Confiar en los valores de la gente para garantizar la seguridad de un pueblo es una aventura demasiado arriesgada. Si algo he aprendido en las últimas semanas es que los sistemas tienen que ser tan robustos que funcionen a pesar de la gente que los opera.
Empecemos por una reflexión: Los que nos cuidan no son la policía ni las instituciones. Eso es un mito. Imagina que tuviéramos en una explanada a 300 personas, niños, jóvenes, adultos, amas de casa, etc. y de pronto uno de ellos quisiera cometer un ilícito como robar una cartera o golpear a alguien. Tu eres el único encargado de evitarlo. ¿Crees que podrías hacerlo? ¿Para empezar, cómo podrías conocer las intenciones de un delincuente? ¿Cómo podrías estar presente en el momento oportuno para evitar que un delito se lleve a cabo? ¿Cómo saber quienes son buenos y quienes son malos? ¿Qué pasa si no es uno sino 10 los que al mismo tiempo cometen ilícitos? – Exactamente las mismas preguntas se hacen las instituciones involucradas en la lucha diaria contra el crimen.
La ONU recomienda tener un policía por cada 357 habitantes. En Finlandia hay uno por cada 654, en Alemania uno por cada 585, en Japón uno por cada 561 y en Suecia, uno por cada 551. Los índices delictivos de estas naciones son de los más bajos del mundo… ¿y en México? En nuestro país hay uno por cada 260, casi el doble de policías que en estos países. ¿Por qué no estamos más seguros entonces? Simple. Por que los que nos cuidan no son los policías ni las instituciones. Es imposible para una persona evitar el delito. La seguridad es una percepción en la cabeza de los ciudadanos de una región y son (1) las leyes, su pertinencia y correcta divulgación y (2) la contundencia en su cumplimiento las que crean la seguridad.
Para llegar a esta conclusión, hay 2 tesis que se entrelazan: (a) En una sociedad como la mexicana, una pena más alta tiene una menor probabilidad de ser cumplida y (b) Una sociedad con menos impunidad es una sociedad más segura. Explico.
Las personas en nuestro país cometen un delito entre muchas otras complejas razones por que saben que “no pasa nada” al cometerlo. En donde “si pasa” entonces el delito generalmente no se realiza. Me llama la atención que en el D.F. son ya muchos menos los que manejan ebrios después de una fiesta. El pedir un taxi que los lleve a su casa o designar un conductor que no tome se está haciendo cada vez más común. El programa del alcoholímetro capitalino es uno de los pocos honrosos sistemas que funcionan en el sistema de justicia de México. – Ni el secretario de gobernación te salva del alcoholímetro, me comentaba una persona trabajando dentro del sistema. – Se detiene a la persona el tiempo acordado y se paga la multa. La ley en este caso es para todos. Sea quien sea. Y la reducción de la incidencia es cuestión de probabilidades.
No es ni siquiera la probabilidad de descubrir el delito la que lo evita, la probabilidad importante para crear seguridad es la de que la pena se cumpla en caso de que el delito se descubra. La probabilidad de que si te agarran manejando ebrio en el D.F. te apliquen la ley es muy cercana al 100% es por eso que ha bajado considerablemente el nivel de personas que lo hacen. El aumento en el porcentaje de cumplimiento de una pena es la que hace que el delito disminuya, no tanto la severidad de la misma.
Incluso el subir las penas podría tener el efecto contrario. Cuando una persona tiene que pagar una pena económica muy alta, el acusado tienen mucho más incentivo para buscar evitarla a toda costa y es entonces que aumenta la cantidad a negociar entre el y el funcionario que aplica la pena (léase policía, ministerio público, juez, etc.).
En México el sueldo y nivel social de un policía normalmente es bajo. Al juntar por un lado un incentivo grande para no cumplir con una pena y por otro una gran necesidad económica, se dan las condiciones perfectas para una negociación particular, en la cual se llegue a un punto intermedio de negociación ganar – ganar. Si conviene mejor pagar una mordida, entonces se paga la mordida. Al infractor le conviene por que la pena sea mucho más grande. Al funcionario le conviene también por simple eliminación de opciones. Por la pena el no gana nada, solo enemigos. Por la mordida obtiene muchas veces su sueldo. La corrupción se convierte en el modus vivendi del sistema. La corrupción causa la impunidad, la impunidad causa inseguridad.
La conclusión es: No necesariamente una pena más alta reduce el delito, lo que hace que el delito disminuya es un aumento en la tasa de implementación de las penas, no en su severidad. La incidencia delictiva disminuye al desincentivar la conveniencia de hacer tratos particulares y preferir cumplir con las penas que la ley imponga a toda costa.
Ricardo Herrera.
Twitter: @galikacyc