Unas palabras para inventar y destruir el silencio

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Me pidieron que dijera unas palabras, y pensé en hablarles del silencio.

De la nada absoluta e ignota que comenzó a existir cuando la nombramos, o un Dios concentrado en su obra como el primer silencio. El paisaje mudo que atestiguó la siembra del fruto vedado. La sorda culpa de José el carpintero al enterarse de los planes herodianos. Elohi, Elohi, lĕma’ šĕbaqtani y el cielo contrito que se vaciaba ante el Rabí de Galilea y que en realidad era un espejo. Las vocaciones fugaces de Funes mirando su biblioteca. Las exhalaciones de Martin Luther King al vociferar la posesión de un sueño libertario. La extranjería de Reyes, Pitol y Sada en su propio país. Los entregas imposibles de Beatriz al poeta supremo. Las lágrimas de Madero el prisionero, enjugadas por la proclama que permitió su escape. Un puente de besos sobre los abismos de la memoria. El solitario laberinto en que meditabundos y errantes buscábamos la tierra prometida y llegamos a la chingada. Los instintos de Ariel y la inteligencia de Calibán. La mirada impertérrita de Juárez ante los sollozos imperiales. El embeleso del que pretendía un amor y conquistó un Aleph. El otoño del patriarca que no sobrevivió al invierno de sus ficciones. Las imperdonables mil y una noches de Lecumberri. La poética desnuda de Pedro Lemebel callando su ternura. La piedra negra sobre la piedra blanca en un risco chileno de suicidas. El luto de Marx al enterrar al tercero de sus hijos. Los sueños que se cobijaron teniendo El Príncipe como almohada. La agonía del sabio de Gotinga. Sabines haciendo la luz dentro del ojo. Los suspiros distantes de la Maga a Rocamadour, mientras vemos cómo crecen nuestros hijos. 1968 pensado 132 veces. Once uruguayos bailando sin música en Maracaná. Tantos sótanos de América Latina exponiendo galerías de la tortura mientras Carlos Wieder salmodiaba en el cielo el elogio de los genocidas. El secreto de Othón encerrado en el desierto, el desierto y el desierto. Las duermevelas de Arriaga en 1857. El instante previo a cuando el Hombre Nuevo dijo: dispara carajo que vas a matar a un hombre. El estoicismo infinito de Cuauhtémoc. Una selva, una noche, un pasamontañas, y el olvido. El poeta encerrado escribiendo su himno de todos. La furia contenida de quienes escucharon al Águila Ciega prometer futuros incendiados en el Teatro de la Paz. El delirio del Alea Jacta Est en la gloriosa decisión que atravesó el Rubicón, y César en la mañana de Farsalia. El fantasma de Comala o un llano en llamas, según se elija. La Plaza de las Tres Culturas el Tres de octubre. La lengua de Belisario cercenada por un chacal inmemorable. El brazo mutilado de Carmona. Un país que se desangra en las heridas de su miedo. Una estrepitosa avalancha de palabras que empalmadas travisten al ruido de silencio. Cómo puede oírse, a veces el silencio dice mucho más que las palabras. Todos sabemos que el silencio es imposible que los pertrechos silentes son un oasis, y que aún en ellos, nuestros latidos y nuestra respiración le impedirían nacer. El silencio es un estatus imposible porque quien aspira a escucharlo acaba afirmando con su búsqueda su propio nihilismo. Nada es tan contundente como la elocuencia absoluta del silencio. También es cierto que no es lo mismo el silencio que quedarse callado. Que sólo existe lo que se nombra y que cuando quienes tienen la responsabilidad de escribir para informar, eligen de qué hablar, y al hacerlo, también deciden qué resto callar, contribuyen a perfilar la agenda pública, dando prioridad a las urgencias ciudadanas o sepultando con compromisos políticos la agenda social. Nadie puede negar que la palabra y el silencio están precedidos de la libertad. Que uno y otro pueden ser una elección y también un interés. Que hemos perdido la ingenuidad, pero que vivimos en un país de máscaras y que si algo nos regaló la modernidad democrática en materia de derecho a la verdad,  fue la democratización de las verdades a medias. Información más insuflada de poder que de verdad, y por ende, supremacía del aparato y no del mensaje, pues como dijo Mario de la Cueva, en el vasto campo de la libertad, sea esta la del lodazal o la de la pureza, entre el fuerte y el débil es la libertad lo que mata. Control de medios no es solo pagar para que se diga, sino pagar para que no se diga. De forma tal que no se compra la información sino el silencio. Hoy como nunca es necesario debatir el uso del silencio informativo. La libertad de expresión en tiempos posdemocráticos enfrenta los mismos viejos atavismos y los mismos condicionamientos económicos de las fuentes que subvencionadas con recursos públicos que trafican las adhesiones o las censuras para actores públicos con intereses privados. En la época convulsa de estos tiempos líquidos, la información pasa tan rápido que el mensaje va perdiendo peso ante la voluble estridencia de la diatriba. ¿Por qué la información se ha venido condicionando a partir de los hechos deleznables de la clase política? No sólo porque cuando los gobernantes ejercen diligentemente sus responsabilidades cumplen con su deber y no hay nada que conmemorarles. Sino porque cuando hacen todo lo contrario, en el mercado electoral de las reputaciones canjeables, se encarece el precio de lo no publicable en detrimento de la publicación de aquello positivo de un interesado que casi a nadie le importa. El precio dumping del silencio. Ello ocurre porque el silencio no puede existir sin la palabra que lo nombra, y la palabra no puede existir sin el silencio que la provee de significado. El lenguaje es una extensión de la realidad dirían los epígonos de Levi Strauss, pero también es verdad que las palabras son un instrumento que condiciona la propia percepción de la realidad. No por algo Gianni Miná documentó la desaparición de América Latina para los europeos en la década de los noventas, mientras el homo videns de Sartori se regodeaba en profetizar el advenimiento de la dictadura de las imágenes y su producto más acabado, visual entonces, literal ahora, Berlusconi. Es que no es lo mismo hacer votos de silencio que silenciar los votos. Las reformas electorales que obligaron a cierto grado de equilibrio en el acceso a los medios de comunicación para los partidos políticos y sus candidatos no resolvió de fondo el problema de la inequidad de los procesos electorales, esto ocurrió porque el dinero que no pudo gastarse en medios buscó otros canales, y porque no se puede acabar legislando hasta el último reducto de la subjetividad de medios y comunicadores. Va siendo hora de ser realistas y terminar por aceptar que el problema no es sólo que los medios tengan una afinidad política que en muchos casos es evidente y que deben contener con medidas regulatorias, sino la urgente convención de códigos deontológicos para el ejercicio del periodismo en los que se converja en que el ciudadano tiene derecho a saber desde que procedencia ideológica se comunica y con qué propósito se deja de comunicar. Deliberaciones éticas postergadas y cuyo consenso se encuentra sepultado en el panteón de la democracia liberal que no hemos construido. ¿Qué grado de objetividad tiene una información que dice más con sus ausencias que con sus referencias? Claro. Es que el silencio es la otra cara de la palabra. El periodismo no puede agotarse en las fronteras del lenguaje, hoy más que nunca es necesario construir un periodismo lector, más que un periodismo escritor. Necesitamos crear críticos de la información y no sólo periodistas profesionales, de la misma forma que necesitamos más ciudadanos con convicciones democráticas y no sólo servidores públicos de carrera. Eliminar las fronteras excluyentes para los ciudadanos de la política, y de los políticos para la sociedad. Porque tampoco es lo mismo veracidad que verdad. Ni es lo mismo silenciar algo que nuestro interlocutor desconoce y deseamos que siga ignorando, que no decir algo con la intencionalidad de que nuestro interlocutor lo infiera por sí mismo, el silencio que procrastina una verdad y el silencio que la provoca.  Pero además de la intersubjetividad entre mediación, lenguaje, ética y poder, la realidad informativa es sólo una parte de la realidad total. Al escribirnos y leernos, alteramos en alguna medida lo que conocemos y lo que opinamos, pero la cultura lectora va muchos años atrás de la cultura política. Quizá eso lo explica todo. No por nada el silencio en sus versiones más arteras puede ser un delito y tampoco puede obviarse que para proteger los datos personales el silencio es una obligación. La fantasía de la Ilustración suponía que cuando la educación fuera generalizada el ser humano completaría por fin su proceso civilizatorio. Luego vimos que ningunas aberraciones fueron tan cruentas como las que ocurrieron después de la muerte del Antiguo Régimen. Por eso no resulta incomprensible que uno de los efectos residuales de la posmodernidad que sobrevino a la sociedades de la información sea saber todo lo que queremos pero casi nada de lo que necesitamos. Mario Vargas Llosa en “La civilización del espectáculo” sostiene que es una de las consecuencias de convertir el entretenimiento en el valor supremo de una época es que, en el campo de la información, insensiblemente ello va produciendo un trastorno recóndito de las prioridades: las noticias pasan a ser importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no tanto por su significación económica, política, cultural y social, como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular.  Vale la pena pelear por el derecho a decir, pero no podemos dejar de luchar por el derecho a saber. La libertad de expresión no es una conquista ni una guerra ganada, es una batalla de todos los días que muchas veces gana o pierde con sangre la libertad de escribir con tinta. En fin, ahora mientras me escucha, mañana cuando nos lea, refundaremos a Babel en la azotea, o celebraremos la conjura de los necios, podremos abrazarnos en el juicio, o seremos unos privilegiados del disenso. Sabremos de antemano que podremos ser derrotados al querer cambiar al mundo con ideas, pero saldremos a pelear con la misma alegría. Pero acaso la ruptura del silencio tenga tonos menos dramáticos, y las cosas sigan pasando a pesar de nosotros y nuestra única impronta por la tierra, sea confesar que vivimos como Neruda, cohabitando las palabras que nos dieron a luz. Y diremos… …Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Que buen idioma el mío, que buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.             Muchas gracias.]]>

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