'Sapeurs'. La tribu mejor vestida de África

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sapeur, el que abate, un término que data de la Edad Media y que es equivalente de pompier. Cabe mencionar que en ese país los bomberos son paradigma de virilidad y gallardía, una suerte de sex symbol en el inconsciente colectivo femenino. En el corazón de África, el músico congolés Papa Wemba tuvo hace más de 50 años siglo la idea de usar ese vocablo como acrónimo para bautizar lo que hoy es una de las corrientes más insólitas de la moda: la S.A.P.E., siglas de la Société des Ambianceurs et des Personnes Élégantes (Sociedad de Ambientadores y Personas Elegantes). En otras palabras, el dandismo resucitado donde nadie lo esperaba. ¿VÍCTIMAS DE LA MODA? La moda es uno de los fenómenos sociales que más impacto ha tenido en las últimas décadas. Su importancia responde al deseo de individualidad de los seres humanos. Un afán por distinguirse que puede llevar a las personas a perder toda noción de cordura y a entregarse ciegamente a los dictados de la moda. Este hecho colinda con la manía y se aleja del viejo precepto impulsor: las modas pasan, lo que perdura es el estilo. Es apegados a esta suerte de máxima esencial, que nacieron los sapeurs. No es un azar que haya sido en la República Democrática del Congo (antes Zaire) y en su vecina y casi homónima, República del Congo, donde surgió esta tribu de nuevos dandys. Ambos países, antiguas colonias belga y francesa respectivamente, tenían una gran influencia de la cultura Occidental, concretamente de París. (Kinshasa, la capital de la República Democrática, es con 9.5 millones la urbe con más francoparlantes del mundo). Tanto en Brazzaville, la capital del otro Congo, como en Kinshasa, o Kin, existe un gran número de adeptos a la parte práctica de la añeja filosofía del dandismo. La prenda básica es el traje de tres piezas hecho a la medida. Pero son los complementos o accesorios, los que en realidad distinguen a cada sapeur: pañuelo, corbata normal o de moño, sombrero, reloj antiguo, lentes personalizados, mancuernillas, fistoles, pisacorbatas, polainas, tirantes —nunca cinturón—, calcetines de contraste, zapatos hechos a mano, pipa o cigarrera, guantes, sombrilla… El atuendo de un sapeur, como podrá inferirse, implica una buena suma de francos centroafricanos y una dosis de buen gusto. En la República Democrática del Congo, un país con 68 millones de habitantes, 70 por ciento de los cuáles viven con menos de un dólar al día, no es raro que muchos de los adeptos a la “sapología”, tengan que pasar privaciones con el fin de satisfacer su deseo por vestirse como nadie lo hace en el continente negro. Cabe agregar que se trata en buena medida de gente con empleos ordinarios como taxistas, vendedores, obreros, con una sapiencia y una intuición para esa frivolidad que es el buen vestir. Son dos los orígenes de esta tendencia. En primer lugar, la inmigración lusitana que en la época de la esclavitud vestía a la aristocracia congolesa para que se distinguiera del pueblo. Entonces se trataba de un instrumento de distinción social y una herramienta de dominación política. Paradójicamente, hoy buena parte de los individuos que buscan convertirse en elegantes lo hacen para ser vistos y salir, efímeramente, de la miseria; lejos están de pertenecer a las élites. El otro origen proviene de los voluntarios que desde los años veinte se integraron a los ejércitos francés y belga. A su regreso al Congo trajeron la costumbre del traje occidental. El movimiento terminó por afianzarse a principios de los años noventa, cuando la guerra civil asolaba el país y los sapeurseran un sucedáneo de entretenimiento para la población agobiada. Verdaderos ambientadores, organizaban desfiles y presentaciones con sus vestuarios para distraer a la gente. Tanto en Kinshasa como en Brazzaville existen varios grupos que se reúnen para recrear no sólo una atmósfera —improbable y surrealista en el corazón de África— sino para lograr un verdadero cambio de personalidad en cada uno de estos individuos autodenominados “elegantes”. El testimonio de uno de ellos a este respecto no deja lugar a dudas del beneficio cuasi terapéutico que vestirse así puede conllevar: “Cuando me visto elegante, es como si tuviera el Espíritu Santo dentro de mí. Estoy a gusto, en paz, sin pecado alguno”. Bien decía Nietszche que la apariencia es la verdad. Y Wilde, progenitor de estos hombres que a 30 grados llevan el cuello ceñido por una corbata: la belleza importa más que la existencia; la belleza es la verdadera vida. NO LOGO Un aspecto noble de los sapeurs es su no predisposición por las grandes marcas de la moda. Si bien todos poseen al menos una prenda de diseñador, la mayoría de sus vestimentas son concebidas por ellos mismos, y luego mandadas a confeccionar —en ocasiones al extranjero—. Una tendencia reciente son los trajes hechos de papel, prendas desechables para una sola ocasión. Por otro lado, es verdad que la moda masculina es menos propensa al consumismo que la femenina y que el número de creadores para hombre es mucho menor también. Los zapatos, debido a su manufactura compleja, son una excepción. Marcas como John Lobb, Church’s, J.M. Weston, son las preferidas de los sapeurs. Las otras prendas no están casadas con ningún nombre famoso, las modas pasan en estas latitudes como temporales inofensivos que no dejan recuerdo. El más reciente arrebato, por ejemplo, se despertó en torno al creador japonés Yohji Yamamoto. En Kinshasa veían en sus colecciones el mismo espíritu de violencia y brutalidad que prevalece en esta ciudad. En Brazzaville, ciudad que clama ser la verdadera cuna del movimiento, los sapeurs se decantan en cambio por la moda clásica. El surgimiento de los sapeurs es visto en ambos países como un síntoma de paz y estabilidad. Solo en estas condiciones sociales es posible que un grupo de hombres dedique su tiempo libre y sus economías a algo tan bizantino como coordinar colores según criterios estéticos que rivalizan con los de un pintor. Verdaderos bohemios, muchos de ellos solventan su pasión con el trueque de prendas o bien cobrando pequeñas sumas por dejarse entrevistar o fotografiar por periodistas extranjeros. Oportunidades no faltan pues la sapología, como toda religión, está plagada de anécdotas e historias sobre sus mismos integrantes. La de Stervos Niarchos Ngashie, fundador oficial del movimiento en Kinshasa y de quien se decía que era como un príncipe, tuvo un final trágico, pues murió en una cárcel francesa en 1995, preso por un caso de drogas. El sueño de estos hombres que dedican buena parte de su tiempo a vestirse hasta resolver este trance de una forma lógica y estética, es poder ir a París. Muchos de los sapeurs de Brazzaville no solo lo han conseguido sino que residen en La Ciudad Luz y han logrado colonizar con sus vestimentas un sector de ella: el barrio de Château Rouge donde uno tiene la impresión de encontrarse en alguna ciudad africana. De igual modo, algunos de los sapeurs de Kinshasa se han establecido en Bruselas, cerrando así el complejo ciclo de la colonización.   http://www.milenio.com/]]>

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