La reciente gira del primer ministro chino Li Keqiang por Brasil, Colombia, Perú y Chile, países donde anunció millonarias inversiones, evidencia el acrecentado interés en la región
Ya no hay que estar tan alertas de la “espada de Bolívar que recorre América Latina”. Lo que recorre hoy la región con la velocidad de un rayo y de una potencia en ciernes es la inversión y la presencia de China, que desde los años 90 no cesa de crecer y sorprender, amenazando la hegemonía de Estados Unidos en la zona, que algunos analistas ya juzgan “transitoria”.
Segundo socio comercial de la región, China se preparó en los años 70, advirtió lo que iba a hacer en los 80 y a partir de la década de los 90 cumplió a pie juntillas todas y cada una de sus políticas de Estado. Principalmente la de abrirse al mundo mediante lo que Deng Xiao Ping calificó como “socialismo de mercado” o “con características chinas”. Sin abandonar la planificación económica, ni el férreo control del Partido Comunista (PCCH) de las riendas del poder, el gigante asiático comenzó a dinamizar su economía interna a partir de 1978. Allá cuando Deng sorprendió al país con aquella frase: “Enriquecerse no es malo…”.
De hecho, enriquecerse fue tan bueno para la China postmaoísta que para asegurar su desarrollo se dedicó a adquirir minerales y materias primas, primero en África y unos años más tarde en América Latina. Granos, petróleo, gas, acero, aluminio, níquel, conformaron en las últimas décadas las exportaciones latinoamericanas hacia China, que supo exportar hacia la región productos manufacturados y últimamente llegó a convertirse en una de las principales fuentes de recursos financieros para países en crisis como Venezuela.
Pero la presencia de la segunda mayor economía del mundo en América Latina no se agota allí. Las recientes inversiones en obras de infraestructura y en petroleras llevan a las empresas chinas, muchas de carácter mixto, a sentar definitivamente sus reales en una zona que desde hace tiempo busca dejar de ser “el patio trasero de Estados Unidos”.
“El interés de China por América Latina nunca fue ocultado por Beijing… se materializó de acuerdo a los programas de los distintos gobiernos desde la era Deng y no se frenó jamás. Lo que vemos es muchas veces a gobiernos en la región que no parecen muy preparados para lidiar con la habilidad de China a la hora de las negociaciones”, explica Maya Alvisa, experta en relaciones sino-latinoamericanas, de la universidad argentina de El Salvador, para quien la región está aún bajo la hegemonía de Estados Unidos, aunque en una evidente transición hacia un cambio, donde China aparece cada vez más preparada para ocupar ese rol.
Cuando Alvisa se refiere a la falta de preparación no soslaya cierta incapacidad de los gobiernos locales para hacer que las empresas chinas cumplan con las políticas de medio ambiente. “(China) tiene problemas para controlar la contaminación y también los tiene para controlarla fuera”, explica.
Los conflictos más graves se han registrado en Perú, donde las protestas mineras a favor de la defensa del medio ambiente provocaron una crisis con muertos y heridos en 2004, que volvieron a repetirse el pasado 24 de mayo en la región de Ica, cuando una persona perdió la vida en enfrentamientos con la policía.
No obstante, el comercio bilateral entre China y América Latina pasó de 12 mil millones de dólares en el año 2000, a 275 mil millones de dólares en 2013, según cifras de la CEPAL. Una balanza comercial por demás asimétrica, si se considera que para allá sólo van productos primarios (salvo la compra de aviones brasileños Embraer, que Beijing adquirió en 2012) y hacia acá llegan productos manufacturados con mayor valor agregado.
La buena y la mala noticia
Si se observa en detalle esa balanza comercial, la región está repitiendo el mismo patrón que en las etapas hegemónicas, primero de Gran Bretaña y luego de Estados Unidos: la de exportador exclusivo de materias primas. De ahí que Osvaldo Rosales, director de la División de Comercio Internacional e Integración de la CEPAL ponga el acento en que “China tiende a convertirse en el segundo socio comercial de América Latina en los próximos cinco años y eso es una buena noticia porque nos estamos conectando de manera cada vez más intensa con el motor de la economía mundial del siglo XXI. La mala noticia es que lo estamos haciendo con un modelo exportador similar al del siglo XIX”.
Pero si bien esa es la estructura comercial que caracteriza a la presencia de China en la región en las últimas décadas, la misma tiende a cambiar. La financiación de diversos proyectos desde China asciende a 102 mil millones de dólares, entre 2005 y 2013, de acuerdo a un estudio que presentó en abril de 2014 la Iniciativa de Gobernanza Económica Global (CEGI, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Boston.
Si a eso se le agregan los recientes anuncios del primer ministro chino, Li Keqiang, en Chile, después de una visita que lo llevó a Colombia, Brasil y Perú, de otorgar al gobierno de Michelle Bachelet un crédito de 50 mil millones de yuanes (8 mil 48 millones de dólares) para invertir en el mercado bursátil chino, al tiempo que refrendó otros proyectos como la construcción de un ferrocarril transoceánico entre Brasil y Perú, por unos 10 mil millones de dólares, el flujo de dinero pronto tocará los 200 mil millones de dólares.
“Al esquema de origen de importar materias primas a cambio de productos manufacturados, ahora se le agregó la inversión en infraestructura, ya sea mediante licitaciones, o acuerdos privados con financiación del gobierno o de empresas chinas”, explica el economista Luis Palma Cané.
Hace dos meses, en su visita a Beijing, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner firmó un acuerdo con su par Xi Jinping para la construcción de una represa hidroeléctrica en la Patagonia, que se sumó a la compra de acciones de la petrolera YPF, en 2010, cuando la China National Offshore Oil Corporation (CNOOC), adquirió el 50% de las acciones, por 3 mil 100 millones de dólares. Esos acuerdos, rápidamente avalados por el Congreso, levantaron la polémica porque “fueron improvisados y porque afectan a la industria nacional que no podrá competir con la mano de obra china”, según Juan De Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina.
En cambio, Palma Cané lo ve desde otra óptica. “Lo que está buscando China es trabajo para las empresas chinas de ingeniería, aunque también hay una estrategia geopolítica, que es tener un peso económico en América Latina”, que comenzó no con el anuncio del tren brasileño-peruano, sino con el anuncio en 2013 de la financiación de un canal interoceánico en Nicaragua para competir directamente con Panamá. Y es que, en Nicaragua, China está financiando, con 40 mil millones de dólares, la construcción de un canal interoceánico que vendría a competir directamente con el de Panamá. Ese acuerdo fue firmado con la HKND Group del multimillonario hong konés, Wang Jing, a cambio de una concesión para controlar ese canal por 50 años. Una evidencia de que no es la espada de Bolívar, sino una potencia llamada China, la que recorre América Latina y que llegó para quedarse.
Fuente: El Universal.