
Es el viejo diccionario repleto de adjetivos y corto de ideas, desempolvado justo para la ocasión. “¡Vendepatrias!”, grita Aline Pérez, del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba, mientras despliega una bandera de Estados Unidos. Le secunda Wilma Espín. Lanza un fajo de dólares falsos al rostro de una mujer, sentada a unos centímetros de distancia.
Le grita: “¡Usted trabaja para la CIA!”
Y ahí, recibiéndolo todo, aguantando estoica, está Yoani Sánchez. La tuitera cubana. La creadora de Generación Y, el blog más leído de Latinoamérica, con el que ha desnudado parte de la realidad de Cuba. Una persona que divide. Usted elija: o es el diablo proyanqui o una voz que lucha por la libertad de expresión. Agente de inteligencia estadunidense o simple internauta. Desestabilizadora profesional o reportera ciudadana.
Sánchez, una de las blogeras más conocidas del planeta, una voz que desde Cuba se ha hecho de millones de lectores, ha sido invitada a un salón arrumbado en una esquina del Senado a dar una conferencia sobre libertad de expresión, como parte de la escala que ha hecho en México dentro de su gira mundial.
Quizá con la memoria de lo mal que le fue en los choques del pasado con La Habana, el Estado mexicano toma sus precauciones y recibe a la opositora con cierta frialdad: envía solo a dos senadores de oposición, Roberto Gil y Manuel Camacho Solís, a darle la bienvenida. Nada de plenos. Nada de comisiones. Nada del Ejecutivo. Ni por error un funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El PRI ni se asoma. Es una conferencia atendida en su mayor parte por asesores a los que se ha obligado a llenar el sillerío.
Pero aún eso es objeto de un intento por reventarlo todo. “¡No se le debería permitir a esta mujer estar en el Senado! ¡Tiene una campaña de desprestigio contra Cuba financiada desde el extranjero!”, reclama Espín, de nacionalidad mexicana pero, por alguna razón, ferviente defensora del régimen cubano.
El senador Gil solo atina a mover la boca un poco, como tratando de tomar aire, sorprendido. Camacho Solís, de plano, ni mete las manos. No va a comprar boleto en esta pelea. Yoani está sola.
“¿Me deja hablar?”, pregunta Sánchez educadamente. Guarda la compostura. Recoge los billetes que momentos antes le han lanzado. Los mira. Donde debería estar George Washington, hay una foto suya. En el anverso contienen conspirativa 1.0: datos sobre su supuesta filiación a la CIA, cifras sobre seguidores fantasma en Twitter, información de cómo su blog es utilizado para desestabilizar la Revolución Cubana, fechas de visitas suyas a la oficina de intereses de Estados Unidos en la isla.
“Tengo derecho a la expresión”, repone. “Diga argumentos, no insultos. Tome el micrófono. Hágame una pregunta”. De nada sirve. Las activistas se han dado la vuelta y abandonan la sala, lanzando más acusaciones y billetes en el trayecto.
Sánchez toma el dinero, como mirando de nuevo las acusaciones contenidas en su dorso. Lo arruga entre las manos. “Es una falsedad total. Esto es lo que hace la maquinaria de propaganda de mi país”, lamenta. Lanza el billete al suelo.
Una hora más tarde, Yoani subirá un mensaje a su cuenta de Twitter: “Ningún insulto va a callarme, podrán enviar a un coro de gritos y a las huestes de la difamación pero no dejaré de hablar ni opinar”.
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