Catadora de Hitler recuerda el miedo de cada bocado

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Una de las 15 catadoras oficiales de Adolf Hitler, Margot Wölk, de 95 años, se atrevió en la conmemoración del Holocausto a recordar públicamente el miedo que sintió durante dos años y medio al pensar que cualquier bocado podía ser el último.

La mujer fue reclutada a los 24 años por los nazis en Gross-Partsch, en Prusia Oriental (hoy Polonia), según publicó ayer la edición digital del semanario Der Spiegel.

“El alcalde del pueblecito era un viejo nazi. Nada más llegué allí, ya tenía al Schutzstaffel (Escuadrón de Protección) delante de la puerta gritándome: ¡Tú vienes con nosotros!”, recordó Wölk.

La joven secretaria había huido del apartamento de su familia, destrozado por las bombas, para vivir a dos kilómetros y medio de la localidad donde Adolf Hitler instaló su cuartel general, la Wolfsschanze (guarida del lobo).

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“Nunca había carne, porque Hitler era vegetariano. La comida era buena, incluso muy rica, pero no la podíamos disfrutar”, pues existían rumores de que los aliados pretendían envenenar al dictador y la catadora tenía que corroborar que los alimentos eran seguros.

Cada día, a las ocho de la mañana, la mujer era recogida por los oficiales del Schutzstaffel (SS) en casa de su suegra y trasladada junto a otras 14 jóvenes a una construcción de barracas en la que varios cocineros, repartidos en dos plantas, preparaban la comida para el cuartel general.

El personal de servicio traía bandejas con verdura, salsas, pasta y frutas exóticas que debían ser catadas. Wölk fue obligada cada día a poner su vida en juego por un hombre al que detestaba.

Jamás pensó en huir, pues no tenía adónde: el departamento familiar en Berlín quedó dañado por las bombas aliadas, su marido Karl estaba en la guerra y desde hacía dos años no tenía noticias de él, incluso lo daba por muerto.

En Gross-Partsch tenía a su suegra y una cama para dormir.

ENCIERRO Y ESCAPE

Con el atentado militar del 20 de julio de 1944, en el que Hitler apenas se hizo “un par de moretones” —lamentó Wölk—, los nazis extremaron las medidas de seguridad en torno al cuartel general y las catadoras fueron obligadas a abandonar sus casas e instalarse en una escuela vacía en las proximidades de la Wolfsschanze.

“Nos tenían encerradas como animales y nos vigilaban”, explicó la mujer, que además fue violada por un “viejo cerdo” oficial de las SS, según relató con la voz cargada de desprecio.

Cuando el Ejército Rojo se encontraba a pocos kilómetros del cuartel general de Hitler, un teniente la sentó en un tren rumbo a Berlín y le salvó la vida, pues más tarde Wölk se enteró de que sus 14 compañeras catadoras fueron fusiladas por los soviéticos.

Logró salvar la vida una segunda vez, cuando el médico que la acogió en Berlín negó a la SS que la fugitiva que buscaban se encontrara en su consulta.

No obstante, al regresar a su apartamento de Berlín, cayó en manos del Ejército Rojo y fue brutalmente violada durante dos semanas, hasta el punto de que las graves lesiones le impidieron tener hijos más tarde, explicó Wölk con dolor.

“Estaba tan desesperada. Ya no quería vivir”, susurró la anciana; sin embargo, recuperó la esperanza y las ganas de seguir adelante cuando en 1946 se reencontró con su esposo Karl, con quien compartió a partir de entonces 34 años de matrimonio.

Wölk sonríe cuando recuerda a su marido: no es una mujer amargada. Durante años no quiso hablar sobre lo ocurrido en Gross-Partsch, aunque nunca dejó de tener pesadillas.

Solo el pasado invierno, cuando recibió la visita de un periodista local con motivo de su 95 cumpleaños, decidió romper su silencio y hablar públicamente sobre los peores años de su vida.

“Únicamente quería decir lo que ocurrió, que Hitler era un tipo asqueroso. Y un cerdo”, concluyó.

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