El país que gobierna MORENA sigue siendo racista

DESTACADOS, OPINIÓN, RADAR

EL RADAR

Por Jesús Aguilar

México se precia de ser un país mestizo, orgulloso de su diversidad y hospitalidad. Pero bajo la superficie de ese discurso amable, convive un entramado de racismo, clasismo y xenofobia que recorre las venas de nuestra vida pública y privada, de las instituciones y del lenguaje cotidiano. 

El país que canta a los pueblos originarios los margina; el que presume su hospitalidad criminaliza a los migrantes; y el que celebra su identidad morena desprecia a los morenos pobres.

La evidencia es abrumadora. Según la ENADIS 2022, uno de cada dos mexicanos ha presenciado actos de discriminación por color de piel, forma de hablar o condición económica. 

La CNDH ha documentado miles de casos de abuso a migrantes, especialmente haitianos y africanos, que enfrentan un racismo visceral por el simple hecho de tener piel negra. 

El clasismo, mientras tanto, se normaliza en frases tan cotidianas como “gente bien” o“naco” donde se juzga a la persona por su forma de vestir, hablar o por su lugar de residencia.

No se trata sólo de actitudes individuales: el racismo y el clasismo en México son estructurales. Como señala la lingüista mixe Yásnaya Aguilar, “la estructura del Estado mexicano se construyó desde la negación de lo indígena y lo negro; fuimos tolerados, pero no incluidos”. Lo mismo apunta el historiador Federico Navarrete, quien sostiene que el mito del mestizaje funcionó como una estrategia para ocultar la desigualdad racial, promoviendo la idea de que todos somos iguales, cuando en realidad se privilegia al blanco, al europeo, al rico.

En contraste con estas realidades, ha emergido una nueva clase política que se presenta como abanderada de los de abajo, de los morenos, de los excluidos. Con el ascenso de Morena al poder, se ha querido trazar una línea entre el “pueblo bueno” y los “conservadores de clase alta”, acusados de racistas, clasistas y oligarcas. Sin embargo, esta narrativa se desdibuja cuando los nuevos liderazgos reproducen los mismos patrones de exclusión, aunque ahora con un lenguaje supuestamente progresista.

El tema vuelve a la discusión nacional por el hecho viral que protagonizó una mujer de origen argentino Ximen Pichel, conocida como #LadyRacista que el fin de semana pasado insultó y sobajó a un elemento de la policía vial de la CDMX.

El fenómeno de los whitecans —una mezcla entre “white” (blanco) y “mexican” (mexicano)— es una sátira de este doble discurso. Son personajes que, aun sin tener el fenotipo ni la clase de la élite blanca tradicional, asumen sus prácticas: desde el desprecio por lo popular hasta el uso aspiracional de símbolos extranjeros y un discurso de superioridad cultural. Pero también hay whitecans de izquierda: aquellos que, aun proclamando la justicia social, mantienen privilegios, viven en zonas exclusivas, educan a sus hijos en escuelas privadas y ven con condescendencia al pueblo que dicen representar.

La xenofobia, por su parte, se ha intensificado en las fronteras y en las ciudades donde los migrantes son vistos como amenaza. La presión de Estados Unidos ha convertido a México en el muro que antes criticaba. Migrantes centroamericanos, venezolanos y haitianos enfrentan condiciones infrahumanas en estaciones migratorias, muchas veces extorsionados por las propias autoridades. La CNDH ha señalado que el trato a estas personas no es sólo inhumano, sino racista.

Ante este panorama, la pregunta no es si México es racista, clasista o xenófobo. La pregunta es: ¿qué demonios estamos haciendo como sociedad para desmontar esas estructuras?

No basta con señalar a los de siempre. Hay que mirarnos al espejo y reconocer que el racismo no está allá afuera, sino también en cómo hablamos, contratamos, educamos, votamos y consumimos.

No es casual que los más pobres, los más morenos, los más marginados sigan siendo los mismos de siempre, aunque haya cambiado el color del gobierno. 

Como advirtió la académica Mónica Moreno Figueroa, “el verdadero cambio no vendrá de los discursos que se dicen en Palacio Nacional o en redes sociales, sino en transformar las instituciones, los medios, las escuelas y los tribunales donde se reproduce el racismo cada día”.

México necesita mucho más que un discurso de igualdad: necesita justicia, memoria y voluntad política. Mientras sigamos celebrando el mestizaje sin cuestionar los privilegios que esconde, seguiremos siendo un país moreno… gobernado por élites que aún piensan en blanco.

La visión de superioridad, y los complejos de inferioridad vigentes son el contraste cotidiano de un país desigual, inequitativo, y aún más, que no cambiará de esencia fomentando la polarización, sino reestableciendo un cánon de educación formal e informal incluyente y un verdadero equilibrio cultural. 

Montándose en el “pueblo sabio” que no está educado pero valida la “lucha” contra el abuso de siempre fue el modus operandi del régimen actual, pero el resultado no es de ninguna manera alentador, no se puede convertir a un país en un lugar de progreso desde el paternalismo y la revancha, que además, solo es política, nunca verdaderamente social.

Compartir ésta nota:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp