Vidas escritas o la sensibilidad a la imagen

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Letras Áureas

javier maríasLeer esta estupenda obra de Javier Marías es una auténtica delicia. El libro, publicado por Alfaguara está bien hecho y con una encuadernación decente. En su interior, además de la letra, encontramos una serie de fotografías en donde aparecen los cuerpos y los rostros de literatos admirados por el autor. Lo interesante en esta joya literaria es la capacidad de ligar o relacionar la fotografía con el esbozo biográfico y la anécdota certera. Mencionaré a algunos de los gigantes de la pluma: William Faulkner, Joseph Conrad, James Joyce, Henry James, Ivan Turgueniev, Thomas Mann, Vladimir Nabokov, Rainer Maria Rilke, Arthur Rimbaud, Oscar Wilde.

Un total de veinte maestros son retratados por el ojo fotográfico de Javier Marías. Quiero decir, se elabora como una especie de imagen en espejo pero revertida en el rostro de los creadores. Entonces sucede un milagro en la lectura: ve uno la foto -digamos de Faulkner- y al comenzar a leer la semblanza del gran autor americano, inmediatamente embonan a la perfección. Es la prestidigitación del lenguaje la que hace posible esto. No obstante, el demiurgo debe tener dotes extraordinarias para lograr la proeza; hace resucitar a los personajes y que virtualmente se muevan dentro de la imagen estática.

Las herramientas que utiliza para llevar a cabo la anterior magia son la admiración y la ironía. Y en la segunda parte obra otro milagro: nos muestra un caudal de imágenes realmente impresionantes para que nosotros como lectores las degustemos y dentro de nuestras mentes construyamos una especie de mapa interior y de río de palabras para formar al personaje que nos mira. Posteriormente, el escritor cierra la obra, haciendo una preciosa, precisa, sólida, sublime y poética descripción de cada una de las fotografías de la segunda parte.

Es también una especie de ejercicio de premonición. Todos los personajes se dirigen hacia El Estigia. Por ejemplo: Stevenson juega una partida de cartas en la isla de Samoa al atardecer, baja por una botella de borgoña a la bodega y de repente grita ¿Qué es eso?, justo antes de derrumbarse. O Laurence Sterne, en una noche londinense, que exclamó: “Ya ha llegado”, y levantó la mano -dice Marías-, como para parar un golpe.
Marías escribe sobre los otros pero al mismo tiempo lo hace sobre sí mismo. Disecciona lo que adora y lo que aborrece de los actores en cuestión y les apunta la pluma de la ironía: Encontramos así a Thomas Mann prisionero tras los barrotes de su hipocondría; o a Mishima, ridículo hasta en la hora de diseñarse una muerte de opereta. Turgueniev era el más triste de los hombres y escribió un alegato contra la pena de muerte.
Veamos un fragmento del presente libro, con el objetivo de valorar y constatar una escritura bien hecha, original y creativa:

“Rimbaud era un superdotado que jamás sacó provecho de sus superdotes, si bien le sirvieron para aprender rápidamente cosas no muy útiles, entre ellas numerosas lenguas como el alemán, el árabe, el indostaní y el ruso, o ya luego las más útiles de los indígenas que rodearon su vida adulta o de exilio. También aprendió en poco tiempo a tocar el piano, que primero practicó durante meses imaginariamente. Esto es: como su madre se negaba a alquilar el instrumento, Rimbaud dibujó a cuchillo un teclado sobre la mesa del comedor, y en él se ejercitaba durante horas en completo silencio”.
Javier Marías nos da un paseo por sus escritores preferidos, haciendo gala de erudición y buen gusto: Henry James no valora la obra de Flaubert porque el artista francés lo recibe en lo que él cree es una simple bata; Conan Doyle odia a Holmes y lo quiere matar mientras riñe con su madre; Kipling al recoger su gran premio se encuentra con una Suecia en luto; Rimbaud, aquejado de una inflamación de rodilla, jamás se imaginó que lo llevaría a la tumba; Wilde diciendo antes de morir: “Estoy muriendo por encima de mis posibilidades”.

Un enorme regocijo disfrutar de esta joya literaria del autor de otras grandes obras como: El hombre sentimental, Todas las almas o Un corazón tan blanco.

Ignacio Maya
Twitter: @fraterignatius

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