Por Mario Candia
01/07/25
PEMEX Pemex es el hijo predilecto de la patria, el símbolo nacional de soberanía que cada sexenio se rescata, se presume y se vuelve a hundir. El gobierno de la 4T prometió que terminaría con la era neoliberal que había puesto a Pemex de rodillas y que regresaría la dignidad energética. Se presumieron refinerías, se habló de autosuficiencia, se juró que la nación volvería a ser dueña de su petróleo. Lo que no se dijo es que todo eso costaría más de cien mil millones de dólares en deuda y que, para rescatar a Pemex, primero había que hipotecar a México.
DEUDA Hoy, Pemex debe más de dos billones de pesos, una deuda que equivale a la mitad del presupuesto anual del país. De esa deuda, casi la mitad vence en los próximos tres años. La producción de crudo, que en otro tiempo llenaba de orgullo los discursos presidenciales, se encuentra en mínimos no vistos en cuatro décadas. Las refinerías operan a medias, Dos Bocas sigue siendo un monumento al concreto sin capacidad real de refinación masiva y la compra de Deer Park resultó ser un parche costoso para una hemorragia que no deja de sangrar.
SOBERBIA Pero lo más grave no es la deuda. Lo más grave es la soberbia. Morena decidió revertir la reforma energética que abría espacio a la inversión privada, esa que permitía compartir riesgos, tecnología y recursos con socios internacionales. Clausuraron la puerta, convencidos de que la pureza ideológica es más importante que la sostenibilidad financiera. Hoy Pemex no puede con su propio peso, pero tampoco puede buscar alianzas que le permitan levantar cabeza. El discurso de soberanía energética se convirtió en un acto de fe, mientras el presupuesto federal se desangra pagando intereses y transfiriendo recursos que se podrían destinar a salud, seguridad o educación.
AUSTERICIDIO La crisis de Pemex no es culpa del pueblo ni de un destino trágico. Es el resultado de un proyecto que se alimenta de discursos heroicos y se niega a rendir cuentas. Es la consecuencia de rechazar inversión con la excusa de la patria mientras se firman contratos opacos con proveedores amigos. Es la prueba de que el mito de la autosuficiencia es eso: un mito caro, que seguirá costando miles de millones de dólares cada año mientras el país se hunde en el austericidio que la 4T vendió como virtud.
REPENSAR PEMEX Pemex no necesita ser rescatado cada sexenio, necesita ser repensado. Pero eso no es compatible con la narrativa épica de la Cuarta Transformación. Es más sencillo hablar de soberanía mientras se firman nuevos créditos para tapar los intereses de los anteriores, mientras se manda al SAT a exprimir a pequeños contribuyentes para cubrir los agujeros de un gigante al que no le alcanzan sus propios ingresos ni para pagar a sus proveedores.
TOTÉM Así, Pemex se ha convertido en un tótem nacional que se venera mientras se arrastra financieramente. Un monumento al pasado que se paga con el futuro. Una empresa que presume soberanía mientras extiende la mano para pedir préstamos que endeudan a generaciones que ni siquiera saben lo que significa llenar un tanque con gasolina subsidiada.
BARRIL SIN FONDO La deuda de Pemex no es solo un pasivo en los libros contables de la nación, es la demostración de un país que no se atreve a mirar de frente la realidad: no hay soberanía sin sostenibilidad y no hay rescate posible si el rescate se convierte en un barril sin fondo.
LA REALIDAD La patria no se defiende con discursos ni se rescata con transferencias que se evaporan en gastos operativos. Se defiende con responsabilidad, con estrategia y con verdad. Mientras no se acepte que Pemex es inviable sin alianzas, sin inversión y sin transparencia, seguiremos atrapados en esta deuda infinita que se llama Petróleos Mexicanos, arrastrando al país con ella, mientras el petróleo se agota y las deudas se multiplican.
Hasta mañana.