A las cinco y media de la tarde, como todos los días, llega La Tía. Casi doblada y a rastras camina apoyada con un bastón en la mano derecha y cargando, siempre, un vaso desechable en la izquierda.
Se coloca frente a la escalera eléctrica. Y ante ella pasan en menos de cinco minutos 60, 80, casi 100 personas, y salvo una mujer que aparenta más de 50 años, los demás de entre 25 y 45 años, la ignoran.
Son mujeres y hombres que hoy pertenecen a la Población Económicamente Activa (PEA). Sin embargo, serán parte de los más de 27 millones de adultos mayores que tendrá este país en 2050, según los estudios de prospectiva elaborados por el Consejo Nacional de Población (Conapo).
En México diariamente 800 personas cumplen 60 años de edad, y éstas que evitan la mirada con la anciana y caminan distraídos con sus dispositivos móviles, tendrán en menos de dos o tres décadas la misma edad que Juana Galindo Chavero, mejor conocida como La Tía.
Conversadora y siempre amable está dispuesta para ir por las tortas y los refrescos; pero igual si no hay mandado que hacer retoma su oficio al pie de las escaleras eléctricas del Metro Polanco, de la Ciudad de México, una de las zonas más caras y exclusivas del país, donde el metro cuadro de superficie y las rentas son cotizadas en dólares.
Aquí la anciana de 65 años de edad trabaja todas las tardes pidiendo limosna, porque al igual que ella 7 millones y medio de los adultos mayores de este país carecen de una pensión o jubilación por parte del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) o del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).
Actualmente en México hay más de 10 millones de personas que rebasan los 60 años de edad, y de éstos sólo 2 millones y medio son jubilados o pensionados. La mayoría de los que tienen este insuficiente beneficio son hombres, ya que, en su mayoría, las mujeres de esa generación dedicaron la mayor parte de su vida laboral al cuidado de los hijos y a los quehaceres del hogar.
La Tía es una de ellas. Vive en una cuartería de tres piezas: cuarto de dormir, cocina y baño. Junto con su hija Marcela, a quien la abandonó el marido con tres niños, rentan la habitación marcada con el número 190 de la calle Violeta, en Ciudad Netzahualcóyotl, Estado de México.
Y desde este municipio donde se refugian y viven en condiciones de pobreza extrema miles de familias que emigran de las zonas rurales del país a la capital, La Tía sale a limosnear.
Con dificultades camina sobre la avenida Chimalhuacán y toma su camión que por siete pesos la lleva a la estación del Metro Pantitlán, donde ingresa gratis con su tarjeta del INAPAM (Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores). Toma el Metro en dirección a El Rosario y desciende en Polanco donde bien la cuidan y apapachan Florencia y su gente.
La Tía tiene tres hijos, dos mujeres y un varón, pero todos con dificultades como para ayudarle económicamente ya que además de ella, sus vástagos tienen que mantener a ocho nietos.
PAÍS DE VIEJOS, POBRES Y ENFERMOS
Y es que de acuerdo con el consultor en seguridad social, José Luis Salas Lizaur, la situación de La Tía es parte de un fenómeno donde la estructura de la población actual con pocos hijos no permite sostener a los viejos. Antes, las familias eran grandes y mal que bien se hacían cargo de sus padres y de sus abuelos, pero eso ya no está pasando y mucho menos pasará en 2050.
Hoy en día los jóvenes ni siquiera consiguen trabajo y regresan a casa de sus papás, con hijos y esposa, porque no pueden ni siquiera solventar su propio hogar, ¿cómo se les puede pedir que se hagan cargo de sus viejos? Cuestiona el destacado consultor, quien a la vez advierte: “Si México no hace cambios va tener un país de viejos pobres y enfermos”.
En este sentido el Director de Atención Geriátrica del Instituto Nacional de Atención para el Adulto Mayor, Sergio Salvador Valdés Rojas, sostiene que el gran reto para todos los actores involucrados consiste en generar una cultura del envejecimiento que permita a la población adulta llegar a viejos sanos y funcionales.
Hoy, anticipa el distinguido funcionario y académico, es el momento de que los millones de mexicanos que van para viejos cuiden la salud, se alimenten de manera sana, se atiendan medicamente sobre todo de manera previsible y generen un ahorro porque evidentemente hay muchos que están en la economía subterránea sin posibilidades de conseguir en el futuro una pensión.
La Tía tampoco tiene pensión. Y su único apoyo irónicamente sólo es un bastón que le regaló el Partido Revolucionario Institucional (PRI), al igual que la silla de ruedas que hasta hace poco utilizaba su mamá doña Ana María Chavero, quien ya falleció: “Bendito PRI, aunque la tarjeta que nos dio Eruviel [se refiere al Gobernador del Estado de México: Eruviel Ávila Villegas] no tenía ni un peso para comer”.
Pero no importa, yo soy del PRI: “Nací con el PRI y moriré con el PRI”, dice orgullosamente la anciana quien bien recuerda los momentos en que conoció personalmente a los presidentes Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos.
“Oiga”, pregunta la anciana: “¿Dicen que el Presidente [Enrique] Peña Nieto va a dar dinero a los viejitos ¿es cierto? Ojalá y de veras me ayude…”.
La Tía se refiere a la iniciativa de reforma presentada hace unas semanas por el Presidente de la República, que consiste en un apoyo mensual de medio salario mínimo, equivalente a 525 pesos para todas las personas mayores de 65 años del país.
Según el anuncio oficial, la pensión universal va dirigida a 2.5 millones de adultos mayores, quienes no cuentan con una pensión y tampoco están integrados a un sistema de seguridad social.
Este programa se sumará al que encabeza la Secretaría de Desarrollo Social, conocido como 70 y más, y que beneficiaba el año pasado con 500 pesos mensuales a 3.5 millones de ancianos del país que rebasaban los 70 años de edad.
En el Distrito Federal donde se concentra el mayor número de adultos mayores de 60 años, desde hace 12 años los gobiernos de izquierda tienen como programa emblemático; la Pensión Alimentaria, que actualmente beneficia a casi medio millón de personas mayores de 68 años de edad, quienes reciben 971 pesos mensuales.
De los 480 mil beneficiados con la Pensión Alimentaria, más de 297 mil son mujeres y más de 182 mil son hombres, y una de las razones principales es la longevidad superior de las primeras.
Este programa –severamente descalificado en sus inicios cuando lo echo andar el entonces jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador–, hoy es de los más queridos y exitosos a grado tal que el año pasado más de 100 mil adultos mayores del Estado de México y otras entidades conurbados solicitaron la Pensión Alimentaria.
Sin embargo, no les fue otorgado dicho beneficio ya que como requisitos para tener este derecho es necesario comprobar la edad cumplida de 68 años, y una residencia mínima de tres años en el Distrito Federal.
La Pensión Alimentaria equivale anualmente a 3% del presupuesto general del Gobierno del Distrito Federal (GDF), y en pesos el monto asciende a 5 mil millones. Sin embargo, “nadie nos reclama”, dice la directora general del Instituto para los Adultos Mayores en el Distrito federal, Rocío Bárcena Molina.
La mayoría de los habitantes de la Ciudad de México ven positivamente este programa, lo quieren y lo valoran muy bien, porque de manera directa o indirecta más de uno de sus familiares y amistades son beneficiadas, comenta.
Cuando hay problemas económicos en la casa los abuelitos también contribuyen gracias a la Pensión Alimentaria; pero por encima de todas estas conveniencias, todos los capitalinos tienen la conciencia plena de que en un momento “todos vamos para allá”, dice la funcionaria.
Y como el programa es de carácter universal absolutamente todos los habitantes mayores de 68 años en el Distrito Federal tienen derecho a la Pensión Alimentaria. De ahí que no es de extrañarse encontrar como derechohabientes a actores, actrices y bailarines como Gustavo Rojo, Ernesto Gómez Cruz, Elizabeth Aguilar y Roberto Mitzuco, entre otros.
ENFERMEDADES, LA OTRA AMENAZA
Desde luego La Tía está excluida de este apoyo por vivir en el Estado de México, pero advierte: voy a buscar a Jorge Garralda (habla del conductor del programa de televisión “A Quien Corresponda”), para que me ayude porque el Seguro Popular “no sirve para nada”.
“Hace un año fui al Seguro Popular, al que está allá por El Bordo, sobre la López Mateos. Me caí y me lastimé unas costillas. Pero malo el servicio porque me cobraban las radiografías; al final apenas me pusieron un cabestrillo”, dice.
La Tía, al igual que muchos de los más de 10 millones de mexicanos que rebasan los 60 años de edad, se queja de varias enfermedades, que se suman a los males crónico-degenerativos, lo cual ha generado en el país un cambio muy importante en el cuadro de las enfermedades y de su tratamiento.
“No es lo mismo ser diabético, que ser diabético hipertenso con artrosis y enfermedades digestivas”, porque estas complicaciones imponen una serie de limitantes para el abordaje terapéutico, dificulta considerablemente el tratamiento y hace necesaria una evaluación global, cuidadosa y sistemática de la persona mayor, dice el fundador y director general del Instituto Nacional de Geriatría, Luis Gutiérrez Robledo.
De acuerdo con el panorama médico del envejecimiento de los mexicanos hecho por el Instituto Nacional de Geriatría, los adultos mayores del país padecen con frecuencia obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, comienza a convertirse en un tema de gran importancia la enfermedad cerebro vascular.
En el Distrito Federal radica el porcentaje más alto de los adultos mayores del país: viven casi 1 millón 100 mil personas que rebasan los 60 años de edad, mismos que en 10% son afectados por la depresión, registrándose un porcentaje mayor entre las mujeres, afirma el coordinador de Geriatría del Instituto para los Adultos Mayores en el Distrito Federal, Pedro Eduardo Valdés Corchado.
Durante un año este destacado geriatra y su equipo de colaboradores que atienden al grupo más amplio de ancianos que hay en el país, realizaron un estudio en el que detectaron las siguientes enfermedades como las más frecuentes:
Hipertensión arterial, diabetes mellitus, neoplasia que desemboca en tumores benignos y malignos, insuficiencia respiratoria crónica, neumonía, insuficiencia renal crónica, hepatopatías (hepatitis), trastornos vasculares, insuficiencia cardiaca, eventos vasculares cerebrales, infarto agudo de miocardio, hemorragia de tubo digestivo y enfermedades gastrointestinales.
La Tía al igual que sus pares de la Ciudad de México padece varias enfermedades, pero paralelamente el padecimiento económico la carcome. Por ello, en alguna ocasión intentó tramitar su pensión en el Seguro Social, fue a la clínica número 75 del IMSS, pero cuenta que ahí le dijeron que aún le faltaban 48 semanas por cotizar.
La viejita suspira y abre muy grandes los ojos, cuestionando: “¿Quién me va a dar trabajo en estas condiciones? ¡Imagínese! Toda una vida trabajando ¿Para qué? ¿Usted cree que eso está bien?”.
FALTA CULTURA DE PREVISIÓN
El problema de la Tía está relacionado con las prácticas de algunos patrones quienes declaran salarios muy por debajo de los reales o de plano evaden su responsabilidad ante el IMSS, y muchas veces sin que el trabajador esté enterado.
Otra causa muy evidente en la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (CONSAR) es que muchísima gente cotizó ante el IMSS durante años, pero ya no regresó al empleo formal y eso le impidió alcanzar la jubilación.
Desde luego, en el país existen historias de éxito de hombres y mujeres que han llegado a viejos sanos y con un ingreso o un patrimonio suficiente para vivir con dignidad su vejez. Sin embargo, son la excepción.
Con 34 años de experiencia en servicios de planes de pensiones, José Luis Salas Lizaur, sostiene que el gran problema de México es la falta de una cultura de la previsión, lo cual ha hecho necesario el establecimiento de esquemas gubernamentales que a la postre han resultado insuficientes.
Dice que México, a diferencia de los países europeos y sudamericanos, donde las aportaciones salariales para las pensiones son de entre 20 y 13% respectivamente, contribuye apenas con 8% cuando debería hacerlo al doble, de ahí que tengamos pensiones menores a las de países como Brasil y Chile.
Explica con números que en nuestro país aportamos lo equivalente a 20 días de salario al año mismos que multiplicados por 30 años de labores genera un ahorro de 600 días de salario, lo que es igual a menos de dos años de ahorro para vivir 20 años de jubilado. Esto, precisa, sin considerar la pérdida del valor adquisitivo durante tantos años.
Evidentemente, insiste, aquí nadie está haciendo su chamba: “Uno como trabajador no contribuye con el porcentaje necesario porque no le informan, y ni las empresas ni los gobiernos crean la conciencia necesaria para hacer las aportaciones salariales de al menos 16% para las pensiones”.
La Tía como millones de mujeres de su generación estudió la primaria y en seguida la casaron, por ello durante años dedicó su vida a los hijos, al marido y al hogar. Y cuando su matrimonio se desintegró tuvo que salir a trabajar para mantener a los vástagos.
Ingresó a Conservas Iberia, allá por la carretera de Los Reyes La Paz, en el Estado de México. Luego a la joyería Napier, que estaba en la Colonia Doctores de la Ciudad de México y, por último, durante más de 13 años laboró en la Editorial Álbumes Fotográficos.
La empresa tenía más de 200 empleados. Estaba en la calle de Avena número 113, y ella laboraba en el área de Producción. Pero un día de 2001 a su patrón lo secuestraron y luego lo mataron. “Así perdí a mi jefe y a mi trabajo. Y no pude ya volver a emplearme”.
Son las 9 de la noche en la estación del Metro Polanco, y mientras afuera las glamourosas tiendas de marcas exclusivas cierran sus puertas y los antros de lujo dan la bienvenida a su selectiva clientela, la anciana inicia el viaje de regreso hacia su hogar; pobre y enferma, como hay y habrá millones en este país y que ante esa realidad presente evitan la mirada de La Tía y se distraen en sus dispositivos móviles.
No es que no les interese ni tampoco que sientan vergüenza sino más bien les da temor, porque como bien dice don José Luis Salas Lizaur: “No hay peor momento para la pobreza que la vejez”.