
Cuentan tres leyendas que una mujer llegó a ser la Sumo Pontífice de la Iglesia católica. Llevaba por nombre Johanna (Juana) y se supo de ella por primera vez a mediados del siglo XIII.
Puede sonar extraordinario el hecho de que una mujer haya sido la cabeza de la Iglesia católica, sin embargo, esta historia medieval se recuerda hasta estos días a pesar de tener varias versiones.
La narración del cronista dominico Jean de Mailly fue tomada por otro dominico, el inquisidor Etienne de Bourbon, quien incluyó la historia en su trabajo Siete dones del Espíritu
Santo.
En su relato, la papisa no tiene nombre, pero se le ubica en el año 1100. La narración dice que una mujer muy talentosa, vestida como hombre llegó a ser notario de la Curia, después cardenal y finalmente Papa.
Su historia terminó cuando dio a luz mientras montaba a caballo. Al descubrirla, los habitantes de la zona decidieron atarla a la parte posterior de un caballo para que fuera arrastrada alrededor de la ciudad mientras la apedreaban hasta morir. Luego fue enterrada en el sitio mismo donde perdió
la vida.
En ese lugar, dice el texto, fue puesta una inscripción que decía Petre pater patrum papissae prodito partum (Pedro, padre de padres, revela el parto de la papisa). Durante su mandato, añade la historia, fueron introducidas las témporas, que son periodos cortos de rezo y reflexión al término de cada estación del año y que son llamados “ayunos de la papisa”.
La segunda versión es la de Martín de Troppau, quien relata que después de León IV (847-855), el inglés John de Mainz ocupó la silla papal por dos años, siete meses y cuatro días. Él era, aparentemente, una mujer. En su juventud fue llevada a Atenas disfrazada de hombre y fue tal su avance en el aprendizaje católico que nadie la igualaba. Llegó a Roma, donde enseñó ciencias y así atrajo la atención de los intelectuales.
Gozó del mayor respeto por su conducta y erudición y, finalmente, fue seleccionada como Papa, pero quedó embarazada de uno de sus asistentes de confianza y dio a luz un niño durante una procesión entre la Basílica de San Pedro a la de San Juan de Letrán.
Ahí murió casi de inmediato y fue enterrada en el mismo sitio. Los papas que le siguieron siempre evitaban el camino que siguió por su animadversión a esa desgracia.
Otra versión es la de Martín de Troppau, quien vivió en la Curia como capellán y penitenciario del Papa, razón por la que su historia fue ampliamente leída, haciendo que la leyenda obtuviera gran aceptación.
En su crónica relata de una manera diferente el destino de la papisa: tras su alumbramiento, Juana fue inmediatamente destituida e hizo penitencia por muchos años. En cuanto a su hijo, llegó a ser obispo de Ostia, donde la mantuvo
enterrada.
Los relatos dicen que Juana nació en el año 822 en Ingelheim am Rhein, Alemania, y era hija de un monje, por lo que creció sumergida en el ambiente religioso y tuvo la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época.
La carrera eclesiástica era la única que permitía continuar unos estudios sólidos, por lo que Juana entró en la religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés).
Según las leyendas, la farsa de Juana obligó a la Iglesia a comprobar la virilidad de los papas electos: un eclesiástico revisaba manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de la Sedia Stercoraria o silla perforada. Si todo estaba en orden exclamaba: Duos habet et bene pendentes (tiene dos y cuelgan bien).
http://www.excelsior.com.mx/2013/03/08/887916
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