Feliz día docentes
Si nos pidieran en este momento que recordáramos al mejor docente en nuestra vida, segura estoy de que lo traeríamos a la mente y al corazón sin problema. De la misma manera, pero al contrario, si tuviéramos que recordar una mala experiencia con alguna maestra o maestro, acordarnos sería sencillo y vendría acompañado de algún sentimiento negativo muchas veces sin resolver.
La importancia de los docentes en la sociedad va más allá de la simple transmisión del conocimiento. Su papel es fundamental en la formación de una sana comunidad y de relevancia en la vida futura de las personas que acuden a las aulas. La reciente pandemia de COVID 19 fue para muchos un momento de dar valor a tan honorable profesión. La docencia en nuestro país estaba programada de una manera tradicional y presencial, jamás pensamos que un panorama tan retador pudiera hacerse presente. Podrían cerrar todo menos las escuelas, pasara lo que pasara. Experiencias de salud anteriores, de efectos climatológicos o cuestiones sociales estaban en la historia, pero como esto nada nunca a nivel mundial y ahora tendríamos el reto para hacerle frente; innovar, reinventar y fortalecer. Y entonces las madres y padres de familia hablaban de cómo admiraban a los docentes, los valoraban, porque teníamos a los estudiantes en casa.
El ser maestra, maestro, es de esas profesiones ingratas. Son enaltecidas y bien alabadas cuando conviene, cuando se quiere hacer equipo en una campaña o sindicato, cuando es momento de dar algún premio o nombrar algún estudiante destacado, pero también es agraviada cuando parece que los docentes se ven hacia abajo, cuando se piensa que es una profesión menor (sí, así lo piensan muchas personas erróneamente hoy en nuestro México) y cuando sus sueldos y salarios ya sean de escuelas públicas, privadas, básicas de medio o superior no corresponden a tan profesional labor.
Esto es vocación, sin duda. Aquellos que ocupan estos espacios por mero oficio pasajero, solo como fuente de ingresos, por tradición familiar que no comparten o por herencia de plaza, y acuden a su puesto de trabajo con desidia, es mejor que se busquen otra manera de vivir, ya que son los que manchan, hieren y señalan negativamente a tan noble profesión.
Los que lo hacen de corazón, por voluntad, por vocación, por sentido de vida, por ilusión de cambiar a personas y generaciones, se merecen nuestro reconocimiento total, el cual jamás será suficiente.
Anhelar tiempos pasados en algunas ocasiones puede llegar a ser tedioso, pero les comparto que con la experiencia de muchos años frente a grupo y como directiva en varios niveles educativos, hoy añoro el respeto al docente. La figura de aprecio que debe representar no solo para el alumnado, sino también para toda la comunidad, la tendríamos que rescatar en favor de todos.
La exigencia para contratar personal educativo, que son quienes tiene en sus manos lo más preciado de cualquier sociedad, debe ser imperante. Perfiles preparados y con alto sentido de los derechos humanos son los que tienen que tomar las riendas de la educación. El desempeño de estos profesionistas puede marcar vidas en lo positivo o negativo por siempre en los estudiantes. Así de importante es esta hermosa labor, y por tanto el reconocimiento y remuneración de esta debería estar en consonancia a tamaña responsabilidad.
A todas las maestras y maestros que han marcado vidas para bien: GRACIAS, por dar más de su tiempo siempre, por ser impulso, por ser ejemplo, por transmitir pasión y valor, por escuchar, por ser empáticos, por contagiar alegría, por dar amor, por seguir aprendiendo, por sacrificar tiempo personal, por amar a México y querer que sea un mejor país día a día desde su hermosa trinchera.
¡Feliz día, docentes!