Los tres protagonistas de estas historias tienen una cosa en común: son padres y madres de familia que, enfrascados en cruentas batallas legales con sus ex parejas, no pueden acceder a la custodia compartida de sus hijos.
“Yo le pago mordida a mi ex mujer”.
Ante el gesto atónito del reportero, el hombre, alto, delgado, de unos 35 años, y vestido con un traje oscuro, encoge los hombros y dibuja una sonrisa nerviosa que le arruga los labios.
Ladea la cabeza a uno y otro lado del largo y estrecho pasillo, se toca la fina barba que le sombrea la comisura de la boca y la barbilla, y en un prolongado silencio sordo se abotona el segundo botón del saco, para introducir a continuación ambas manos en los bolsillos del pantalón.
“Por iniciativa propia terminé haciéndome responsable de mi hijo de siete años –comienza a narrar con la condición de mantener en el anonimato su identidad-. Sin embargo, cada vez que he intentado tener la custodia compartida del niño, recibo la amenaza de mi ex pareja de quitármelo”.
“Es decir –se mueve algo incómodo-, mi ex mujer tiene la custodia legal pero el niño vive conmigo, por lo que yo tengo que pagarle el 20 por ciento de mi sueldo para que me deje tenerlo en mi casa. Es triste, pero es así –traga saliva con disimulo-. Tengo que pagarle mordida a la madre de mi hijo. Y en cuanto no le pago ese dinero, que no es una pensión para el niño sino para el uso que ella le quiera dar, me lo quita”.
“Cualquier cosa legal que yo intente para obtener la custodia, mi ex mujer me amenaza con que el niño va a pagar las consecuencias”
-¿No ha intentado acudir a las autoridades? –se le cuestiona-.
El hombre niega con la cabeza.
-No, no, no… -repite en voz baja mirando el suelo-. Cualquier cosa legal que yo intente para obtener la custodia, mi ex mujer me amenaza con que el niño va a pagar las consecuencias. ¿Y qué puedo hacer? –saca la mano derecha del bolsillo y muestra la palma abierta-. Ella tiene la custodia y la ley la apoya totalmente.
Tras la última respuesta, el hombre se acomoda el saco, se ajusta el cinto que le sujeta el pantalón, y esboza con desgana una mueca en la boca.
-Mira, yo he llegado golpeado a ministerios públicos –se arranca-, porque mi ex esposa era golpeadora, y ningún juez levantó un acta. Recorrí ministerios públicos en toda la delegación Cuauhtémoc, y nada. Absolutamente nada. Es más, ¡se reían en mi cara! –Suelta una carcajada-. Sin embargo, prueba tú ahora a empujar a una mujer –chasquea los dedos- y automáticamente ya estás en el bote.
-¿Durante el matrimonio, alguna vez imaginó que su ex pareja le pidiera dinero para poder tener a su hijo?
El hombre encoge los hombros y fija la mirada en ninguna parte.
–Híjole, la verdad es que nunca nos acabamos de conocer. Sé que yo no fui un santo dentro ni fuera del matrimonio. Pero lo que no se vale –recupera el tono duro, severo-, lo que no se vale es jugar así con el niño. A mí no me duele pagarle ese dinero a mi ex, lo que me duele es el desamparo legal en el que nos encontramos los hombres que queremos hacernos responsables de nuestros hijos.
-¿Su hijo es consciente del enfrentamiento que mantiene con su madre? –Insiste el periodista-.
-No, no –niega ahora con la mano-. No quiero que se entere. Él ve a su madre un día a la semana y quiero que esté bien con ella, porque yo también soy hijo de familia divorciada y sé lo que se sufre como hijo. Ya él juzgará después, cuando sea mayor.
Después de la última contestación, el hombre comienza a caminar lentamente por el pasillo angosto que da a la salida del recinto donde hace unos minutos tuvo lugar una rueda de prensa en la que padres de familia divorciados piden un trato igualitario ante la ley para obtener la custodia compartida de los menores.
-¿Después de todo… odia a su mujer?
El hombre medita la respuesta.
Sigue caminando con ambas manos metidas en los bolsillos, dando pequeñas zancadas que dejan tras de sí un clack, clack, que se mezcla con las débiles notas que fluyen de un invisible hilo musical, y se confiesa.
-En un principio sientes mucho rencor. El primer impulso es querer ir a chingarte a esa persona que te está haciendo daño. Pero luego ves que es un error –admite algo más relajado-. Y además, no puedo odiarla. Porque cuando veo a mi hijo, inevitablemente veo a una parte de mi ex mujer en su rostro. Y el amor por él –saca ambas manos de los bolsillos, como si intentara explicar ese sentimiento con el cuerpo-, el amor por mi hijo es mayor que el resentimiento hacia ella”.
“No me duele pagarle una mordida a mi ex, lo que me duele es el desamparo legal en el que nos encontramos los hombres que queremos hacernos responsables de nuestros hijos”
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Javier García y su ex mujer forman parte de las estadísticas del Tribunal Superior de Justicia que aseguran que, entre divorcios legales y separaciones de hecho, hasta 400 mil parejas en México rompen su relación al año, de las cuales un 30% llevan la separación a una cruenta y larga guerra legal.
“Cuando hace cuatro años recibí la demanda de divorcio, me afectó profundamente –comenta el diseñador gráfico de 48 años de edad,-. Pero creo que lo que más me pegó fue que, junto con la demanda de divorcio, su madre se llevó a mis hijos a vivir con unos tíos. Así que, para serte sincero, como hombre y como padre estaba totalmente devastado”.
Al principio de la separación, cuenta con un ritmo de plática pausado y con los ojos muy abiertos tras unos lentes diáfanos de montura prácticamente invisible, pudo seguir viendo a su hija y a su hijo con normalidad.
“Pero después… -prolonga varios segundos los puntos suspensivos-, después creo que alguien le estuvo calentando la cabeza a mi ex mujer con abogados, familia, y demás, hasta formar un monstruo del papá, para alejarlos de mí. Y poco a poco lo lograron.Lograron alejarlos hasta romper completamente el vínculo. Primero comenzó a pasar un día sin ninguna llamada –su tono de voz se va arrugando-, luego dos, tres, una semana, un mes… Hasta que ya llevo medio año sin hablar con mi hijo, y más de tres años y medio sin saber de mi hija”.
En el Distrito Federal la Justicia otorga la custodia de los hijos a la madre en un 90% de los casos
A continuación, García, que hace unos minutos estuvo presente en la rueda de prensa que la Asociación de Padres de Familia Separados (AMPFS) llevó a cabo en el marco de la celebración del Día del Padre, para exigir una reforma en las leyes que dé un trato igualitario a los hombres que son padres separados, comenta que en su primera sentencia el juez determinó que la custodia de los hijos fuera compartida.
“Pero la señora nunca la respetó”, abre los ojos y mira ligeramente por encima de los lentes. Así que fueron de nuevo ante los tribunales. La segunda sentencia fue un regimen de visitas, “que ella tampoco respetó”. “Así que podemos poner mil leyes –llega a la conclusión-, pero si luego la Justicia no tiene la voluntad de hacerlas respetar… las cosas nunca van a cambiar”.
-Las estadísticas del Tribunal Superior de Justicia –le plantea el periodista- aseguran que, en el DF, la custodia es otorgada a la madre en un aplastante 90 por ciento de los casos. ¿Es imposible para un hombre separado o divorciado conseguir la custodia compartida de sus hijos?
Javier cruza de nuevo los brazos.
-Creo que sí hay forma de hacerlo, pero es cierto que a los hombres, por condición de género, se nos dificulta mucho más. Por ejemplo, una mujer que llega a un juzgado y dice que el hombre fue violento con ella, se la cree inmediatamente. Y en cambio si un hombre, como fue mi caso, va al DIF, al hospital psiquiátrico infantil, y a los juzgados, y les dice que la mujer es violenta e influye psicológicamente en mis hijos, lo que te dicen es “pruébalo”.
La alienación parental es una forma de maltrato infantil que se presenta generalmente en divorcios contenciosos y dependiendo de su nivel de malignidad, el daño de la alienación en el menor será más manifiesto, ya que se ejerce sobre el infante una fuerza psíquica en contra de su voluntad
-¿Qué se puede hacer entonces para conseguir esa custodia compartida? –insiste el reportero-.
-Sí se puede conseguir, aunque ello implica un gasto económico importante y, sobre todo, un desgaste moral, y aceptar que, inevitablemente, los hijos quedan en medio de todo el tiradero de platos.
Luego de terminar de pronunciar esa expresión, “tiradero de platos”, a Javier se le va emborronando la mirada.
-¿Recuerda cuándo fue la última vez que habló con sus hijos?
-Sí, sí lo recuerdo –afirma-. Pero tocas fibras sensibles –respira hondo-. Lo último que hablé con mi hija fue el reclamo de que no quería que la volviera a buscar. Y lo último que hablé con mi hijo, fue verlo con los ojos llenos de lágrimas, con las manos temblorosas, diciéndome: ‘papá, me voy a ir con mi mamá’.
Toma de nuevo aire y continúa hablando.
-Que tus hijos te digan eso… Es duro como no tienes ni dea. Pero todo es fruto de que los alienaron, los pusieron en contra mía. Mi hija me reclama como si fuera mi esposa. Es decir, me reclama cosas de chantajes, manipulaciones… cosas que una niña de 11 años no puede conocer a esa edad.
-¿Y qué piensa hacer para recuperarlos? –pregunta por última vez el periodista-.
-Recuperarlos está muy difícil, no soy tan optimista –se ajusta los lentes sobre la nariz-. Pero voy a seguir luchando, acabo de encontrar en la Asociación de Padres de Familia Separados a mucha gente en una situación parecida a la mía, y me he dado cuenta de que lo más valioso en estos casos es la información, la sensibilización, el trabajar con uno mismo para encontrar la forma de acercarme a mis hijos. Sé que no puedo hacer más -se apoya en otra pausa prolongada-. No puedo obligarlos a quererme –concluye-, pero lo que sí puedo hacer es estar a su lado cuando me necesiten”.
“Que tus hijos te digan que no te quieren es muy duro; su madre los puso en contra mía”
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La voz de Ruth Villegas Medellín suena metálica al otro lado del hilo telefónico.
“Que te quiten a tus hijos es algo que te paraliza la vida –comienza a narrar, a pesar de que las persistentes interferencias le ensucian las palabras-. No hay vida para mí desde que mi marido se los llevó…
La mujer, nacida en Veracruz pero afincada en Cuernavaca, habla desde Chicago. Allí, cuenta tras desistir de usar la aplicación de llamadas gratuitas Viber, está a la espera de que en unos días un juez revise su caso, y determine si sigue reteniendo al padre de sus hijos, o si por el contrario lo deja circular libremente por el país ante la falta de pruebas.
Su ex marido, cuenta Ruth ahora con una voz nítida en un intento por reordenar todas las ideas y comenzar a describir su caso desde el origen, es Carlos Martínez Duncker Ramírez; un experto en medicina nuclear molecular reconocido a escala internacional, sobre quien pesa una orden de aprehensión por la Procuraduría General de Justicia del DF (PGJDF) por su presunta responsabilidad en el delito de fraude procesal, y quien es también buscado por la PGR, por el presunto delito de tráfico de menores.
“Fui a la Procuraduría de Morelos para denunciar que mi marido se llevó a mis hijos. Pero la primera respuesta que me dio la autoridad es que era viernes en la noche… ¡Y que no había patrullas disponibles!”
“Tras ser víctima de violencia física debido al alcoholismo de mi esposo, intenté abandonar el domicilio conyugal, llevando conmigo a mis dos hijos menores de edad para salvaguardar nuestra integridad física –cuenta la veracruzana-. Pero afuera de mi domicilio, el hermano de mi esposo estaba esperando. Él bajó del auto a mis niños y los metió de nuevo a mi casa, cuyas puertas cerró con ayuda de un abogado, mi marido, y dos elementos de seguridad privada que había contratado… Una vez que estuvieron dentro, me impidieron con amenazas de muerte entrar a por ellos”.
Inmediatamente después, la mujer asegura que se trasladó a la Procuraduría General de Justicia del Estado de Morelos, en Cuernavaca, para levantar una denuncia. “Pero la primera respuesta que me dio la autoridad –alza la voz- es que es viernes en la noche, ¡y que no hay patrullas disponibles!”.
Pero lo peor, dice lacónica, lo peor aún estaba lejos de comenzar.
“Me dijeron que fuera al siguiente lunes, y cuando me presento nuevamente para poner la denuncia, la jueza trata de pedir la reposición de los niños en el domicilio. Sin embargo, revisando la documentación, me dice que no puede hacer nada porque no tengo ningún derecho sobre los niños”.
Ante el impacto de la noticia, la veracruzana señala que buscó una explicación a lo sucedido.
“Es en ese momento cuando me entero que, a pesar de que los niños vivían conmigo, hacía ya un año que no tenía ningún derecho sobre ellos. ¡Un año! –exclama-. Es decir, yo estuve divorciada y sin la patria potestad de los niños desde hacía un año sin yo saberlo. Mi marido había llevado todo el procedimiento a mis espaldas”.
-Pero, ¿cómo pudo su marido obtener un divorcio legalmente y la custodia de sus hijos sin usted darse cuenta? –se le cuestiona-
-Porque la autoridad se vendió –zanja de inmediato-. El juez otorgó validez a un juicio donde las firmas están fuera de contexto y de fecha. O sea –incide-, todo fue hecho para darle a mi ex marido la patria potestad. Y tengo las pruebas de cómo el juez, de la manera más arbitraria, dañó a mis hijos de manera irremediable. Además -el ritmo de plática de la veracruza se torna vertiginoso por momentos-, la Procuraduría ya ha expedido por tercera vez una orden de aprehensión contra mi esposo, pero el juez, por tapar a los otros tres jueces involucrados, no ha querido darme la potestad, aún sabiendo que mis hijos están en peligro, porque fueron escondidos y cruzados a Estados Unidos de manera ilegal”.
-¿Cómo los localizó?
-Los encontré por mis propios medios, aunque quien me dio la ubicación fue un familiar de mi marido que, al ver cómo estaban los niños, creo que le dio remordimiento de conciencia y me dijo ‘tienes que ir rápido a Chicago, porque se los va a volver a llevar’.
-Es terrible –añade tras un instante buscando las palabras adecuadas-, es terribe que tú, como mexicana, tengas que ir a pedirle a un juez estadounidense que te haga justicia, porque luego de estar yo un año y tres meses buscando a mis niños, en mi país nadie, ni PGR, ni PGJ, ni los tribunales, ni absolutamente nadie, los ha protegido.
“Yo estuve divorciada y sin la patria potestad de mis niños desde hacía un año sin yo saberlo. Mi marido había llevado todo el procedimiento a mis espaldas”
-Una vez que los encontró, ¿cómo les explicó lo sucedido?
Un silencio metálico, sucio, invade de nuevo el auricular.
-Estaban escondidos en un colegio –retoma la conversación-. Y cuando fui a la policía de Chicago y me dijeron que sí podía ir a visitarlos, porque no tengo ninguna ordena de alejamiento, la directora del centro me recibió y me dijo: ‘señora, el niño me acaba de decir que qué hace usted aquí, si usted los abandonó…
Después de los puntos suspensivos, Ruth se interrumpe de nuevo para recobrar el aliento.
-Cuando los encontré… ellos ya estaban alienados por el padre, no me querían ni tocar. Él les dijo que yo fui quien los abandonó, que no tenía ningún interés en ellos, y además les metió en la cabeza que los maltrataba. Y que tengas a tu hijo delante de ti y te diga que no te quiere, porque tú lo has abandonado –la mujer ahoga las lágrimas- no hay palabras para describirlo.
“Cuando encontré a mis hijos ellos ya estaban alienados por el padre, no me querían ni tocar. Él les dijo que yo fui quien los abandonó, que no tenía ningún interés en ellos”
Ya han pasado más de 20 minutos desde que inciara la plática, y con las últimas fuerzas Ruth insiste en que toda su suerte y la de sus niños está puesta en que la PGR le haga llegar “algún papel” para poder explicarle al juez, en un tribunal de Chicago, que hay un proceso abierto en México contra Carlos Martínez Duncker. Sin embargo, lamenta, a unas horas de la audiencia, nadie de la Procuraduría se ha puesto en contacto con ella.
“Si las autoridades mexicanas no se pronuncian, el juez no va a poder retener por más tiempo a mis hijos en Chicago. Y mi marido podría irse en cualquier momento y llevárselos de nuevo”.
Las lágrimas se hacen inevitables.
“Pero a la justicia mexicana no le importa, porque después de tantas denuncias yo sigo aquí, peleando por mis hijos en una corte de Estados Unidos. La corrupción en México es increíble –dice entre sollozos-. Es increíble… -repite con un ténue hilo de voz-. Es increíble”.