La corresponsal en México del diario británico Financial Times se trasladó a Leonardo Bravo, Guerrero, en donde encontró que el cultivo de amapolas es “un hábito difícil de romper” en nuestro país.
Jude Webber viajó a Leonardo Bravo, uno de los 81 municipios que conforman el estado y que se localiza en la región Centro de la entidad, cuya cabecera es la población de Chichihualco.
La corresponsal del prestigiado medio británico escribió una crónica sobre la vida local y asegura que la principal actividad económica en Guerrero es la agricultura, y mucha de ella es ilegal, como es el caso de las amapolas, que se cultivan en el estado desde la década de 1970, y que se ha convertido en una forma de vida.
Con dos o tres cosechas al año, la siembra de la amapola es para muchos agricultores locales una manera atractiva de hacer dinero rápido, algo así -dice Webber- como una política de préstamo o seguro a corto plazo, ya que sólo cultivar la flor -y no dedicarse a otra actividad dentro del organigrama criminal- es una actividad no tan arriesgada.
El mayor de los riesgos es que a los campos en las montañas que los narcotraficantes les consiguen a los campesinos, lleguen elementos del Ejército o de la Marina. Pero para llegar al campo de “José”, narra la corresponsal del FT, hay que ir en una camioneta atravesando un camino con una enorme pendiente, de terracería, lleno de baches y zanjas, por unos 40 minutos.
Cuando llegan las fuerzas federales, amenazan a los agricultores de la amapola con matarlos si tratan de hacer un movimiento en falso o huir del lugar, asegura la crónica delFinancial Times. Después, los marinos o soldados despojan a los campesinos de la goma de la amapola que habían recogido para procesar la heroína.
Les decomisan también teléfonos celulares, radios, mochilas, machetes, y les ordenan categóricamente a los agricultores a destruir sus cultivos y “hacerlo correctamente”.
Pero lo que los miembros de las fuerzas armadas no saben, dice Webber, es que suficientes amapolas sobrevivieron para florecer en el campo una semana después. Entonces, los campesinos rajan laboriosamente los bulbos de la flor que sobrevivió a la destrucción del cultivo.
“Hubiera tenido un kilo si los marinos no hubieran llegado, ahora sólo me quedan 200 gramos”, le dice “José” al Financial Times.
La corresponsal del diario británico asegura que pocos se aventuran a entrar en las montañas de Guerrero, en las cuales hay inmensidad de plantaciones, narco laboratorios, e inclusive, pistas de aterrizaje clandestinas, ocultas dentro de la Sierra Madre del Sur.
México, recuerda el FT, suministra casi la mitad de la heroína que se vende en los Estados Unidos, y gran parte proviene de los campos guerrerenses como los que describe Webber, llamados coloquialmente “jardines”.
Los proveedores de las materias primas para producir la heroína, como “José”, son tan sólo el primer eslabón de una cadena mortal, dice la corresponsal.
Pero también se encuentra “Luciano”, otro productor que ha trabajado durante mucho tiempo en esto, pero ahora decidido a abandonar el cultivo, pues considera que los que cosechan la amapola “son la raíz del problema”.
Y vaya que es un gran problema, asegura Jude Webber, ya que la heroína es responsable directa de unas 100 mil muertes –en crescendo– debido a la violencia causada por la “fallida” guerra contra las drogas que emprendió el Gobierno de Felipe Calderón Hinojosa.
La corresponsal del FT indica que a pesar del intento del actual Presidente Enrique Peña Nieto por enfocarse en la energética y otras reformas “transformadoras”, los recientes ataques de los cárteles del narcotráfico están dejando dudas sobre si la estrategia del Gobierno federal está funcionando.
“Luciano” le explicó a Webber que para la mayoría de los más de 30 agricultores que trabajan en Leonardo Bravo, el cultivo de la amapola es su manera de subsistir. No obstante los campesinos no trabajan para algún cártel del narcotráfico, al menos no de forma directa. A ellos llegan los compradores, y la transacción se hace en sus campos o parcelas, porque, dicen, “no quieren llevar el peligro a casa”.
A pesar de que pudiera ser un trabajo redituable, los campesinos de Chichihualco viven una vida simple y sencilla. A pesar de que la mayoría cuenta con antenas parabólicas, el interior de sus domicilios es básico y sin muchos muebles, dice Webber.
Los pisos de sus casas son de tierra, con grandes tinacos en el exterior. “Los perros toman el Sol, las gallinas picotean el alimento, y los burros aún cuentan con sillas de madera para transportar a sus dueños”.
Webber le preguntó a “José” el por qué se dedicaba al cultivo de la amapola, y él, enfático le respondió: por que no hay otros trabajos debido a la extrema pobreza.
“Los jóvenes piensan que para obtener cosas, como un automóvil no tienen más opción que sembrar amapola. Es difícil salir de esta situación”, dijo “Luciano”.
Otro agricultor, “Mario”, quien también pidió no usar su nombre completo, había renunciado por completa al cultivo de la amapola durante dos años, utilizando la mayor parte de su tierra a sembrar chiles.
Sin embargo, por la presión de un amigo y con cinco hijos a los cuales darles de comer, “Mario” tuvo que regresar a cultivar la amapola, y ahora sus tierras están llenas de flores moradas, blancas y rojas, que se mezclan con el maíz seco.
“Mario” aprendió el oficio desde que tenía ocho años de edad y desea que este sea su último año cultivando la amapola. Pero no está solo, indica Webber, ya que su amigo le proporciona la mano de obra para el cultivo de la flor.
“Hay demasiado riesgo y muy poca recompensa”, le dijo a la corresponsal del FT, quien asegura que ésta es una queja común entre los campesinos.
El momento más lucrativo, indica el diario británico, es cuando se venden las amapolas en la estación que comprende los meses entre noviembre y enero, mejor conocida como “secas”.
Un kilo de goma puede valer hasta 15 mil pesos y una hectárea puede producir hasta cinco kilogramos. Se necesita alrededor de media hectárea para lograr esta cantidad de producción, dice Webber.
Luego llega la temporada de “lluvias” o “aguas”, en las que los precios caen y, sin embargo, los agricultores tienen que contratar más trabajadores -al menos una docena- para cortar los bulbos de la amapola.
Los campesinos tienen que esperar a que los bulbos de amapola tengan una ranura desde donde la flor “llora”. Después, deben esperar de forma paciente a que la goma seque sólo con la cantidad adecuada. Posteriormente colocan la goma en una lata y repetir el proceso dos días después.
El precio actual de un día de trabajo en el cultivo de la amapola es de 200 pesos por persona, pero además, los campesinos tienen que comprar nutrientes y pesticidas.
“Luciano”, dice Webber, cambió su cosecha de la bella flor por aguacates. Este es su octavo año y llega a obtener hasta 50 mil pesos por la cosecha, en lugar de los 15 mil pesos que lograría por las amapolas. Sin embargo, el proceso fue largo, pues sus árboles de aguacate tardaron cinco años en dar sus frutos.
Humberto Nava Reyna, dirigente de una asociación de agricultores local, está tratando de convencer a los productores para diversificarse hacia cultivos legales, pero dice que con este tipo de retrasos, sólo dos por ciento de los campesinos de la región han dejado de cosechar amapolas.
A “Luciano” está situación no le importó y apuesta todo por sus aguacates, indica elFinancial Times.
Al contrario de “José”, quien tiene pocas ilusiones, asegura Webber. “Si puedo, voy a sembrar este campo de amapolas de nuevo este mismo año”, dijo.
Con información de: Sin Embargo