Del maternaje a solas (y lo que dijo el cura)

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En otros tiempos, con otros prelados mucho más sensibles, las homilías invitaban a la cohesión social, a la procuración de nuestros hermanos y hermanas, a la concepción de la sociedad como un todo. Le hablo de allá cuando los sacramentos no se realizaban por ostentación social sino por la mera alegría de compartir con los demás un acto de fe, cuando recordar la palabra de Jesús, era sobre todo comprender que no somos nadie para juzgar la vida de otros. Y es que vea, uno quiere soltar a los representantes de la iglesia, pero ahí van de nuevo a abrir la boca.

Es su derecho me dice, lo es ciertamente. Así lo ejerció por estos días el arzobispo de Xalapa, Hipólito Reyes, y su voz se dirigió a las madres “solteras”. Dijo considerarlas una plaga, (luego corrigió, a epidemia), que no podían hacer el papel de padre en las vidas de sus hijos, o sea en los hechos si pero al final no. Estas cosas siempre me alegran, porque aún cuando en un principio pretendan perpetuar las mitificaciones que desde afuera se tienen de nuestra cotidianidad, al fondo de la cuestión nos visibilizan. Y como tuvo a bien mover la pieza al expresarse concretamente de las mujeres que solo viven con sus hijos e hijas, lo cual me incluye, procedo a escribir.

Hace algunos años el Inegi realizó una encuesta muy concreta sobre las mujeres jefas del hogar, de forma individual esto consistió en llevar a cabo algunas entrevistas espaciadas sobre la situación familiar, decisiones, capacidad económica, estudios, trabajo, etcétera, un esfuerzo a nivel nacional que resultó en que actualmente sepamos que hay 5.3 millones de madres solas en México, o sea mujeres con hijos, solteras, separadas o divorciadas de las cuales el 70 por ciento trabaja. En esa mirada general, un 40 por ciento de nosotras tiene estudios además de la educación básica y las carencias, consistentes en servicios como la luz y el agua, o en la falta de equipamiento en la vivienda, producen una dificultad que no debe ser minimizada porque está relacionada con la posibilidad de tener un empleo.

Punto y aparte, las trabas cotidianas consisten en que ser mamá en una familia monoparental implica hacerse cargo de la crianza y de la proveeduría de manera exclusiva. De esto puedo hablarle, se trata de trabajar un promedio de 50 horas por semana fuera de casa, de trasladarse, alimentar, estudiar, leer, alimentar nuevamente, hacerse el tiempo para la formación de la cría, procurar el equilibrio entre las tareas personales y las suyas, ir, venir, cargar, pagar, cocinar, enseñar, manejar, etcétera. Todo lo que suceda bueno o malo es nuestra responsabilidad, porque somos la única persona adulta que ejerce su labor.

Nada de esto se encuentra tan lejano de las madres que tienen pareja, porque aún falta mucho en la construcción de las masculinidades para que la mayoría de los hombres sean papás en toda la extensión de la palabra. Nuestra vida se percibe como un estadio, como una pausa que tiene que ir hacía la reivindicación a través de volver a emparejarse, es válido cuando se quiere, y válido cuando no.

Nuestra situación de vida, tuvo muchas referencias en el día del padre, unas que afirmaron que queremos suplantar a los hombres de la vida de los críos, otras que se ofendieron o se burlaron de ello y finalmente los hijos e hijas de madres solas que las reconocieron como la única referencia de su formación, que las llamaron heroínas. Sin embargo, eso no es tampoco nuestra responsabilidad, ciertamente es triste que la sociedad quiera endilgarnos una culpa ajena, mucho se fijan en las mujeres por decidir ser madres, por no querer serlo o por serlo así, solas, pero nada se detienen a pensar que salvo reconocibles excepciones, la paternidad está en pañales, que no se ha procurado en ellos una sexualidad responsable o una responsabilidad de cara a la procuración de un hijo. Porque no juzgamos igual a la mujer que se queda a solas con sus hijos al hombre que así lo hace, hay mucho más indulgencia para estos porque “no les toca”.

Pero no somos héroes, ni heroínas, hacemos lo que hay que hacer para estar mejor como cualquiera. Detrás de nuestro rastro han quedado otras dinámicas de vida, nocivas en muchas ocasiones, o caóticas o peligrosas. Créame cuando le digo que al subir o andar a la pisa y corre entre líos y mandados, tenemos claro que la libertad tiene un precio, pero la paz de una casa tranquila, la alegría y la risa de los críos reafirman nuestra decisión todos los días.

Luego por ello, somos capaces de interiorizar en sus vidas, valores como el respeto y la fraternidad, a diferencia del arzobispo en mención o de cualquier otro que quiera venir a decir cómo hay que llevar la vida y la familia, porque algo errado hay que tener para llamarle plaga o epidemia a otro ser humano. Plaga el odio, epidemia la violencia como esas, sus palabras. “Cada quien en su casa, y Dios en la de todos” pater, que allá cuando haga la mitad de lo que hago yo todos los días, a saber si no se lo piensa. A más ver.

Twitter: @Almagzur

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