La tercera parte de 415 mil accidentes de trabajo que el IMSS reporta se deben a turnos de 24 y hasta 48 horas.
Más allá de que el llamado trabajo excesivo roba ingresos reales a los empleados por tiempos muertos que nunca se pagan, además de estrés, fatiga, problemas cardiacos, neurológicos y gástricos, esta actividad quiebra familias, genera adicciones, ausentismo, trastornos sicológicos y sociales y, en los hechos, deshace personalidades y comunidades.
Estos turnos que la Organización Internacional del Trabajo rechaza de raíz y que van desde 12 o 24 horas sin descanso en ámbitos como los de la seguridad y la salud, hasta 30 días para sectores clave como el energético, siderúrgico o minero, no siempre ayudan a la productividad de la economía en su conjunto.
En los hechos, estos “procesos productivos continuos” se cobijan en una lógica patronal impecable: maximizar el rendimiento financiero del capital invertido en maquinaria, insumos… y mano de obra.
En este contexto, según datos del Instituto Mexicano del Seguro Social, tan sólo en 2013 se registraron en nuestro país un total de 415 mil 660 accidentes de trabajo y 6 mil 364 enfermedades de trabajo; a la par, en ese ejercicio perecieron 982 personas por motivos laborales. De todo esto, más del 27 por ciento obedeció a esas ríspidas, largas y agotadoras jornadas.
En México, los más de 400 mil policías de seguridad pública de los tres niveles de gobierno —municipal, estatal y federal—, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, trabajan en turnos hasta de 48 horas continuas, superiores a las jornadas laborales que establece como estándar para las corporaciones policiacas la Organización de las Naciones Unidas.
Secuelas
En la realidad, se trata de hombres y mujeres que en su jornada desayunan, comen, cenan o incluso dormitan. El trabajo es extenuante y agotador porque no se les respetan las horas convenidas, lo que les genera en lo personal enfermedades crónico-degenerativas, cansancio y sueño constante.
Aunado a ello, en lo familiar, son permanentes los problemas por la ausencia del padre o madre proveedora y, en lo profesional, también esto impacta en la disminución en el estado de alerta, lesiones por accidentes de trabajo e incluso conductas impulsivas, revelan y confirman estudios en la materia.
En lo que hace a la seguridad pública, ahora que se discute la certificación real de los cuerpos respectivos, en el Congreso hay una iniciativa que propone modificar la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública para que se prohíban las jornadas de 24 horas de trabajo por 24 horas de descanso para los elementos policiales.
Desequilibrios
Acorde con el doctor José Luis Vallejo, de la firma Ergonomía Ocupacional, la relación entre turnos de trabajo y la salud y seguridad es compleja y está influenciada por características de los turnos, así como las del trabajo en sí, del trabajador y del medio ambiente laboral. Factores organizacionales, demandas del trabajo, personalidad de los obreros, características sociodemográficas, localización geográfica, recursos recreacionales y hasta el denominado soporte social pueden influir o modular los efectos respectivos, explica.
Los científicos también han comprobado que trabajar de noche origina una desincronización de las funciones corporales. Los humanos somos seres diurnos que estamos programados para desarrollar actividades durante el día y recuperarnos de la fatiga durante la noche. El problema de la rotación por turnos, sobre todo de noche, es el desarrollo de actividades en contra del reloj biológico interno.
Más aún, los obreros que se dedican a trabajar en turnos o quienes trabajan largas horas (más de 10 horas al día) puede experimentar una considerable disfunción de las actividades familiares y sociales, ya que muchos de estos ritmos de la población general están orientados al día.
Diferentes estudios indican que los trabajadores que laboran de noche y los que rotan por turnos tienen problemas con el sueño. La cantidad de sueño puede ser reducida en más de dos horas, pero hay también un efecto adverso en la calidad del mismo.
Tal déficit puede conducir a la somnolencia en el trabajo e incluso la aparición de “dormitadas” en la jornada con repercusiones importantes en la producción. O en la seguridad.
Salud en riesgo
En las universidades mexicanas se ha comprobado que los rotadores por turnos dentro del trabajo excesivo tienen un 40 por ciento de incremento de riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular, tienen un mayor riesgo de desarrollar altos niveles de colesterol y triglicéridos e incrementa el riesgo de sufrir hipertensión arterial.
La mayoría de los trabajadores nocturnos se quejan de dispepsia (digestión laboriosa e imperfecta), acidez estomacal, dolores abdominales y flatulencia. La etiología de los trastornos gastrointestinales es probablemente multifactorial e involucra factores dietéticos, estrés sicosocial y pérdida de sueño.
Desde luego, con el numero sucesivo de noches de trabajo nocturno se incrementa el riesgo de errores y accidentes. Con relación a la primera noche, la segunda tiene un riesgo adicional de un 13%, la tercera un 25% y la cuarta un 45%, revelan reportes del mismo IMSS.
Según Juan Antonio Legaspi, jefe de Servicios de Seguridad e Higiene en el Trabajo del ISSSTE, hoy más que nunca resulta clave garantizar la salud y la seguridad en el trabajo, en especial en aquellos centros fabriles o de servicios de seguridad, por ejemplo, en donde necesitamos elevar en los hechos la traída y llevada competitividad.
Un buen nivel de prevención de la seguridad y salud en el trabajo —advierte el doctor Legaspi— permite el descenso del ausentismo y de los índices de rotación de los trabajadores, la disminución del número de accidentes, la reducción de los costos de los seguros de accidentes y, por fin, el aumento de la productividad.
Todo ello implica decisiones conjuntas entre los empresarios, las autoridades, los sindicatos y, por supuesto, los trabajadores y sus familias. Del gobierno conviene saber si en aras de aumentar la producción, que no necesariamente la productividad, está dispuesto a permitir la manutención de una estrategia que no está ayudando a la competitividad del país y sí pudiera acrecentar los ya de por sí crónicos problemas de salud y estabilidad social de gran parte de la clase trabajadora.
“TODO SE SOLUCIONA CON UN REFRESCO”
A sus 62 años, José Miranda es un empleado de seguridad investido de su equipo y uniforme negro, chaleco antibalas con todo y botas, tolete, lámpara sorda y ocarina que por 7 mil pesos mensuales —incluyendo dobletes y hasta tripletes— tiene que moverse en el ámbito del sector automotriz y de la construcción.
Tales son ahora sus trastornos fisiológicos que no alcanza a dormir, descansa epidérmicamente, mientras que la gastritis y colitis le devoran las entrañas que mal digiere con su bebida preferida de cola que dará gratis, pregona, “el día que me muera”.
¿La familia? No tan bien, gracias. Su esposa Hilda, 12 años menor, casi pierde la vista por cataratas atendidas tarde, adelgazada a fuerzas por el azúcar que le envenena la sangre con pocos, muy pocos, recursos; y sus jóvenes hijos andan medio dispersos en el mar de concreto citadino sin que tengan el respaldo paterno que él quisiera darles.
En sus anteriores chambas conjuntas no le iba mucho mejor que digamos. Se levantaba a las tres y media de la mañana todos los días, hasta los fines de semana, para ir a recoger pacas de periódico que entregaba en hoteles, restaurantes o el mismo aeropuerto entre las cinco y seis para después regresar a su base desde donde repartía el diario asignado entre suscriptores o atendía quejas de los que no les llegaba a tiempo.
Para después, a la fresca de las dos de la tarde, entrar de chofer-vendedor de coches usados hasta que la luz se extinguía con la tarde o la operación de su patrón con un cliente le permitía irse a descansar. Y así la brega diaria.
Hoy día, José se queja y mucho del maltrato de sus superiores, que no empleadores, los cuales constantemente le revisan su equipo y dispositivos, le imponen horarios alterados, le prohíben comer en tiempos de labor, le impiden salir a sus horas y si su relevo no acude, tiene que doblar turno sin protesta alguna, por el pago de uno solo.
“Le tengo mucho pinche miedo al teléfono. La clave privada que me pusieron es Terrenal. Cuando me reporto para salir, nomás me dicen que me aguante, que ya no tarda en llegar mi compañero. Pero muchas veces no llega el cabrón. Es un chamaco que le vale madre lo que hay en el trabajo y, si acaso, tres días después solo me dice quedito: ‘perdóneme, mi jefe. Es que traigo enferma a mi mamá y la tengo que llevar al doctor’. Y yo creo que la señora ha de estar enferma todas las semanas porque siempre me la aplica”.
Entonces, deriva Terrenal, “a pesar de que mi quincena llega a ser de 4 mil 700, siempre menos que cinco, llega un momento en que ya estoy harto de no poder descansar como Dios manda”.
Otra cosa que le indigna a José Miranda es que “por no tener gente”, su supervisor, Lince, le va retrasando su hora de comida. “Veo que nuestro grupo, de unos diez, normalmente van a comer muy quitados de la pena de 3 a 5 de la tarde. Cuando pido permiso, me salen de nuez con que no tienen gente. Que los aguante, que los aguante. ¡Que los aguante su abuela! Y me dan las 8 y ya ni hambre tengo. Y una vez, de plano, cuando abrí el tóper que me puso mi mujer, ya se había echado a perder el guisado”, se queja Terrenal.
Luego los dolores de cabeza y el sueño permanente que no alcanzan a paliar las consabidas cafiaspirinas con la consabida coca. El sobrepeso y los dolores en las rodillas le abruman a José, la mala vida en la que se adentra con varios años de experiencia, pero “todo se soluciona con una Coca y cuando me muera: ¡Cocas para todos!”
EN EL MAR, LA VIDA NO ES TAN SABROSA
Allá en Minatitlán, Veracruz, el joven ingeniero Alejandro de Jesús Vázquez rápido se dio cuenta que lo suyo, lo suyo, no era estar trabajando en una plataforma petrolera. Dos semanas en la Sonda de Campeche supervisando gente y trabajadores del crudo, para que luego le salieran con que debía quedarse 14 días más porque no había quién le supliera sin pedirle su opinión, literalmente le reventó la paciencia.
En su momento le deshizo el humor cobrizo como el de su piel que el mal tiempo y las rachas de viento endiabladas muchas veces lo dejara flotando en una nuez sin destino ni ruta como a todos sus compañeros al menos cinco días más de lo convenido hasta que se apaciguara un poco el indomable mar del Golfo de México.
Y aunque por seguridad y en las polleras —lanchitas que van de plataforma en plataforma llevando y trayendo gente, o agua, o comida, o refacciones o materiales—los llevaban a los floteles para resguardarse un tanto del oleaje y la marejada, “acabábamos vomitando en todos lados y con fuertes dolores de cabeza”.
Alejandro de Jesús cree mucho en Dios. A él le pide que lo cuide y proteja; que también lo haga con su mamá y el resto de familia y amigos. Pero allá, en el centro de la nada, rodeado de azul cielo o azul mar, la soledad reclama volver con los tuyos y ya no hay poder que te detenga hasta conseguirlo.
Es el caso del ingeniero Vázquez que supervisaba que sus compañeros cumplieran con todos y cada uno de los requisitos y equipo de seguridad necesarios para trabajar en una plataforma de crudo, en pleno alta mar, en el pozo Ku Maloob Zaap –por cierto, el de mayor producción actualmente para Pemex—, al mismo tiempo añoraba los suyos, su novia, sus amigos, sus cosas.
La paga no era mucha para este profesional, tomando en cuenta que la friega era tanto o más que la que tenía él para una empresa privada que en el caso de un ingeniero industrial como él, pero haciendo lo mismo para Petróleos Mexicanos. La cifra era una vez y media más que la que él ganaba. La responsabilidad propia, mayor.
No faltaba, en el ínter, aquel compañero que ya resollaba lo mismo por enfermarse en la plataforma que por presuntos o reales amoríos de su esposa. En tierra, claro. O el otro al que se le subía la presión a cada rato, el que se angustiaba de tanta soledad en el cuerpo que no le cabía en el alma.
De la cuadrilla de diez que viajaba en helicóptero y regresaba en lancha a los 14 días, tras cuatro o cinco horas de travesía marítima, no todas las cosas caminaban y algunos de los trabajadores técnicos se ausentaban conscientemente exponiendo su certidumbre laboral o, de plano —refiere el ingeniero Vázquez—, ya no regresaban buscando mejores derroteros. Terrenales.
Llegó el momento para este joven especialista. Tomar la decisión no fue difícil sino llevarla a cabo. Con toda tranquilidad y sin enfrentarse con nadie llegó a las oficinas de la empresa, dio las gracias y, a cambio, le ofrecieron las puertas abiertas, a sabiendas de que su labor la realizó con pulcritud, entrega y profesionalismo. Ya en tierra, dice ahora orgulloso, tiene nuevas oportunidades de trabajo y no añora mucho la mar y sus pescaditos. De regreso en casa de Mina, se ufana, de nuevo es feliz.
Fuente: RT