Recientemente se escuchó que en un futuro cercano se reavivaría el debate sobre la legalización de la marihuana en México, con la presentación de iniciativas que buscarían la despenalización de esta sustancia. Hay que aclarar en principio que ni el Código Penal Federal ni la ley penal estatal castigan el consumo de drogas, sino su comercialización. Obviamente se castiga ésta, para evitar aquél; luego entonces, sí es el consumo lo que pretende evitar el gobierno.
A continuación mencionaré someramente algunos de los males que causa la política prohibicionista del estado en cuanto a estupefacientes.
1.- La censura del comercio de drogas orilla a su venta clandestina, por lo tanto, no regulada. Los productores de drogas no deben cumplir con ningún estándar de calidad, lo cual ocasiona que se vendan sustancias de mala calidad que por supuesto representan aún más riesgos de salud para los consumidores, que los propios de la droga.
2.- Esa misma nula regulación por parte del estado, causa que se puedan conseguir los estupefacientes de forma indistinta por adultos que por menores de edad, aumentando, paradójicamente con la prohibición, el consumo en niños y adolescentes.
3.- Tampoco existe una ordenación del mercado en cuanto a precios, por lo que éste queda a discreción del narcotraficante. Una adicción sin tratamiento, sumado a precios altos, trae como consecuencia la comisión de delitos para hacerse del narcótico o de medios para su compra.
4.- Por supuesto, toda la violencia que genera el narcotráfico. Las miles de muertes que ha traído consigo el combate a la industria de las drogas. Éstas simplemente no existirían de permitirse el comercio de drogas. ¿Cuándo fue la última vez que escuchamos que hubo un enfrentamiento armado entre comerciantes de bebidas alcohólicas o productores de tabaco que ocasionó el deceso de personas? No he escuchado un caso de homicidio cuyo móvil haya sido una cajetilla de cigarros, si lo hay, éste es extraordinario.
5.- Ese mismo combate a la drogas genera redes enormes de corrupción en los sistemas de procuración y administración de justicia en nuestro país. Según Transparencia Internacional, México obtuvo en 2012 una calificación de 3.4, donde 0 significa muy corrupto y 10 ausencia de corrupción. No es tema menor.
6.- Actualmente hay una derrama enorme de recursos públicos para una lucha estéril contrael narcotráfico. Recursos que bien podrían usarse para campañas de concientización sobre un manejo responsable de las drogas, así como para el tratamiento de adicciones.
7.- Además del significativo ahorro que conlleva lo anterior, la apertura al libre comercio implica también su fiscalización. Más recursos para el estado, cosa que sucede actualmente con el alcohol y el tabaco. Que el estado sea parte no es nada para alarmarse.
Nótese de los puntos 1, 2, 3 y 7 lo siguiente: a quien más le conviene que el negocio siga siendo ilegal, es al mismo narcotráfico. Un comerciante de drogas, no tiene que cumplir estándares de calidad; puede vender a todo el público; fija los precios que más le conviene y no paga impuestos por su giro comercial.
Ahora bien, en contra de la legalización se propone toralmente que su libre venta traerá consigo un grave problema de salud, infinidad de adictos y una descomposición de la sociedad. Estos argumentos serían lo suficientemente fuerte para hacer frente a los demás, si tan sólo fueran ciertos. El que el estado se preocupe por la salud de su población es una burda mentira que revelan con facilidad los casi 14 millones de fumadores activos de tabaco y poco menos de 10 millones de alcohólicos en el país.
Ambas sustancias, alcohol y tabaco, se encuentran en la tienda de la esquina en la variedad más amplia que nos podamos imaginar. Su consumo está por demás aceptado en la sociedad, que ni siquiera las ve como drogas y su uso es incluso considerado un signo de estatus. Bueno, ¡hasta clubes de fumadores y de vinos hay!
Por motivos que escapan a la lógica, han sido consideradas como “drogas suaves” y por lo tanto comúnmente se piensa que estas sustancias están permitidas porque la adicción y el daño que causan no llegan a los niveles de las “drogas fuertes”. Pues nada más alejado de la realidad, tanto la nicotina, como el alcohol e incluso la cafeína son de las sustancias más adictivas en el planeta.
Además de la gran adicción que generan, sobra decir la cantidad inmensa de muertes por abuso de alcohol y nicotina al año. La cirrosis hepática y las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas ocupan el quinto y octavo lugar en mortandad en el país, respectivamente. Esas son las muertes directas, pero vale la pena señalar que aproximadamente el 70% de los accidentes de tránsito están involucrados con el consumo de alcohol. Los accidentes de vehículos automotores representan la décima causa de mortalidad en el país.
Por su parte, la marihuana y la dietilamida de ácido lisérgico –que conocemos como LSD—son sustancias que no causan adicción, son perfectamente toleradas por el cuerpo humano y ni siquiera destruyen neuronas, como erróneamente se cree, sus efectos químicos en los neurotransmisores del cerebro son sólo temporales. En toda la historia humana, no hay una sola muerte registrada por consumo de marihuana. Estudios científicos concluyen que es biológicamente imposible una sobredosis de cannabis. Sin embargo, a nadie se le ocurriría ir a consumirlas a la luz pública. No hace falta decir que el alcohol sí daña neuronas.
Creo que queda por demás claro que, cuando se trata de decidir qué sí y qué no podemos consumir, al estado lo último que le importa es la salud de sus gobernados.La idea aquí no es prohibir el alcohol y el tabaco, mientras que legalizar el cannabis y el LSD, sino únicamente demostrar que la salud no es un factor que se considere al momento de legislar sobre el tema.
En cuanto a la generación de más adictos, tanto afirmarlo como negarlo, sería caer en especulación. Como se dijo, bien pudieran usarse los recursos del combate a las drogas, para su educación en este tema. Con los resultados obtenidos, me atrevería a decir que cien pesos invertidos en tratamiento a adictos y educación sobre drogas, sirven más que mil pesos para la guerra al narco. Otra cosa que llama la atención, tanto en Estados Unidos de América como en Holanda –países donde contrasta muchísimo la política respecto a drogas—la cantidad de consumidores de marihuana es similar, hablando en proporción, por supuesto.
Sobre la supuesta descomposición social que se sufriría con la libre venta, me remito nuevamente al ejemplo del alcohol. Pocas drogas tan peligrosas como ésta, pues pocas alteran tanto la conciencia. Su tolerancia evidencia que eso no es lo que nos preocupa. Sobra decir que, cuando se habla de legalización de drogas, se contempla por supuesto ciertas restricciones en su venta y consumo. No estamos suponiendo que niños podrían comprar estupefacientes en la tienda de la escuela, ni que estos sean consumidos en la vía pública. La legalización no significa permitir el uso indiscriminado, sino todo lo contrario: su regulación.
Advirtamos que el debate sobre las drogas no está basado –nunca lo ha estado—en argumentos científicos, en la razón; sino en falsas creencias morales, como es el caso de todos los llamados “crímenes sin víctimas”. En tanto no superemos esa barrera, será imposible tener una discusión inteligente sobre los aspectos científicos, médicos, psicológicos, éticos y legales que rodean el uso de estas sustancias.
Personalmente, creo que nadie puede decirnos qué hacer y qué no hacer con nuestro cuerpo. Cuando hablamos del consumo recreativo de drogas, en síntesis hablamos de la posibilidad de alterar nuestro estado de conciencia, de crear y experimentar emociones. Si bien nuestra constitución no dice nada expresamente al respecto, no se me ocurre un derecho más fundamental que el de manejar libremente el propio estado de conciencia.
Fernando Salazar
Twitter: @Fernand0Salazar