El Radar
Por Jesús Aguilar
La visita reciente de Claudia Sheinbaum a San Luis Potosí no sólo confirmó lo que ya era un secreto a voces: el rompimiento entre Morena y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) es un hecho irreversible.
Lo que ocurrió en Rioverde —con agresiones físicas, gritos, zafarranchos y humillaciones públicas— no puede leerse como un simple “incidente”. Es la manifestación más clara de una fractura profunda entre las bases de ambos partidos, que a pesar del discurso oficial de unidad, se detestan.
El caso más simbólico fue el de Rioverde, donde un grupo identificado con el alcalde Arnulfo Urbiola —emanado del PVEM— sacó violentamente del evento a Leobardo Guerrero, excandidato de Movimiento Ciudadano, bajo acusaciones de provocar a la “estructura verde”.
El ambiente se enrarece y lo hace temprano, demasiado temprano.
La presencia de Rosa Icela Rodríguez, Secretaria de Gobernación y principal aspirante de Morena a la gubernatura, encendió aún más los ánimos. Las imágenes que circularon en redes sociales son contundentes: gestos adustos, miradas evasivas, tensión palpable entre ella y el gobernador Ricardo Gallardo.
No hace falta ser experto en lenguaje corporal para entender que la guerra ha comenzado. Gallardo construye su propia candidatura encubierta —posiblemente con su esposa o algún otro alfil local— mientras Rosa Icela camina con el aval presidencial y de la nomenklatura obradorista.
El choque es inminente.
Y como siempre, cuando los pleitos entre élites se dan, la violencia política se desborda en las calles y en los eventos públicos. Lo que vimos en Rioverde fue el uso de estructuras municipales como brazos de represión.
Arnulfo Urbiola, hoy alcalde, parece decidido a “limpiar” a los no alineados en su territorio. No es la primera vez que su administración es señalada por intolerancia política. Lo nuevo es que ahora lo hace a plena luz, frente a cámaras y en un evento presidencial.
Desde el centro del país, la narrativa de la “unidad” es insostenible. San Luis Potosí está partido políticamente entre dos fuerzas que comparten el mismo gobierno federal, pero que se desprecian mutuamente. Los verdes acusan a los morenos de soberbia y exclusión; los morenos acusan a los verdes de oportunismo y manejos oscuros, agresividad . Ninguno se equivoca del todo. Lo grave es que las disputas ya no se quedan en los cafés de los operadores políticos: se están trasladando a las plazas públicas, y pronto —si nadie pone orden— podrían llegar a las urnas con consecuencias impredecibles.
En Antena San Luis y Astrolabio hemos documentado con puntualidad esta escalada. Se habla de guerra sucia, de estructuras paralelas, de compra anticipada de lealtades, de la importación de estrategas de confrontación.
El escenario que se dibuja para 2026 en San Luis Potosí es preocupante: un proceso electoral largo, lleno de simulaciones, con ataques personalizados, campañas negras y una ciudadanía cada vez más decepcionada.
Lo peor es que mientras las élites juegan a destruirse entre sí, los problemas estructurales del estado —inseguridad, falta de agua, abandono de la Sierra de San Miguelito, corrupción en los ayuntamientos— siguen sin atenderse. El pleito político se vuelve una cortina de humo que lo tapa todo, incluso las promesas incumplidas de la Cuarta Transformación.
San Luis Potosí está viviendo ya una guerra de baja intensidad entre sus dos principales fuerzas políticas aliadas. Al gobierno estatal le salen nuevos frentes o se agravan las circunstancias con los que ya tienen señaladas.
Entre el Gallardía Verde y el MORENATO potosino, la pregunta no es si se van a romper,eso ya ocurrió.
La pregunta es quién ganará esta guerra intestina y, sobre todo, a qué costo para la democracia, la gobernabilidad y la paz social.
La maquinaria ya se encendió. Y no hay marcha atrás, los botones rojos están calientes.