La funesta era de la posverdad

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

El Radar
Por Jesús Aguilar


En un mundo donde la información fluye con una rapidez sin precedentes, el concepto de “posverdad” ha emergido como una de las problemáticas más complejas y preocupantes de la modernidad.
Según el Diccionario de Oxford, que declaró este término como la palabra del año en 2016, la posverdad se refiere a aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales. Este fenómeno trasciende fronteras, afectando tanto la política como la sociedad, y pone en tela de juicio la capacidad de las personas para discernir entre lo real y lo fabricado.
Orígenes y contexto global
El concepto de posverdad no es nuevo, pero ha cobrado mayor relevancia en las últimas décadas debido a la proliferación de las redes sociales y la desinformación en internet. Según el filósofo estadounidense Lee McIntyre, autor de Post-Truth (2018), “la posverdad no es simplemente una mentira, sino una situación en la que la verdad es irrelevante”. McIntyre sostiene que la posverdad florece en contextos donde la polarización política y el escepticismo hacia las instituciones generan un terreno fértil para la manipulación.
Ejemplos icónicos de la posverdad incluyen la campaña del Brexit en el Reino Unido y la elección de Donald Trump en 2016. En ambos casos, la difusión de afirmaciones falsas o tergiversadas jugó un papel determinante en la decisión de millones de votantes. Por ejemplo, la promesa de que el Reino Unido podría redirigir 350 millones de libras semanales al Sistema Nacional de Salud (NHS) si salía de la Unión Europea fue una declaración desmentida pero ampliamente aceptada.
La posverdad en México
En el contexto mexicano, la posverdad también ha encontrado un terreno propicio, particularmente en el discurso político. El ex presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha sido catalogado por algunos analistas como un líder que opera dentro de los límites de la posverdad. Miguel Camacho, en su artículo AMLO, el presidente de la posverdad señala que la estrategia de comunicación del mandatario se basó en la reiteración de narrativas que apelan a las emociones y la percepción de la realidad de sus seguidores, incluso cuando estas contradicen los datos disponibles.
Un ejemplo claro es la afirmación recurrente de AMLO de que su gobierno ha erradicado la corrupción en las altas esferas del poder. Aunque se han registrado avances en transparencia y señalamientos de casos de corrupción, organismos como el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) y diversas investigaciones independientes han demostrado que este problema persiste.
La presidenta Claudia Sheinbaum con otro estilo pero el mismo fondo sucumbe ante las condiciones que impuso su antecesor y juega desde otra distancia con la misma.
En San Luis Potosí, el manejo de la narrativa estatal desde Palacio de Gobierno también radicaliza los discursos en el manejo de “esa verdad” que asumen como única y que manejan en el aparato de influencia que han construido para este fin.
Repercusiones sociales y políticas
El impacto de la posverdad es profundo y multifacético. En primer lugar, socava la confianza en las instituciones y los medios de comunicación tradicionales, considerados por amplios sectores de la población como actores parcializados. Según un estudio realizado por el Centro Knight para el Periodismo en las Américas, el 62% de los latinoamericanos considera que las redes sociales son su principal fuente de información, a pesar de ser el medio más propenso a la propagación de noticias falsas.
Además, la posverdad fomenta una polarización extrema. En lugar de promover un debate informado, se privilegian las posiciones ideológicas irreconciliables que fragmentan a la sociedad. Esto se traduce en decisiones políticas basadas más en la identidad y los sentimientos que en el análisis crítico, lo que puede llevar a políticas públicas ineficientes o contraproducentes.
¿Hacia dónde vamos?
La posverdad representa un reto significativo para las democracias modernas. Combatirla requiere un esfuerzo conjunto entre gobiernos, sociedad civil y empresas tecnológicas. La educación mediática, que enseñe a las personas a discernir entre fuentes confiables y no confiables, es una herramienta esencial. Asimismo, plataformas como Facebook, Twitter y YouTube deben asumir una mayor responsabilidad en la moderación de contenido.
Como ciudadanos, es imperativo cuestionar las narrativas que consumimos y fomentar una cultura del escepticismo constructivo. Solo así podremos aspirar a una sociedad donde la verdad, y no las emociones, sea el eje rector de nuestras decisiones colectivas.

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