El Radar
Por Jesús Aguilar
En la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, hay focos rojos, el último que se entera, o se quiere enterar es el propio Rector.
Podemos pensar que sí sabe todo lo que pasa, pero queremos pensar que no, que realmente su único error es mantener en su célula de toma de decisiones a gente indeseable y que como lo manejan a placer no lo capta.
Sin embargo el poder universitario tiene su propio laboratorio de control político y su fórmula más efectiva no es la censura, como lo dijimos ayer sino la cooptación.
https://antenasanluis.mx/el-poder-encapsulado-de-la-uni
Esto crece con un nuevo caso: el del exconsejero alumno Mauricio Alberto Melo Ruiz, quien en menos de un año pasó de encabezar protestas estudiantiles y bloquear avenidas, a convertirse en funcionario de la administración central con un sueldo superior a los 20 mil pesos mensuales.
Melo Ruiz egresó de la Facultad del Hábitat en junio de 2024, y apenas cinco meses después ya figuraba en la nómina universitaria como “auxiliar de oficinas”. Para agosto de 2025, su cargo cambió a “coordinador administrativo” —es decir, de empleado a funcionario— en el Departamento de Actividades Deportivas y Recreativas, adscrito a la División de Servicios Estudiantiles.
Un ascenso meteórico, impropio incluso para quienes acumulan años de servicio.
Un fósil que se graduó bordeando los 30 años y que sirvió en su larguísima estancia en la Universidad a intereses tan oscuros como los que ha enarbolado el ex líder porríl de la propia universidad Armando Acosta Díaz de León como aquí lo consignamos en su momento.
Su caso, sin embargo, no es una excepción.
Es la confirmación de un patrón que se repite con precisión quirúrgica bajo la estructura encabezada por Federico Garza Herrera, secretario general de la UASLP y antiguo fiscal general del Estado, recordado por su gestión gris y su renuncia anticipada en 2021, tras múltiples señalamientos de ineficiencia, opacidad y falta de resultados en la persecución del delito.
Garza dejó la Fiscalía con una imagen de funcionario rebasado, sin logros estructurales, pero con un activo invaluable: la habilidad política para sobrevivir.
Ese mismo talento lo mantiene hoy como una figura central del poder universitario, un operador con hilos en cada facultad, consejo y oficina administrativa. Por supuesto que quiere ser Rector y parece que manipula en “ingenua buena voluntad” de Zermeño.
¿O a estas alturas alguien lo duda?
De la protesta a la nómina
Durante sus años como consejero alumno, Mauricio Melo fue una figura visible.
Lideró protestas en 2020 y 2021 por becas, horarios y grupos académicos; participó en ruedas de prensa críticas durante la elección de rector en 2024; e incluso fue señalado —sin pruebas concluyentes— como instigador de la toma del Hábitat en junio de ese mismo año.
Aquella ocupación terminó tras una negociación directa con el propio Garza Herrera.
Poco después, Melo fue contratado por la universidad.
El paralelismo con el caso de Mariana López Ponce, exvicepresidenta de la FUP que denunció discriminación del mismo secretario general y hoy trabaja bajo su mando, resulta inevitable.
Ambos fueron voces disonantes, ambos protagonizaron episodios de confrontación con las autoridades universitarias y ambos, al final, fueron absorbidos por el sistema.
El método Garza
El poder universitario, bajo Garza Herrera, opera con la precisión de un laboratorio político.
No aplasta al disidente; lo invita, lo acomoda y, con el tiempo, lo desactiva.
Lo hace mediante la integración burocrática, ofreciendo pequeñas cuotas de poder a quienes antes cuestionaron la estructura.
El resultado es un ecosistema donde la crítica se convierte en currículum y el conflicto en oportunidad laboral.
Este método no es nuevo.
Como fiscal, Garza Herrera fue criticado por aplicar una lógica similar: mantener relaciones funcionales con los poderes en turno, evitar choques con el Ejecutivo y administrar los problemas antes que resolverlos.
Su estilo, más político que jurídico, trasladado a la Universidad, ha generado un modelo donde la estabilidad importa más que la justicia y la lealtad pesa más que el mérito.
El ascenso de Mauricio Melo en menos de un año no puede entenderse como mérito administrativo; responde a una lógica de premio y absorción.
En el discurso universitario, estas incorporaciones se presentan como oportunidades para jóvenes comprometidos con la institución.
En la práctica, funcionan como mecanismos para neutralizar liderazgos incómodos y consolidar un control generacional sobre los espacios estudiantiles.
O peor aún, la cesión sin cortapisas, el doblegarse para mantenerse como sucede en otros muchos casos internos.
Un poder que no se depura, se perpetúa
La Universidad Autónoma de San Luis Potosí ha convertido su autonomía en blindaje.
Bajo el argumento de la autogestión, la transparencia se diluye y las decisiones administrativas se refugian tras el muro de la independencia institucional.
Así, las contrataciones, los ascensos y los favores internos quedan fuera del escrutinio público, aunque se realicen con recursos públicos.
Pero una cosa es que tengan que rendir cuentas ante su propia comunidad y otra cosa es que vivan en lo oscurito.
La consecuencia es un sistema donde los liderazgos juveniles son reclutados antes de madurar, cortando de raíz la posibilidad de una generación crítica.
Cada caso como el de López Ponce o Melo Ruiz no solo representa una historia individual, sino una señal de que el poder universitario ha aprendido a sofocar la disidencia con elegancia burocrática: ofreciendo empleo en lugar de argumentos, lealtad en lugar de debate.
La universidad como espejo
Lo que ocurre dentro de la UASLP no es ajeno al país.
La captura institucional, la simulación del mérito y la asimilación del disenso son prácticas comunes en estructuras políticas más amplias.
Pero en una universidad pública —donde se forman los futuros servidores, jueces, arquitectos, periodistas o funcionarios—, este modelo tiene un costo mayor: enseña que el camino al éxito no pasa por la convicción, sino por la conveniencia.
Federico Garza ha sido catedrático de la Universidad pero con las credenciales torcidas que le dejó ser el fiscal carnal de Carreras, y pero aún, renunciar antes de terminar su periodo legal lo pintó de cuerpo entero, si le queda grande la responsabilidad pública y lo aceptó debió renunciar a toda responsabilidad pública también. ¿Qué culpa tiene la UNI?
Así, en menos de dos años, Federico Garza ha logrado lo que muchos políticos envidiarían: convertir la crítica en recurso humano y la disidencia en lealtad. Dio el visto bueno al proyecto leonino de su pariente político Fabían Espinosa que nos demandó a los que lo denunciamos, al propio Rector y a la abogada general de la UASLP. No les parece raro que al que no se adjuntó en la engañosa y falsísima denuncia fue al propio Federico?
Hoy sus resultados no abonan a una universidad más estable, sino una comunidad más silenciosa, donde la palabra autonomía se confunde con obediencia.
Porque en la UASLP, el poder no necesita eliminar a sus críticos; basta con contratarlos.
Y para finalizar… una pregunta muy prudente para la semana y el momento que vivimos cuando está cerrando el octavo festival de cine de la UASLP con la presencia entre otros de Carlos Cuarón creador con su hermano de la épica de los charolastras…
Oye Mauricio y estás solito en la nómina… ¿o tu papá también?