Imagínese que estamos admirando un atardecer en que el horizonte está calado con fuego dorado mientras que el azul profundo lo invade desde el lado opuesto del cielo. “¡Qué colores tan bellos!”, exclamo, y usted asiente.
Y luego, durante el silencio que sigue, me ataca una duda. Yo puedo apuntar al cielo y declarar que es azul, y usted estará de acuerdo. Pero, ¿estará usted realmente viendo el azul de la misma forma en que yo lo estoy viendo? Quizás usted sencillamente aprendió a llamar a lo que está viendo “azul”, pero en realidad no está viendo nada parecido al espléndido azul que estoy viendo yo.
Admito que esta es una preocupación que se ubica en el ámbito de la filosofía y no de la neurociencia.
Quizás no importa la experiencia interior sino que todos llamemos a los colores por el mismo nombre.
Pero si lo piensa un momento, implica que no está claro si alguna vez yo voy a tener acceso directo a cómo es ser usted, o usted a cómo es ser yo, o cómo es ser alguna otra persona o animal o cosa.
Mi preocupación quizás parece un poco más razonable cuando se considera el daltonismo, que afecta a más o menos el 8% de los hombres y 0,5% de las mujeres.
Muchas personas ni siquiera se dan cuenta de que son daltónicas. Viven entre gente que ve todos los colores, aprovechando el hecho de que usualmente hay otras diferencia entre las cosas de distintos colores que permiten distinguirlas, como intensidad o textura.
¿Cuán verde es mi jardín?
Nuestra visión de los colores empieza con los sensores en la parte posterior del ojo, que tornan la información de la luz en señales eléctricas en el cerebro. Los neurocientíficos los llaman fotorreceptores.
Tenemos diferentes tipos y la mayoría de la gente tiene tres fotorreceptores distintos para la luz de color. Estos son sensibles a los azules, verdes y rojos, respectivamente, y la información se combina para permitirnos percibir toda la gama de colores.
A algunos daltónicos, les queda difícil pasar esta prueba.
La mayoría de los hombres daltónicos tienen una debilidad en los fotorreceptores para el verde, así que pierden sensibilidad a los tonos de este color.
En el otro extremo de la escala, algunas personas tienen una sensibilidad al color particularmente acentuada.
Se los conoce como tetracrómatas, pues tienen cuatro fotorreceptores. Las aves y los reptiles son tetracromáticos y eso es lo que les permite ver radiación infrarroja y el espectro ultravioleta.
Los tetracrómatas humanos no pueden ver más allá del espectro visible de luz normal, pero su fotorreceptor extra los hace más sensibles al color en la escala entre el rojo y el verde, y por lo tanto a todos los colores en la gama de los humanos.
Para estos individuos, el resto de nosotros somos daltónicos.
Así que sí, compartimos este atardecer, quizás yo vi algo que usted no puede ver o visceversa. Pero si nuestros fotorreceptores son los tres tradicionales y funcionan bien, y la información que estamos recibiendo es más o menos la misma, quizás no.
No obstante, mientras el Sol se hunde lentamente en el horizonte, la duda sigue a flote. Lo que me preocupó originalmente es que aunque tenemos la misma maquinaria y podemos ver el verde de los árboles, el rojo en el Sol y el azul en el cielo, cuando yo digo “azul” puedo estar creando una experiencia interior distinta a la de otros cuando ellos dicen “azul”.
Detrás del azul de los ojos
Mi preocupación por su percepción interna del color azul es una faceta del aislamiento básico que es parte de la condición humana.
Incluso si pensamos que es posible conocer realmente bien a otras personas, no podemos estar seguros de ello.
Históricamente, una rama de la psicología ha adoptado una postura llamada conductivismo, que pretende que los interrogantes sobre la experiencia interior son irrelevantes.
Quién sabe qué colores está viendo usted, aunque los llamemos por el mismo nombre.
Ese enfoque afirma que si usted llama a mi azul “azul” y lo puede distinguir del rojo, y si ambos sabemos que ese es el color del cielo, mis ojos y el mar, ¿a quién le importa cómo es la experiencia interior?
Esta visión es sólida, pero quizás también es sabio tratar de convencernos de que la diferencia entre nuestras experiencias interiores es real y relevante -y que de hecho, es inevitable-.
Usamos palabras comunes y las utilizamos para nombrar experiencias compartidas, pero nadie puede ver el mismo atardecer, sencillamente porque la percepción es una propiedad de la persona, no del atardecer.
Y es que ser usted es único, así que ciertamente estamos viendo cosas distintas cuando hablamos de algo azul, así sea sólo porque el acto de ver incorpora sentimientos y memorias, así como la cruda información que llega a nuestros ojos.
En todo caso, el Sol ya se ocultó y nos vamos.
Podemos examinar nuestra vista para ver cuán afinada es nuestra percepción de los colores, pero nunca sabremos lo que es ser otra persona viendo un color.
Con tal de que ambos podamos decir que es un bello atardecer, aunque quizás mi azul y el suyo no son exactamente los mismos, lo compartimos.
Y es ese compartir lo que es único para nosotros dos, pues no hay otras dos personas en el mundo que tienen las mismas dos mentes.
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/05/130515_colores_finde.shtml?ocid=socialflow_twitter_mundo