LIBRES DE VIOLENCIA

Raquel Álvarez Charqueño

Estamos en el día donde se inundan las calles de morado y verde. Hoy las mujeres nos reunimos en muchos espacios para exigir una realidad distinta. Sin perder la esperanza, como cada año tomamos el espacio público para exigir a quien le corresponda haga lo que le toca para garantizar nuestros derechos y atienda de manera urgente una de nuestras principales demandas: que podamos vivir una vida libre de violencia. El fenómeno de la violencia nos duele y nos lleva diariamente a la muerte. Por eso, creo importante seguir colocando la apuesta feminista para construir espacios seguros y libres de violencia. Una propuesta que no sólo beneficia a las mujeres sino a todos y todes. Analicemos la violencia desde la perspectiva feminista tomando un ejemplo muy cercano que presenciamos en días anteriores: los hechos acontecidos en un estadio de futbol, donde los hombres reaccionaron de una forma tan indolente y cruel, donde frente a los ojos de los otros “demostraron” su poderío y potencia. Ante esta óptica es necesario pensar que hay un mandato masculino dado históricamente en el que, como vimos en este caso, al seguirlo, los hombres tienen que demostrar su valor públicamente cueste lo que cueste. Teniéndose que despojar de sus sentires al posicionarse de “sangre fría”. En Querétaro tomaron los cuerpos de otras personas al grado de desnudarlos para despojarlos de toda dignidad que quedara. Se sintieron triunfantes fuera de la cancha. Bajo este esquema se conduce la violencia machista. Tiene que ver con la rivalidad y la competencia. Desde esta perspectiva feminista, este esquema masculino debe de ser cuestionado políticamente, buscando nuevas formas de convivencia. Es claro que este esquema masculino les afecta a los hombres quienes deben de sostener durante toda su vida buscar la aprobación de los demás. De manera desproporcional este esquema afecta a las niñas, adolescentes y mujeres. No sólo lo sabemos por las cifras que nos dicen que al día mueren 11 mujeres por razón de género, sino también porque las mujeres, como yo, lo hemos vivido alguna vez, o muchas veces en nuestra vida y porque en mi caso, he escuchado muchos otros relatos. Se nos coloca en el lugar de inferioridad, donde se nos toma para reafirmar ese mismo poder. Como abogada he escuchado decenas de historias de niñas, niños, adolescentes y mujeres que sufren violencia de género, quienes difícilmente a la primera se dan cuenta de que lo que se trata no es normal, a quienes en un primer momento siempre aconsejo tener una red de apoyo, tal como me lo aconsejaron sabiamente otras mujeres. La violencia que vivimos se da por nuestras características, por castigo, por no seguir los mandatos que históricamente se nos impusieron, como el no quedarnos en casa a hacer trabajos de cuidado, porque no atendemos a nuestra pareja como ésta quisiera o porque hemos optado por tomar nuestras propias decisiones. He escuchado a mujeres preguntarme si aún su ex pareja puede seguirlas a donde quiera que vayan; preguntarse qué hicieron mal para que las tocaran o acosaran; aceptar quedarse en un hogar violento a costa de que no les quiten a sus hijos; y, a niñas contar cómo sucedió el feminicidio de su madre por parte de su padre. Todo tiene que ver con esa demostración del poder.

Los hechos del fin de semana que tomé como ejemplo y recordar a todas las mujeres que he escuchado hablar sobre sus experiencias -incluyéndome-, es lo que me motivó a escribir en torno a esta exigencia. Para cambiar el contexto violento y crear entornos pacíficos es necesario que busquemos una transformación en los términos y condiciones del poder mismo, abandonar los esquemas que insisten en demostrar la potencia frente a otros. Mientras no lo hagamos, difícilmente podremos vivir esa realidad distinta que buscamos cada 8 de marzo. Confío en que algún día sucederá lo que vengo creyendo desde hace años: que se moverán las estructuras y que a nuestras hijas, sobrinas y nietas les alcanzará a vivir libres de violencia.

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