Matthew Heineman convivió nueve meses con el doctor José Manuel Mireles para filmar el documental que llegará a los cines mexicanos el próximo 2 de julio.
Dos justicieros contemporáneos luchan contra un enemigo común: los cárteles mexicanos. Al sur del Río Bravo, el doctor José Manuel Mireles, líder de las autodefensas michoacanas que se alzaron en armas contra los Caballeros Templarios. Del otro lado de la frontera, en el desierto de Arizona, el veterano estadunidense Tim Nailer Foley, líder de un grupo paramilitar que pretende evitar que la guerra de las drogas se cuele en su territorio.
Ambos son los protagonistas de Tierra de Cárteles (Cartel Land), un documental dirigido por Matthew Heineman que llegará a los cines mexicanos el próximo 2 de julio, luego de que el pasado enero fuera premiado en las categorías de Mejor Director y Mejor Fotografía en el Festival de Cine de Sundance.
Antes de que tomara como una misión personal el contar esta historia, Heineman no tenía ninguna relación ni con el tema del narcotráfico ni con México, donde solo había estado como turista. Sus documentales anteriores tratan sobre el sistema de salud en Estados Unidos (Escape Fire, 2012) y sobre la juventud norteamericana (Our Time, 2009).
La idea de este trabajo surgió cuando el director comenzó a leer sobre los grupos paramilitares en Altar Valley, Arizona, el corredor desértico conocido como El Callejón de la Cocaína. Al poco tiempo, su padre le envió un artículo sobre las autodefensas de Michoacán que intentaban poner orden al caos y garantizar la seguridad que el gobierno no les ofrecía.
“Me impresionó la imagen de los ciudadanos luchando contra el mal en una tierra sin ley, ni gobierno, ni policía”, cuenta Heineman en entrevista con MILENIO.
En ese entonces pensaba que una o dos semanas de estancia en Michoacán le bastarían para su investigación. Al final, el rodaje en este lado de la frontera se extendió durante nueve meses intermitentes, en los que Heineman y su pequeño equipo de producción se convirtieron en la sombra del doctor Mireles, meses antes de que lo detuvieran por portar armas y droga en su vehículo.
La mayoría de los periodistas se quedaban dos o tres días en Tierra Caliente. El documentalista se quedó lo suficiente –en ambos casos- para comprender las razones por las que sus personajes se vieron forzados a tomar la justicia en sus propias manos.
“Quería contar sus historias desde una perspectiva veraz e íntima, pero con un eje de acción, prescindiendo de expertos ajenos a la historia”, narra el director.
Durante el rodaje de su tercera película, Heineman y su cámara estuvieron en situaciones extremas: en medio de una balacera y en un laboratorio de metanfetamina en el desierto, por ejemplo. Pero lo que le causó el mayor terror, dice, fueron los testimonios de los michoacanos que sufrieron la violencia brutal del crimen organizado.
Heineman tuvo acceso total a la vida de las autodefensas, en particular al grupo de Mireles.
Su percepción de las autodefensas también sufrió una transformación en ese tiempo. El estadunidense se dio cuenta que no existía tal cosa como un bando bueno y uno malo. Y su obsesión por la historia creció conforme la línea entre el bien y el mal comenzaba a borrarse. En su opinión, la película no ofrece respuesta alguna, sino que presenta una historia que puede ser interpretada de diferentes maneras.
Heineman está en México para invitar a la gente a ver de cerca la vida del crimen: sus consecuencias, su desorden y el modo en el que este se introduce a la vida de las personas. Su mayor interés con Tierra de carteles es humanizar un conflicto que tiene consecuencias en ambos lados de la frontera.
Fuente: Milenio.