Por Luis Lauro Ramos Rodríguez. @lauroramosrdz.
Después de las pasadas elecciones en las que Morena se consolidó como un nuevo partido hegemónico, que concentrará un poder sin igual en la historia de la democracia mexicana, los partidos de oposición estarían obligados a realizar cambios significativos para poder seguir siendo relevantes en el escenario político.
Estos cambios, necesariamente drásticos, deberían haber comenzado por sus dirigencias, pero no solo siendo una persona distinta quien ocupe el lugar de Alito Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano, sino siendo un perfil verdaderamente diferente. Alguien que se haya formado en un nuevo entorno político, que no pertenezca a la misma facción interna de quienes hoy dirigen su partido, y que tenga la capacidad de reconstruir una institución que hoy vive únicamente de su pasado. Después de renovar liderazgos, debería quizás seguir un proceso de reconstrucción institucional: mesas de trabajo de la mano de la militancia para diseñar una nueva visión de partido, nuevas estrategias electorales y de selección de candidatos que puedan ser más efectivas, y un proceso de autocrítica y humildad con vistas a corregir los vicios que desde el mes pasado los tienen en la lona.
Pues bueno, tuve que hablar en pretérito porque esto no sucedió y probablemente no sucederá. El pasado domingo, en un apresurado encuentro nacional, a mano alzada y sin mayor explicación, el actual dirigente del PRI, Alejandro Moreno, fue reelecto con posibilidad de mantener su puesto hasta 2032. Asumiendo que para ese año todavía haya partido que dirigir, el escenario que enfrenta el PRI me parece de todo menos optimista. Desde que Alito está al frente de esta institución, no se ha escuchado hablar más que de distintas polémicas relacionadas con la corrupción, la malversación de fondos y un uso irresponsable del poder.
Si bien no es Moreno el único responsable de que el PRI cada vez decaiga en cuanto al apoyo popular, sí ha sido él quien hizo al partido perder el apoyo de agrupaciones como la Confederación de los Trabajadores Mexicanos. También fue él quien no fomentó la creación de cuadros que pudieran generar nuevos perfiles más interesantes para el electorado y, por el contrario, ha dividido a su misma militancia, expulsando del partido a miembros de peso como los alguna vez secretarios de Estado, Miguel Ángel Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu.
Por otra parte, Acción Nacional tampoco tiene un devenir muy positivo, pues parece que el proceso de renovación de sus liderazgos será bastante turbulento. La dirigencia actual del partido ha intentado ignorar su responsabilidad por los malos resultados en las elecciones pasadas. Marko Cortés se ha enfrascado en discusiones con el mismo Felipe Calderón, a quien señala junto con Vicente Fox de ser los artífices de las peores pérdidas de votos del partido, todo esto en lugar de intentar mejorar las condiciones de cara al futuro. Quien pinta para ser el próximo líder panista, Jorge Romero, no es más que un protegido e instruido por el mismo Marko, quien además plantea hacer que el PAN se sume a las corrientes de derecha pura que a nivel mundial se han desarrollado.
Todo parece indicar también que, mientras estos partidos resuelven sus problemas internos y al tiempo que el PRD lucha por no desaparecer, la alianza que se formó en diciembre de 2020 dejará de funcionar en unidad. No sé cuánto tiempo se vayan a tardar en ponerse de acuerdo, pero si no lo hacen rápido, esa barrera de tres votos que evita la mayoría calificada para Morena y aliados en el Senado será aún más frágil de lo que ya es. Parece que hasta el momento, el rechazo electoral al que se vieron sometidos estos partidos no les ha motivado a otra cosa más que a intentar proteger el privilegio de los que hoy los encabezan. No sé si por ineptitud, cinismo o por miedo de que sean las últimas ventajas que puedan obtener del abuso de sus posiciones.
En este contexto, no sería ilógico pensar que los actores políticos a los que estamos acostumbrados puedan cambiar. La historia nos ha puesto en un punto en el que los partidos de antaño cada vez vienen a menos, mientras que las fuerzas políticas emergentes se consolidan en proyectos sólidos bastante rápido. Al final del día, a Morena no le costó más de 10 años concretar su proyecto, y aunque este fenómeno responde a muchos otros factores como el mismo López Obrador, lo cierto es que abrieron un camino para que nuevos esfuerzos políticos puedan surgir.
No nos sorprenda que estos días de incertidumbre sean una oportunidad para la creación de nuevos proyectos políticos o nuevas corrientes ideológicas. Lo cierto es que cada vez habrá menos identificación con la oferta actual y será responsabilidad de la misma ciudadanía construir una nueva identidad política y un nuevo criterio que resista a las estrategias populistas de siempre.
No es mi afán adelantarme ni me atrevo a decir cuándo pueda comenzar a ocurrir esto, pero como una reacción casi inmediata a la reelección de Alito, el llamado Frente Cívico Nacional, o mejor conocido como la Marea Rosa, ya se ha puesto en ese andar y vayan ustedes a saber cuantos mas lo quieran hacer.
Hasta el próximo lunes.