Por Mario Candia
10/07/25
RACISMO Nos escandalizamos con Lady Racista, esa mujer argentina que enloqueció de odio y superioridad por el color de piel, pero esa mueca de desprecio no es ajena a nosotros: se parece a las miradas de quienes en México llaman “naco” al obrero, “gata” a la empleada doméstica, “indio” al policía, “prieto” al portero o al mesero que les sostiene la puerta mientras apartan la vista. Racismo, sí, pero también clasismo, disfrazado de humor, de “educación” y de “buena apariencia”.
ORIGEN Lo más perverso es que este racismo no surgió de la nada ni de la conquista española, sino de un entramado institucional que durante décadas sembró la mentira de que el color de piel dicta la valía de las personas. En México y América Latina, desde finales del siglo XIX hasta bien entrada la mitad del siglo XX, los manuales escolares y de “higiene racial” enseñaban a los niños que mientras más clara la piel, mayor era la inteligencia y la civilización, y mientras más oscura, mayor la “brutalidad” y el “atraso”.
EUGENESIA No se trataba de religión, sino de pseudociencia racista llamada eugenesia, un invento de Francis Galton en 1883, que con mediciones de cráneos y rasgos físicos pretendía demostrar la superioridad de las razas blancas. En México, durante las décadas de 1920 a 1950, la Sociedad Mexicana de Eugenesia, con apoyo de médicos e instituciones educativas, promovió el mestizaje como un supuesto “progreso racial”, pero siempre dejando al blanco en la cúspide y al moreno e indígena como escalones inferiores. Fue el “darwinismo social” tergiversado para justificar desigualdad, esterilizaciones forzadas, exclusión laboral y humillación cotidiana.
SEMILLA Los libros de texto y las políticas de salud pública hablaban del “mejoramiento de la raza” como meta nacional, legitimando el racismo en las aulas, en los consultorios médicos y en las leyes de migración. Este racismo institucional sembró una semilla que aún germina en cada chiste, en cada comentario que cree que la piel morena es un defecto a corregir con cremas blanqueadoras, filtros de redes sociales y apellidos importados.
MONSTRUO Lady Racista es argentina, pero la hemos visto en cada fiesta mexicana donde se burlan del tono de piel del trabajador, en cada oficina donde se ignora al de piel oscura, en cada restaurante donde el trato depende del color, en cada influencer que presume sus “rarezas” de piel blanca como símbolo de estatus. Es un monstruo que respira en nosotros porque las instituciones que debieron educar para la igualdad sembraron la discriminación con tinta de libros y autoridad de cátedra.
PIGMENTOCRACIA No podemos seguir culpando al pasado, pero tampoco podemos perdonar a las instituciones que incubaron esta mentira y que aún, con su silencio, la sostienen. La pigmentocracia no es un término complicado: es el sistema que rige quién merece respeto y quién no, quién es escuchado y quién no, quién es protegido y quién es desechable.
CLASISMO Racismo y clasismo en México no son anécdotas aisladas, son estructuras que desangran la dignidad de millones, son risas que humillan, son sueldos que discriminan, son puertas que se cierran. Son esas miradas que devalúan la vida de quien no cabe en el ideal de blancura que nos impusieron.
LA MENTIRA Lady Racista es solo un recordatorio de que la mentira de la superioridad racial sigue viva, y seguirá viva mientras no nos atrevamos a matar de hambre a ese monstruo que aprendimos a alimentar, mientras no arranquemos de raíz la enseñanza tóxica de que el color de piel dicta la humanidad de las personas.
JUSTICIA Este país no necesita más discursos de unidad mientras persista la burla al moreno, al obrero, al indígena, al afrodescendiente. Necesita justicia, conciencia, y el valor de mirarnos al espejo para reconocer que en cada uno de nosotros puede habitar un racista, si no nos decidimos de una vez por todas a matarlo.
Hasta mañana.