CUANDO LAS HISTORIAS MANDAN EN LA ECONOMÍA.

Letras Económicas, OPINIÓN

Letras Económicas
Por José Claudio Ortiz
¿Te has dado cuenta de que muchas veces tomamos decisiones con el corazón más que con la cabeza? En la economía, esto también pasa. Aunque solemos pensar que las decisiones económicas se basan en números fríos y análisis racionales, la verdad es que las historias que nos contamos —y que escuchamos— pueden tener un peso enorme en nuestras elecciones. A esto se le llama “narrativas económicas”, y aunque suene técnico, en realidad es un fenómeno que nos toca a todos.
El economista Robert Shiller, Premio Nobel, definió las narrativas económicas como “historias contagiosas que modifican la toma de decisiones económicas”. En otras palabras, no son simples cuentos: son relatos que se esparcen como virus, especialmente en tiempos de incertidumbre. Y una vez que prenden, pueden cambiar el rumbo de empresas, inversiones e incluso de países enteros.
Imagina que pasas frente a dos restaurantes. Uno está vacío y el otro tiene fila para entrar. Aunque no sabes nada del menú, ni has probado la comida, tu instinto te dice: “seguro el que tiene fila es mejor”.
Esa pequeña historia que te armaste en segundos puede cambiar lo que decides hacer. Así funcionan muchas narrativas económicas: se propagan, se sienten ciertas… y te llevan a actuar.
¿Recuerdas cuando de pronto todo el mundo empezó a usar cierta marca de tenis? Tal vez ni te gustaban tanto, pero sentías que, si no adquirías los tuyos, te estabas quedando atrás. En la economía ocurre algo similar: una idea se vuelve popular, contagia a todos, y muchos terminan invirtiendo o gastando solo por no quedarse fuera.
Algo parecido pasa con las narrativas económicas. Un ejemplo claro fue la burbuja tecnológica de los años 90. La historia que circulaba era simple y poderosa: “Internet lo va a cambiar todo, y las empresas tecnológicas solo pueden crecer”. Esta narrativa llevó a millones de personas a invertir en acciones sin siquiera entender bien el negocio. ¿El resultado? Una gran burbuja que estalló y dejó a muchos con pérdidas.
Otro caso fue la crisis de 2008. Durante años se repitió la idea de que los precios de las viviendas siempre subían. Esa creencia se volvió tan común que mucha gente se endeudó pensando que su casa valdría cada vez más. Cuando la realidad golpeó y los precios cayeron, la narrativa se derrumbó… y con ella, la estabilidad financiera de millones.
¿Por qué funcionan estas historias? Hay varios factores. Primero, nuestro cerebro busca atajos para entender un mundo que es cada vez más complejo. Las historias simplifican y nos dan certezas en medio del caos. Segundo, existe algo llamado “efecto de encuadre”: la forma en que se presenta una noticia importa más que los datos duros que hay detrás. Un titular como… “El Bitcoin va rumbo a los 100 mil dólares” puede generar más impacto (y más compras impulsivas) que una explicación técnica sobre blockchain.
Además, está el contagio social. Las ideas viajan rápido, sobre todo en tiempos de redes sociales. Basta con que un influencer diga que invirtió en cierto activo y obtuvo grandes ganancias para que miles lo imiten. No queremos quedarnos fuera. Este miedo a perderse algo (FOMO, por sus siglas en inglés) ha sido uno de los motores detrás del auge de las criptomonedas, por ejemplo.
Y no olvidemos lo emocional que puede llegar a ser el comportamiento colectivo. Cuando todos empiezan a creer que es el momento de invertir, se genera un entusiasmo contagioso. A veces, eso basta para que hasta los más prudentes se sumen. Lo mismo pasa cuando el miedo se apodera del ambiente: basta un cambio en la historia dominante para que muchos entren en pánico y vendan todo.
El reconocido economista John Maynard Keynes utilizó la expresión “espíritus animales”, para referirse a esos impulsos emocionales que surgen en grupo y que muchas veces pesan más que los datos.
¿Qué podemos hacer? No se trata de desconfiar de todas las historias. Después de todo, las narrativas son una forma natural de entender el mundo. Pero sí es importante reconocer cuándo una historia empieza a pesar más que los hechos. Antes de tomar decisiones económicas o financieras, vale la pena preguntarse: ¿estoy actuando porque los números tienen sentido, o porque la historia me convenció?
También es clave diversificar nuestras fuentes de información. Escuchar otras voces, contrastar opiniones, y no dejarse llevar por modas o promesas de riqueza rápida. Las buenas decisiones económicas, como casi todo en la vida, requieren equilibrio: cabeza fría y corazón con medida.
En resumen, las narrativas económicas no son solo cosa de académicos. Están en los titulares de los periódicos, en los tweets, en las conversaciones de café. Nos afectan más de lo que creemos, y entender su poder puede ayudarnos a tomar mejores decisiones. Porque sí, en la economía también se cuentan cuentos… pero no todos tienen final feliz.
Te espero la próxima semana y te deseo un excelente miércoles.
@jclaudioortiz

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