia, el amor, el compromiso y
la solidaridad en el mero estatus de anacronismos, ya que según se dice –fuera
de toda lógica–, estos estarían impidiendo el avance de la libertad humana; Que
ahí donde los padres muestran firmeza, o un maestro disciplina para educar a
las nuevas generaciones, se les invita a todos a relajar cualquier posibilidad
de forjar el carácter, por miedo –se dice–, a un trauma, que no es otra cosa
que el modo como el establishment se refiere, al miedo que le da, que el día de
mañana, cualquiera llegue a mostrar la suficiente firmeza y carácter, como para
tomar sus propias decisiones y decida por ello mismo, revalorar su dignidad
apartándose de cualquier actitud acrítica y servil.
Porque para ser honestos, ¿qué tipo de dignidad humana es esa que en su defensa,
confiere a la degradación de una sociedad y sus fundamentos, el estatus de
anacronismos? ¿Le parezco muy severo? Déjeme recordarle una cosa ya olvidada
por muchos y convenientemente silenciada por los defensores de las causas
arriba mencionadas: El respeto por las diferencias no significa aceptación. Si
algo hay que tramposamente calla el actual discurso de la inclusión vivencial
de la sexualidad, es que esta fuera de toda proporción humana, solicitar la
normalización colectiva de una conducta que se aparte o no de las posibilidades
orgánicamente habilitadas, conlleva la anulación y la atrofia de nuestra propia
vocación social.
Si bien no será por ello necesario ir al extremo de afirmar, (como algunos
trasnochados hacen, para amarrar navajas, más que por sincero interés con
nuestra dignidad), que sin concepción no hay razones para la afirmación amorosa
de una pareja, o que el sentido de nuestro carácter personal, se halla
desprovisto de la continua responsabilidad de expresar la totalidad de nuestras
capacidades, en la fecunda unidad de la complementariedad, abdicando del
absurdo de la igualación y el relativismo. Es necesario decir que, la
diferencia entre decidir una conducta, y justificar la misma –a contra natura–,
por no discutir con seriedad los efectos que esta habrá de tener en un futuro,
es exactamente la misma, que en la defensa de la autodeterminación de cualquier
causa, ha sido perfectamente capaz de guardar silencio en otros momentos de
nuestra historia, por temas tales como el esclavísmo o las diferencias de
clase, como si todas estas cuestiones fuesen cuasi naturales.
Ay, es que ser gay no se decide, se nace –se escucha decir hoy en día, como si
cualquier cosa; es que soy alcohólico o drogadicto, porque mis padres también
lo fueron, lo llevo en los genes –complementan algunos más para hablar de sus
vicios. Y no puedo evitar recordar –con cierto grado de ironía–, que, como
dijera Eduardo Galeano, –por aquello de utilizar uno de los contraargumentos
más socorridos por los propios defensores de estas causas: “Nunca han
faltado pensadores capaces de elevar a categoría científica, los prejuicios de
la clase dominante”. Lo cual sin duda, me parece grave, porque desde que
todo se atribuye a los genes, prácticamente cualquier conducta, por degradante
que esta sea, se ve justificada bajo la idea de que lleva en la sangre la
disposición a cometerla.
¿Le parece un tanto alarmista y hasta irrisoria esta posición? Eso lo decide
cada quien, en todo caso, por raro que parezca, yo a diferencia de esas
posiciones que se ostentan como igualitarias, pero no son otra cosa que
anulistas, no obligo a nadie a pensar de tal o cual manera. Pero sí creo que no
estaría de más reflexionar al respecto, porque al momento, la búsqueda por
dotar a la discusión de estos y otros temas parecidos, de un halo de
cientificidad, nos ha puesto en un escenario donde, –lo mismo por soberbia, que
por arrogancia–, hemos terminado defendiendo absurdos. Como si absolutamente
todo lo humano fuera asunto meramente biológico. Pero eso sí, ya nadie se
acuerda de cosas tales como la voluntad de ser–hacer, o la responsabilidad de
forjar nuestro propio destino. Porque si nacer a la vida no se decide, lo que
con ella hacemos sí.
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Pd. Imaginemos
lo siguiente, a usted le gusta mucho comer pizza, es pues algo que disfruta
muchísimo, la cosa es, si llegara cualquier otra persona y le dijera: A mí no
me gusta la pizza, jamás me ha gustado y nunca me va gustar, lo que es más, no
puedo ni verla sin sentirme mal. ¿Tendríamos que tomar a esa persona como pizza-fóbico
y denostar su posición o tildarla de retrógrada sólo porque no le gusta lo que
se supone gusta a otros? Verdad que no. Luego entonces, no veo porque levantar
todo tipo de aspavientos por aquellos que se atreven a decir que no estar de acuerdo
con la homosexualidad no los vuelve homofóbicos. Respeto en el más amplio
sentido de la palabra, incluye por mucho la aceptación de aquellas posiciones
que no se ajustan a lo que el común de la gente cataloga como socialmente
aceptado. De lo contrario se pasa del terreno de la búsqueda de derechos a la
nada alentadora defensa ideológica. Las disposiciones legales que circunscriben
derechos para sectores minoritarios –como en este caso los homosexuales–, serán
todo lo jurídicamente importantes que se quiera en cuanto que nos ofrecen la
posibilidad de abrir espacios para la protección y afianzamiento de esquemas vivenciales diversos, sin embargo,
es imposible pensar que cuando tales disposiciones contravienen los fundamentos
sobre los que históricamente se ha constituido una determinada sociedad, está
vaya a permanecer indiferente a la cuestión e incluso harto receptiva para afianzar
dichas normatividades en su cotidianidad. Lo cual tiene efectos exponenciales en
términos de consenso social considerando la marginalidad demográfica de los
grupos que involucra, para muestra baste considerar un detalle que es
rutinariamente silenciado por los defensores de esta causa: La mayoría de los
estudios más serios sobre diversidad de preferencias sexuales en todo el mundo,
rara vez han logrado registrar un porcentaje arriba del 4% de homosexuales
sobre el total de las poblaciones que se estudian. Una constante que se repite
lo mismo en sociedades tradicionalistas, como en aquellas donde desde hace
décadas se presume de libertad social y amplia aceptación para tales
preferencias.