Quiénes nos enseñaron a pensar y ser libres?

Marco Antonio García Briones.

“Los libros me enseñaron a pensar y el pensamiento me hizo libre” decía José Ricardo de León Aroztegui. Y resulta cierto, los libros son algunos de los instrumentos más valiosos de la cultura y la civilización. Pero hay una historia previa a la escritura plasmada en tablillas de arcilla o papel.

Atrae irresistiblemente imaginar aquella incierta circunstancia de nuestros antepasados, apenas diferentes en el reino animal; recién nacidas las primeras palabras y la articulación del lenguaje que les posibilitaba expresarse. Empezaron en las cuevas, alrededor de las hogueras, en las noches pletóricas de asechanzas –los rugidos de las fieras; las tormentas, con sus centellas, truenos y rayos-, a inventar historias y contarlas. Crucial fue aquél momento del destino de la humanidad. En esas reuniones de los primeros humanos, atentos a la voz y la fantasía del contador de historias, comenzó la civilización, el inicio del largo sendero que –poco a poco- nos humanizaría y nos conduciría a crear, a inventar el conocimiento, las ciencias y las artes, a normar nuestra conducta en sociedad, a idear la libertad, el derecho, a desentrañar los secretos de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y, finalmente, viajar hacia las estrellas.

Esta evolución ininterrumpida se hizo más rica cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron el rango que les otorga la literatura. Es así que los libros son capaces de crear magia. Taumaturgia que traduce las palabras que contienen los libros en imágenes, fantasías que enriquecen la vida, traspasando las barreras del tiempo y del espacio. Imaginación que nos permite viajar, con el capitán Nemo, veinte mil leguas de viaje submarino; naufragar con Sinbad y Robinson Crusoe; luchar con D’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la reina en los tiempos del sinuoso Richelieu; tomar Valencia cabalgando con el Cid y quedarnos para siempre en la isla de Calipso. Los libros convierten la vida en sueño y el sueño en vida, transforman lo natural en extraordinario, disipan el caos, eternizan el instante y tornan la muerte, muchas veces, en un nuevo comienzo.

Los buenos libros tienden puentes ahí donde algunos gustan de cavar abismos. Los buenos libros nos hacen sufrir, gozar o sorprendernos. Nos unen –de manera oculta- de las creencias, los idiomas, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Cali, Chiang-Mai o Buenos Aires. Cuando Julieta se traga el veneno, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Alá, Confucio, Cristo, Buda o es un agnóstico, vista saco y corbata, huaraches, kimono o bermudas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que levantan entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Para muchos de nosotros los libros son sinónimo de salvación. Leer, leer los buenos libros, refugiarnos en esos mundos donde vivir es exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podemos sentirnos libres y volvemos a ser felices. 

La fantasía, o palpitante realidad de los libros se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, plenos de anhelos y, por culpa de la imaginación, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Brujería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, los libros introducen en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a humanizarnos. Por eso, los tiranos en cualquier parte odian a los libros: porque emancipan y liberan. Por eso, hasta el día de hoy tantos escritores exiliados, perseguidos o muertos.

El próximo23 de abril es el día mundial del libro. Atrevámonos hoy a abrir un libro, el que sea. Al hacerlo abrevaremos en el alma de algún autor, en ese poder, el único poder definitivo que existe en el mundo: la inteligencia humana.

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