COLUMNA CINEMAFEST: RENACER

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POR CARLOS ARMANDO LÓPEZ GONZÁLEZ

La mañana del 29 de abril de 1945, el sol volvía a brillar sobre Italia. El régimen de Mussolini terminaba como había comenzado, en medio del caos y la incertidumbre de un pueblo que veía cada vez más lejano el fin de la pesadilla que significaba un mundo en el que la felicidad era tener segura una comida al día.

En el marco de este desolador panorama, la gente se veía en la necesidad de reflejarse y mostrar su triste realidad, en la necesidad de encontrar una narrativa que diera respuesta a las interrogantes que el destino hacía caer sobre Italia. El país que dio origen al renacimiento, necesitaba renacer. En medio de tal contexto, el director Roberto Rossellini escribía el guion de “Roma, ciudad abierta” un filme que se convertiría en una clásico de la época, un filme que daría inicio a uno de los movimientos artísticos más importantes del siglo XX, el neorrealismo italiano.

Caracterizado por un realismo intenso, que contaba con la espontaneidad de la improvisación, y por unas imágenes naturalistas al más puro estilo de Jean Renoir, el neorrealismo italiano combinaba el estilo documental y el drama, para dar vida a los relatos más duros que recuerde el cine. La guerra, la miseria, el destierro, y muchos más problemas eran fielmente reflejados en el celuloide. Cómo no recordar el emotivo final de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. Aquel momento en el que las lágrimas de Bruno salvaron a su padre de ir a la cárcel, volviendo a casa cargando la vergüenza de rebajarse al nivel de quien le había robado. Un filme tan cruel, como la realidad dejada por guerra.

Del neorrealismo, destaca la desaparición de la puesta en escena y de la noción del actor, el sentimiento se vuelve lo más importante. Cada ángulo, cada diminuto paneo refleja la emoción que se quiere transmitir. El Milagro de Milán de De Sica, se caracteriza por un rodaje exterior que mostraba un contexto devastado que, sin embargo, daba un pequeño giro al final de un guion tan finamente escrito, una obra maestra de inicios de la década de los 50.

No obstante, la llegada de nuevas ilusiones y vientos de cambio, apagaron la llama del neorrealismo, estaban por dar fin a una de las más gloriosas épocas que jamás ha visto el cine. El cine italiano dio un giro hacia nuevos temas y problemas propios de un nuevo contexto. El último respiro para el movimiento vino de la mano del reconocido Federico Fellini y las emotivas Ocho y medio y La dulce vida, ya entrados los años 60.

El anhelo de contar hechos reales, de forma real, ocurridos en la realidad con especial atención al mundo del trabajo, a la vida cotidiana, dio sentido a uno de los momentos más duros del siglo XX. Así como llegó se fue, en el momento más indicado. En el momento en el que se supo que ya no sería necesario el neorrealismo se alejó, dejando en el corazón de más de uno, el recuerdo de una de las épocas más conmovedoras en la historia del cine. Un momento en el que la risa y las lágrimas, daban luz en medio del olvido.

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