Clientelismo en Veracruz, y en todo México

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Si me pidieran hacer una lista de los grandes problemas que alejan al México que es del México que debiera ser, sin duda el clientelismo aparecería junto con la pobreza, la desigualdad y algunas otras formas de corrupción además del propio clientelismo.

Pues bien, esta semana hubo serias acusaciones por parte del PAN de uso clientelar de los programas de la Secretaría de Desarrollo Social en Veracruz a favor del PRI. Involucran a la titular de dicha dependencia federal, Rosario Robles Berlanga. De hecho, las acusaciones se dan en medio de una denuncia penal en contra de la otrora jefa de gobierno –en ese entonces perredista– del DF. Pero además, el asunto resulta grave porque implica un nuevo riesgo de quiebre en el ya de por sí delicado ‘Pacto por México’.

Como era de esperarse, el gobierno federal ha tratado de zanjar el asunto con el despido de algunos funcionarios de menor rango, pero no acepta la culpa al grado de tener que ‘quemar’ a Robles, a quien por el contrario Enrique Peña Nieto ha dado un espaldarazo. Actitud congruente viniendo de aquél que llegó a la Presidencia a punta de votos comprados.

Poco o nada convence esta actitud del gobierno federal. ¿O acaso alguien de verdad duda que se haga mal uso de los programas de los gobiernos, sobre todo aquellos que distribuyen recursos? ¿Alguien considera que esto vaya a dejar de hacerse por el despido de siete funcionarios de rango medio? Al contrario, considero que es sumamente preocupante en nuestro país el mal uso casi generalizado de este tipo de programas, y que deberíamos estar discutiendo, de fondo, cómo erradicarlos.

Y es que es un hecho que gobiernos de todos los ámbitos (federal, estatal, municipal) y de todos los colores caen en estas prácticas. Son tan evidentes, tan obvios en esto, que utilizan cualquier otra plataforma de la manera más burda para publicitarse: hasta las placas de los automóviles suelen ser de los colores del partido gobernante en su entidad de procedencia, y échenle un ojo a las páginas web de los gobiernos. Si se valen auténticamente de lo que sea, ¿cómo no lo iban a hacer de lo electoralmente más redituable, que es repartir recursos?

Por ello, insisto, deberíamos discutir cómo erradicar estas tentaciones para todos los gobiernos. El problema tiene un gran componente estructural. Y creo que una de las direcciones en las que podríamos avanzar es cambiando el planteamiento de las grandes políticas sociales antipobreza, tales como el programa Oportunidades y la polémica y naciente ‘Cruzada contra el hambre’. Históricamente los hemos planteado en términos de programas asistencialistas, en los que es el propio gobierno el que define los criterios de acceso a ellos. Ahí ha estado la libertad que se toman para beneficiar a sus clientelas, para dar los beneficios sólo a quienes a cambio les brindan su fidelidad política y les llenan los mítines a candidatos afines.

Considero, en cambio, que en vez de que el gobierno otorgue a discreción un ‘privilegio’ de recibir ayuda, deberíamos generar ‘derechohabientes’ por ley. La recepción de recursos debería ser un derecho universal para quienes cumplan con criterios establecidos y fijados. Así, al ser su derecho, podría abiertamente reclamar el recurso de cumplir con estos criterios. Algo como lo que se ha hecho con la salud, donde quien sabe que tiene IMSS, ISSSTE o Seguro Popular va y reclama su derecho cuando lo requiere, no va a pedir ninguna limosna. No es, por lo tanto, tan susceptible de formar parte de una relación clientelar, porque no se considera a sí mismo dependiente o vulnerable ante criterios que pueden cambiar sin previo aviso. Esto, claro está, aunado a un padrón claro, público y confiable de los derechohabientes de cada programa.

Dejo aquí el planteamiento sólo de esta pequeña idea, pero con el deseo de que se profundice en la discusión de cómo acabar con el clientelismo. De darse este tipo de discusión, habrá sin duda más y mejores propuestas. Ojalá, por el bien de este país. Pero es probable que no se dé, porque los que tendrían que convertir estas ideas en leyes son precisamente aquellos a quienes no les conviene que se materialicen, porque les quitaría la posibilidad de lucirse y publicitarse con lo que no es suyo. Espero, entonces, que un día los mexicanos nos hartemos y los presionemos lo suficiente como para forzarlos.

 

Carlos Leonhardt
Twitter: @leonhardtalv

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