Lo que quedaba de Milan Jurisic, un asesino al que sus compinches trocearon y se comieron, estaba ordenado sobre una mesa de metal, a la derecha del laboratorio de Necroidentificación. Allí había, en realidad, dos cadáveres. Dos esqueletos más bien. Uno completo y ordenado (los técnicos no nos dijeron de quién se trataba). El otro era el de Jurisic. Una cinta cortaba el paso a ese cadáver en el propio laboratorio. Del otro pudimos tocar los huesos perfectamente ordenados, numerados y clasificados.
Los alumnos de la Escuela de Periodismo EL PAÍS-UAM, con los que Jesús Duva y yo visitábamos el año pasado la sede de la Comisaría General de Policía Científica, estaban impresionados (algunos mareados) con la visión en ese mismo laboratorio de unas falanges amputadas, flotando en botes de plástico, en proceso de regeneración química para poder sacar una huella dactilar con la humectación de los pulpejos.
Algunos alumnos se apoyaron en la mesa del primer cadáver para escuchar las explicaciones de los expertos en necroidentificación sobre las peculiaridades de su trabajo. Eso no les impresionaba: los dedos, sí.
Duva y yo no parábamos de mirar al otro cadáver. Quizás porque ese esqueleto solo lo podíamos mirar de lejos. Eso nos picó e hizo que insistiéramos en preguntar quién era; bueno, eso y que a su lado hubiera bolsas de plástico con barro y plantas, que faltaran trozos… Y, sobre todo, que los agentes no nos contestaran las primeras preguntas que les hicimos sobre ese cuerpo vedado al paso con una cinta.
Luego supimos que la policía había recuperado sus restos óseos (unos 100 trozos) después de rastrear minuciosamente durante cinco días (del 12 al 16 de marzo del año pasado) más de 1.000 metros cuadrados de la ribera del Manzanares (Madrid). El cuerpo había sido arrojado allí en 2009 por sus antiguos amigos del Clan Zemun, parte del grupo paramilitar serbio de los Tigres de Arkan (una banda de matones que llegó a picar a una de sus víctimas). La identificación de Jurisic mediante el ADN permitió comprobar que lo que decía una carta hallada en un registro en Valencia (cuyo contenido la policía calificó de “monstruosidad”) era cierto: que la disputa por una mujer entre el líder de la banda, Luka Bojovic, acabó en el asesinato, descuartizamiento y canibalismo de Jurisic. Un escarmiento, un aviso a los tigres y una prueba de fidelidad al líder.
La visión de los restos de Jurisic (en reconstrucción ósea) ha vuelto a raíz de una nota de la policía en la que informa de que en lo que va de año los especialistas de necroidentificación de la Policía Científica han identificado 25 cadáveres “en condiciones extrema”. La policía saca pecho porque sus agentes identificaron en apenas horas los cuerpos hallados enterrados la semana pasada de Ingrid Visser y Lodewijk Severin, la pareja holandesa asesinada en Murcia.Y cita el caso del cadáver devorado.
La policía recuerda la de cosas que cuentan los muertos, especialmente gracias a las nuevas técnicas. El forense José Antonio García Andrade tituló sus memorias profesionales de forma parecida: Lo que me contaron los muertos. Y recuerda también esos nombres tan tétricos del trabajo forense que nombran cosas cuya visión (y eso lo puedo asegurar) no es nada agradable: fauna cadavérica, pulpejos, necrorreseña, livideces, momificación
http://blogs.elpais.com/etiqueta-roja/2013/06/yo-vi-el-cad%C3%A1ver-devorado-de-milan-jurisic.html