La deuda quedó saldada sin mediar palabra. Apenas un par de agradecimientos nada más. No hacía falta nada excepto la música que se convirtió en el vehículo de comunicación por excelencia.
The Cure volvió a la Ciudad de México con el objetivo de perpetuar su trono musical. Lo logró con un concierto que tuvo espacio para gran parte de su carrera discográfica con un set de más de 40 canciones. Hubo para todos los gustos.
Robert Smith encabezó la conquista y lo secundaron con maestría Simon Gallup en el bajo, Jason Cooper en la batería, Roger O’Donnell en los teclados y Reeves Gabrels en la guitarra.
La sobriedad del grupo sobre el escenario contrastaba con el ánimo de la gente, 57 mil 500 personas, según datos de Ocesa, promotora del concierto, que habían copado las instalaciones del Foro Sol.
En la zona de pista y en las gradas, la gente se entregó de principio a fin. Cantaron y bailaron mientras en el entarimado Smith guiaba una lúgubre procesión musical. Lo mismo con High, el tema que abrió el recital, que con Lovesong, Prayers for Rain, AForest o The Walk. Parecía que cualquiera que fuera el tema elegido había alguien a quien daban gusto.
El concierto del domingo por la noche dejó claro que a The Cure poco le importan los artificios sobreproducidos. Contaron con una pantalla, colocada al fondo del escenario, que acompañaba las canciones con imágenes acordes, pero nada más.
Los juegos de luces eran discretos. Parecía claro que aquella noche la música debía ser la protagonista.
Friday I’m in Love, Wrong Number, The Kiss y Fight figuraron en elset que lucía interminable. La energía de las canciones contagiaba a los músicos que se despidieron hasta en cinco ocasiones. Nadie quería dejarlos ir.
En cada despedida, la gente celebraba a Robert Smith, que cumplía años ayer mismo (54), con improvisadas Mañanitas. Cada que el escenario lucía vacío los gritos y los silbidos se multiplicaban.
Todos querían más. Plainsong, Disintegration, A Strange Day yPrimary también figuraron entre las elegidas por la banda que, sin embargo, vio cómo su gran clásico Boy’s Don’t Cry los encumbraba.
Al cierre de esta edición, con tres horas de concierto y casi 45 minutos más programados, la banda británica The Cure había demostrado que no hacían falta las palabras para conectar con la audiencia.
Bastaban un par de agradecimientos y música, mucha y buena música, para cautivar al público capitalino.
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