Una familia pasa 33 años en su casa porque el mundo ‘es peligroso’

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Durante más de 30 años, una familia italiana, una madre y sus dos hijos, han permanecido encerrados en su domicilio, alejados de la luz de la sol y de cualquier contacto con otras personas. Todo el mundoen el pueblo sabía de la situación. Los servicios sociales aprovecharon un problema en las tuberías del edificio para entrar en la casa y convencer a la familia de que abandonara su ‘cárcel’ voluntaria. El hijo mayor, que hoy tiene más de 50 años, sufre atrofia muscular.

“Fuera es peligroso, la gente es mala. Es mejor que os quedéis en casa. Aquí no os pasará nada“. Fue a finales de los años 70 cuando una madre, viuda desde hacía poco tiempo, convenció a sus dos vástagos, poco más que adolescentes, para permanecer en el hogar familiar encerrados para evitar el peligro de vivir en un mundo “lleno de riesgos”. La familia, de la que no se ha hecho pública la identidad, vivía en un apartamento de clase media en el centro de un pueblo situado en una de las zonas turísticas más frecuentadas deGrosseto, en la región de Toscana. Todo el mundo en el pueblo sabía de la existencia de los tres. Desde las autoridades locales hasta el cura. También los servicios sociales. Pero en casi 33 años,ninguno consiguió convencerlos para que abrieran las puertas de casa.

Era una familia aparentemente normal, repiten los vecinos. La hija, una atractiva joven, trabajaba como dependienta en una tienda del pueblo. El hermano mayor, acababa de terminar el servicio militar obligatorio y volvía a casa. El padre había muerto recientemente y la madre, por motivos desconocidos, consiguió convencer a ambos de que era mejor que se quedaran en casa y no volvieran a poner un pie en la calle.

De un día para otro desaparecieron y en el pueblo no les volvieron a ver. Al principio del ‘cautiverio voluntario’, cuentan los vecinos de la familia a la prensa local, la madre salía muy de vez en cuando para hacer algunas compras y pagar las facturas. Hasta que también ella dejó de salir a la calle. Compraba lo necesario en una pequeña tienda cercana a la que llamaba por teléfono y eran los mismos dependientes quienes se encargaban de subirla hasta la puerta de casa.

Fuente: EL Mundo

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