¿Tu ropa te ayuda a ligar?

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Dicen que el poder de la moda en materia de seducción es arrollador. Puede que así sea; sin embargo, hay ocasiones en las cuales la parafernalia fashion no está de nuestra parte en el delicado arte del flirteo. ¡Demonios! ¿Y ahora qué hago con toda esta ropa? La situación es la siguiente: estás por vivir tu gran noche. Tienes una cita con esa persona que conociste la semana pasada, y que promete arrancarte no sólo suspiros sino la vestimenta entera al término de la velada. Por tal motivo, te has pasado dos horas (o las que sean necesarias) produciéndote frente al espejo y el resultado no podría ser mejor: eres una Fashion Beast digna de admiración, y hasta la fragancia que acaricia tu yugular parece gritar: “Soy ciento por ciento irresistible”. Bueno, al menos eso es lo que tú percibes. ¿Qué ocurre después? Regresas a casa con toda tu linda ropita en su lugar, sin nadie que te acompañe durante lo que resta de la noche en ese frío trozo de metal que es tu cama. La que jurabas sería la cita de tu vida, tristemente se convirtió en todo menos en una promesa de acción romántica. ¿Tiene algo que ver la moda en todo esto? Para mí, adicto irredento de los trapos y todo aquello que se le vincule y parezca, es terrible aceptarlo pero debo hacerlo: cuando se trata de ligar (al menos en nuestro honorable país), la moda puede estorbar. ¡Ni modo, ya lo dije, qué fuerte! Seamos sinceros: muchas veces, si de conquistas románticas se trata, hay que ceñirse a esa máxima que dice “Menos es más”. Sí, pero menos moda, que es lo triste. Muy, pero muuuy atrás han quedado los días en los cuales los caballeros caían de rodillas ante el glamour imponente de Marlene Dietrich, las plumas de Lana Turner o el impacto visual de Joan Crawford. Hoy, unos jeans ajustados, una playera carente de toda gracia y un par de hórridos tacones de venta por catálogo constituyen, para desgracia de los diseñadores, un completo y eficaz uniforme erótico. ¡Ay, Dios mío, qué triste es nacer en la época equivocada! La “desglamurización” del ligue es algo trágico, sobre todo para quienes no somos un clon de Brad Pitt o de su señora, es decir, aquellas personas que no necesariamente hemos sido privilegiados por la madre naturaleza con un físico capaz de colapsar el tránsito. Sin embargo, hay que aprender a vivir con una realidad actual: la artillería pesada del glam es poco solicitada en las noches de cacería (ya sabes a lo que me refiero, querido lector). La gente, por alguna extraña razón que aún no he podido comprender del todo, desconfía de la tribu fashion cuando de ligar se trata, y lo he visto con mis propios ojos, además de haberlo sufrido en carne propia (y esto sí que suena a slogan de telenovela, ¿a poco no?). Pongamos un ejemplo que corrobore lo anterior: en un antro hay dos chicas igual de guapas. La primera, a quien desde este momento llamaremos Sujeto Fashion de Experimentación (SFE), está impecablemente ataviada con un vestido de influjo setentero y unos “Manolos” de vértigo. La segunda, a quien es necesario bautizar como Pesadilla de Anna Wintour (PAW), a duras penas se preocupó por disimular las manchas de grasa en sus baratos jeans, a juego con unos zapatos que inducen al llanto. Si tomamos en cuenta que, como ya se dijo, físicamente SFE y PAW son equiparables, y suponiendo que ninguna de las dos es una mojigata o una vampiresa consumada, resulta in-dig-nan-te que, al final de la noche, PAW se ligue al tipo más deslumbrante del antro, mientras que SFE tendrá que hacer de tripas corazón y ahogar sus penas en Moët. Es lo típico: el chavo más sexy y guapo siempre está acompañado de alguna especie arácnida que no sabe si Christian Dior es un platillo o un medicamento. ¿Espantamos, nos “sobreproducimos” o qué demonios ocurre? ¿Por qué parece existir una maldición sobre la raza fashion cuando la palabra seducción entra a escena? Quizá muy pocos consideramos a la moda como una herramienta erótica; tal vez el glamour como pócima de atracción sea sólo motivo de admiración entre editoras neuróticas y hombres gays. Probablemente, como me dice una amiga, es la Ley de Murphie: el día que te esmeras en tu arreglo no ocurre nada y, cuando ni siquiera te pasas un peine por la cabeza, una versión local de Leeny Kravitz te susurra al oído proposiciones indecorosas. ¿Ligar o no ligar?, esa es la cuestión. Obviamente, todos queremos ligar, pero sin renunciar a nuestras raíces fashion, que sería como renunciar al ADN. Así que, como dicen por ahí: más vale solo… ¡que mal vestido!   http://www.eluniversal.com.mx/articulos/77696.html]]>

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