EMPLEADAS DEL HOGAR: ESCLAVITUD SOFISTICADA

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Alicia quería estudiar enfermería. En Álamos, Puebla, no existía ni siquiera una clínica. Desde niña siempre quiso serlo, atender a niños y a señoras embarazadas. Cuando salió de Álamos, no fue para estudiar enfermería. Consiguió un trabajo temporal en la ciudad de México, en la casa de unos señores. Desde el primer día, dice, se encontró con un cerro de ropa que planchar; zurcir un par de uniformes de hijos ajenos; barrer, sacudir y trapear toda la casa. Dos pisos, con más de cinco habitaciones, tres baños, un pequeño jardín. Alicia enumera y se cansa de sólo recordar.

Gloria también tenía otro sueño: terminar la preparatoria y después matricularse en la universidad. No sabe por qué, pero la pedagogía le llamaba la atención. Lo cierto es que para concluir la prepa necesitaba tiempo, y entre un trabajo por la mañana y otro por la tarde; entre limpiar una casa y lavar sábanas y correr a otra casa, el sueño se hizo lejano.

Doña Fátima también es Puebla. Tiene 64 años, aunque renguea mucho y se queja de la espalda. No pierde la sonrisa. Son los años que dejó en el lavadero, en cocinas ajenas, puliendo baños, cuidando niños. “Por suerte no tengo marido, si no…”, y aún le quedan sonrisas.

O Lorenza Gutiérrez, de 36 años, quien desde los 13 dejó su comunidad, allá en la sierra norte de Oaxaca. Llegó a la Ciudad de México sin hablar español, con una nostalgia contagiosa, pero con el sueño, también, de encontrar una vida mejor. “Todas las que salimos de nuestra comunidad, quienes somos mujeres indígenas, creemos que venir a la capital del país, es llegar al paraíso y te das cuenta que no”, dice, quien hoy está al frente del Colectivo de Mujeres Indígenas Trabajadoras del Hogar.

Todas ellas comparten la misma profesión y el anhelo de superación. Su trabajo consiste en que cuando llegan los señores de la casa o los oficinistas, encuentren, no sólo limpio, sino distinto el lugar donde viven o laboran. Pero también comparten las vicisitudes y los problemas: un trabajo que no es considerado como tal, condiciones infrahumanas: explotación laboral y “esclavitud”, afirma Lorenza; comparten, además, horas y actividades extras que nadie paga; ni siquiera gozan de salario mínimo ni seguridad social.

En el mundo representan entre 4 y 10% de la fuerza laboral en países en desarrollo, y 2% en naciones industrializadas, según cifras obtenidas por ONU Mujeres. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima entre 52 y 100 millones los trabajadoras y trabajadores del hogar en todo el orbe. Del cual, 83% son mujeres.

La Red Internacional de Trabajadoras del Hogar expuso que en gran parte de América Latina, a diferencia de México, hay avances en materia de derechos. Uruguay contempla los mismos derechos laborales para los trabajadores del hogar como cualquier otro empleo. En Ecuador se adoptaron medidas para mejorar los salarios a este sector; Argentina y, recientemente Brasil, ampliaron la cobertura de salud y de seguridad.

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En México, el panorama es desolador. De los más de 2 millones 300 mil trabajadores del hogar, la mayoría mujeres, entre los 12 y 70 años, viven explotación laboral y discriminación. Para muchos son las gatas, las chachas, las criadas y las sirvientas. “No somos consideradas”, sostiene Lorenza Gutiérrez, “como trabajadoras del hogar. Somos las domésticas; es decir, las que podemos ser domesticadas y tratadas como cualquier cosa”.

LA SEGUNDA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD

Alicia se recuerda en la cocina de la gran casa, oyendo desde ahí el brindis, la emoción al abrir los regalos de Navidad, los abrazos. Recuerda y llora. “Extrañaba tanto mi pueblo, a mi mamá sobre todo, pero yo tenía que ser fuerte. Necesitábamos dinero, y en esa casa me trataban bien”.

Cuando se le pregunta a Alicia a qué se refiere cuando dice que la trataban bien. Ella responde: “Tenía mi cuarto en la azotea, no me cobraban ni la luz ni tampoco me regañaban si en la cocina veía la tele, mientras cocinaba. A veces la señora de la casa me regalaba ropa de su hija o me traían un pan de la calle”.

Pero también reconoce que el quehacer no tenía fin, sobre todo cuando los niños hacían destrozos o cuando tenía que cuidarlos. Regresaba a preparar la comida para el señor y los niños; recoger y lavar los trastes; descansaba una hora, de seis a siete de la tarde, pero enseguida debía preparar la cena, planchar la ropa de los señores y acomodar los uniforme. Eso, de lunes a viernes… “ah, y los domingos también”, aclara.

Doña Fátima aceptó el trabajo porque tampoco tenía dónde quedarse a vivir. La señora que la empleó,  le indicó lo que debía hacer diario, además de acompañarla a la iglesia por las tardes, “porque era mayordoma en esa iglesia y diario tenía que limpiar los floreros y los candelabros, o cualquier cosa que se necesitara. Todo eso lo hacía”.

Al principio, todo iba bien. Salvo la comida, huevos y frijoles con queso, casi todos los días. A lo mucho un trozo de carne y agua simple. Pero doña Fátima terminaba exhausta. “La señora me invitaba a ver las telenovelas, y yo me sentaba a su lado, pero me quedaba medio dormida”, cuenta. También asegura que no le importó mucho dormir en una colchoneta, junto a su cama, “yo creo que en realidad lo que necesitaba, era compañía”.

Soportó ese ritmo por cinco meses aproximadamente. Recibía regaños, porque la señora, de casi 80 años, le indicaba cómo hacer las cosas, la reprendía si roncaba por las noches y la criticaba por su manera de comer. “Tan india, me decía”, mueve su cabeza y sonríe. Pero el colmo de doña Fátima empezó un mes antes de renunciar, cuando su empleadora le prohibió bañarse en su regadera. “Dijo que yo tiraba mucho cabello, que le daba asco. En su jardín había una coladera y ahí me bañaba, en medio de sus plantas. Lo hice como tres o cuatro veces y la última, mejor renuncié”.

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En entrevista para SinEmbargo, Ricardo Bucio Mújica, presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), considera que son dos los principales problemas que enfrentan socialmente las trabajadoras del hogar: uno, de aspecto estructural; y el otro, “que me parece el más arraigado y complejo, es el cultural, donde se suman prácticas cotidianas de machismo, sexismo y racismo”.

Referente al problema estructural, el titular del Conapred entiende todo lo relacionado a las desventajas laborales. Sobre todo, advierte, al nulo acceso a seguridad social y a políticas públicas. “También hay que tomar en cuenta que es un problema nacional, pasa hasta en los propios pueblos. Hay omisión en las atribuciones legales: obligaciones que están en la ley y que se soslayan”, enfatiza.

En la página del Conapred se define al trabajo del hogar como: “…el nombre con el que las trabajadoras reivindican su actividad económica, productiva”. En 2012  también advirtió mediante otro documento: “El trabajo que realizan las trabajadoras del hogar es considerado social y económicamente inferior […] No quedan claros ni específicamente definidos los tiempos, los espacios, el objetivo y las funciones de la trabajadora, permitiendo la discriminación, la explotación, los abusos y maltrato”.

Para Bucio Mújica es importante visibilizar el maltrato y la discriminación hacia este sector. Asegura que el Conapred atiende quejas y brinda asesoría legal, e incluso cuenta con apoyo de traductores en lengua indígena en caso de que alguna trabajadora del hogar no hable castellano y quiera poner su queja.

“Los medios de comunicación también han fomentado esta idea de que las trabajadoras del hogar son inferiores, por eso decidimos implementar talleres con periodistas para que ubicaran los contenidos que discriminan. Pero hace falta proyectarlo a nivel nacional, porque si cambiamos estos patrones y logramos leyes para la trabajadoras, sería como la segunda abolición de la esclavitud en todo el mundo”.

MUJERES INDÍGENAS: DOBLE ESTIGMA

En junio de 2011 se aprobó el Convenio 189, avalado por la OIT, y en el que más de 400 países votaron, incluido México, para establecer y afianzar normas laborales para las y los trabajadores del hogar en todo el mundo. Entre los principales derechos están: horas de descanso, diarias y semanales (por lo menos 24 horas); derecho a salario mínimo y a elegir el lugar donde viven y pasan sus vacaciones.

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Sin embargo, lo que en teoría parece un avance, en México estos derechos duermen en el limbo. La dirigente del Colectivo Mujeres Indígenas, Lorenza Gutiérrez, precisa que este convenio se viola y se indiferencia en el país porque no existen las condiciones para hacerlos valer: “Muchas compañeras que no hablan castellano, llegan al Ministerio Público y como no hay traductores, su denuncia queda truncada, por ejemplo”.

Para la abogada y feminista, Axela Romero, el trabajo en el hogar “no es visto como trabajo, incluso para quienes lo hacemos y no tenemos remuneración. Pero las mujeres que se dedican por oficio a este trabajo no tienen un salario digno, porque se piensa que eso no es trabajo, sino una consecuencia de ser mujer. Porque en un sistema patriarcal y capitalista, las mujeres estamos destinas a espacios privados”, opina.

Desde el punto de vista del feminismo, Axela Romero explica cómo se da esta dinámica: en las sociedades patriarcales, los hombres son designados a la producción y al ámbito público, mientras que las mujeres se les atribuye el espacio privado y la preservación de la especie. Encargadas siempre de cuidar y proteger, el trabajo en el hogar tampoco se salva de ello.

“Por eso muchas trabajadoras del hogar terminan por ser quienes cuidan a los niños, a los enfermos, procuran a los empleadores, mantienen el orden de la casa, de lo privado. Culturalmente los hombres son para sí mismos; las mujeres, para los demás”, añade la también líder de la Estrategia Feminismo y otros Movimientos Sociales de Salud Integral para la Mujer AC.

La Encuesta Nacional sobre Uso de Tiempo (ENUT) revela que mientras las mujeres dedican 42.3 horas a la semana en promedio en actividades del hogar, los hombres destinan 15.2. Tan sólo en la preparación de alimentos, calentarlos y cocinarlos participa 87% de mujeres, frente al 44 por ciento de hombres. Ellas dedican 9 horas y 30 minutos en promedio; ellos, tres horas y 12 minutos. En lo que se refiere a la limpieza de la casa: 90% es efectuado por mujeres, mientras que 63% de los varones participa de esta actividad. Lo mismo se repite, según la ENUT, en lo referente a ir por las compras y cuidado de calzado y vestido.

Debido a esta asimetría de poderes, explica la Maestra Romero, muchas mujeres viven acoso laboral, perciben menos salarios en el mismo trabajo que hacen los hombres e incluso violencia sexual y, por supuesto, discriminación y explotación laboral…  las trabajadoras del hogar, son un blanco perfecto.

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Por ejemplo, Gloria. Aún recuerda la vez en que comenzó el quehacer en la casa de un matrimonio joven, cuando el esposo andaba de un lado a otro desnudo, erecto y hasta coqueto. Ahora, Gloria lo toma con sorna, pero en aquel entonces lo vivió muy incómoda. Otra experiencia laboral sucedió hace un par de meses:

“Trabajaba con un señor que vivía solo. Yo entraba a su casa, tenía las llaves y hacía mi trabajo cuando él se iba al suyo. Pero un día me marca, enojado y grosero, y me pregunta por una prenda que no encontraba. Le dije que yo no sabía. Entonces me advirtió que si esa prenda no aparecía, tendría problemas legales. En ese momento fui a su casa, pero en el trayecto me marcó muchas veces y me advertía que también perdió otras prendas y que yo era sospechosa. En todo el tiempo que trabajé con él, nunca toqué nada que no fuera mío”, revive el momento con indignación.

Cuando Gloria llegó a casa del señor, éste le confesó que la prenda apareció en casa de su ex esposa. Gloria más indignada aún, le devolvió las llaves y renunció, pese a la congoja de aquél. “Con el tiempo he aprendido a valorar mi trabajo. Nosotras les brindamos un servicio para que ellos se sientan mejor en su espacio. Cobro lo justo, ahora pido aumento y exijo respeto”, apuntala.

“En la medida que empleas mujeres que tienen poca formación o información, se les violan sus derechos. Ellas producen un servicio, pero no tienen ningún derecho. Al contrario sufren hasta golpes y hostigamiento. Su condición se compara al de la esclavitud… o mejor dicho, a la trata laboral”, asevera Axela Romero.

DERECHOS Y OBLIGACIONES

Lorenza prefiere que en lugar de patrona o jefe, se les llame empleadores. Tampoco le gusta que se le denomine como trabajo doméstico, “porque a nosotras siempre se nos ha querido domesticar. Somos profesionales en las tareas del hogar y cobramos por ello”.

Pone los punto sobre las íes y enumera las formas más comunes de discriminación y explotación laboral. Ella, que está más enfocada a asesorar a mujeres que vienen de comunidades indígenas, explica: “Nos obligan a ponernos uniforme, que no es nuestro traje con el cual estamos acostumbradas a vivir; se nos prohíbe nuestra lengua; también nuestras tradiciones, porque hacemos tequio, es decir, hacemos trabajo colectivo para nuestras comunidades y tenemos que ausentarnos, a veces, un año. Por supuesto que perdemos el trabajo”.

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Los retos que enfrenta una trabajadora del hogar, sobre todo si proviene de una comunidad indígena, es aprender el castellano en el tiempo más breve. Circunstancias tan cotidianas como contestar al teléfono, pasar un recado, entender una instrucción… hasta leer el instructivo de un electrodoméstico, revisar los manuales. “Si llegas a descomponer algo, te lo descuentan”, dice.

Su labor consiste en buscar chicas provenientes de comunidades, asentadas en la ciudad de México. Las busca en las afueras del Metro Pino Suárez, en Chapultepec, La Villa o en la Alameda Central. Las asesora, se reúne con ellas para informarlas, darles a conocer leyes, formas de negociar el empleo, sus obligaciones también.

–¿Qué edades promedio tienen las trabajadoras que vienen de comunidades indígenas?

–Principalmente de 18 a 30 años. Son solteras, y aunque vienen de todo el país, las que conozco, en su mayoría, son de Oaxaca, Puebla y Toluca.

–¿Qué debe hacer una trabajadora cuando pide trabajo o es requerida? ¿Qué condiciones debe pedir?

–Lo primero es que haya claridad. Hablar de tiempos, de horario. Por ley no puedes trabajar más de ocho horas al día. Tienes días libres, vacaciones, derecho de antigüedad, puedes solicitar que tu empleadora te dé de alta en alguna prestación social, de salud o vivienda. Tienes derecho a saber qué tanto harás. Porque sucede que te emplean en una cosa y poco a poco te dan más trabajo por el mismo precio. Eso es explotación laboral.

–¿Hay cuotas específicas, algún tabulador que indique el salario que se percibe?

–No, todavía son detalles que nos faltan. Lo que sí, es que la trabajadora debe saber cómo es la casa, cuántos integrantes hay en la familia, qué actividades tiene que hacer y decir no cuando algo no estuvo contemplado al momento de negociar el trabajo. Si hay actividades extras, se cobra como tal. También hay que considerar que una no puede cobrar lo mismo en todas partes. No es lo mismo una casa en las Lomas de Chapultepec que en una de casa de clase media. Lo que pasa es que muchas trabajadoras se quedan calladas cuando se les pide hacer más trabajo, porque tienen miedo a que las corran. Hay que tomar en cuenta que muchas de ellas destinan su dinero a las comunidades, a sus familias, por eso, desde esa violencia económica, no dicen nada.

Lorenza Gutiérrez empezó esta labor cuando quiso perfeccionar su oficio: cocinar mejor, utilizar electrodomésticos con cuidado; así recibió capacitación de primeros auxilios, de mudanza, cuidado de niños… “Todo lo que una debe saber como profesional. Ah, porque otra cosa importante: tenemos derecho, pero también la obligaciones: dar un buen servicio, cuidar las cosas, ser eficientes, ser puntuales, renunciar con anticipación. Todo es recíproco”, añade.

–¿Qué les recomienda a los empleadores?

Lorenza piensa unos segundos y responde:

–Lo principal es que comprendan que dejamos nuestra comunidad, que estamos solas. Cuando nos dicen que somos de la familia, a veces no es cierto: si fuera así nos darían un trato digno. Comida fresca, un lugar para sentarnos, para dormir, tener nuestro espacio, nuestra identidad. Que también revisen las leyes: si nos despiden, qué protección o liquidación deben darnos. Pero lo principal, es que respeten nuestra identidad, lo que somos: mujeres indígenas, trabajadores del hogar –finaliza.

EMPLEADAS DEL HOGAR: ESCLAVITUD SOFISTICADA

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