Tormentas de mierda

Uncategorized

Astrolabio
Algo le está pasando a Twittter.

Zona libre de intercambio de información independiente que hace visible lo que los acuerdos económicos entre los medios y el gobierno censuran. El papel que cumple en regímenes autoritarios es vital para sacudir el anquilosamiento del statu quo y para provocar discusiones que en la dinámica de complicidades del poder serían imposibles. Todo, gracias a la posibilidad de contacto entre quienes deciden volverse habitantes de Twittterland.

Esto puede generar posibilidades tanto fabulosas como funestas, en el primer caso, el reencuentro, la comunicación constante, el diálogo franco, la crítica directa, el chacoteo desenfadado, el esgrima divertido, el acceso a personajes admirados, el debate conceptual y la rendición de cuentas de los gobernantes; pero también, en el segundo, la hoguera de las vanidades esquizofrénicas, el falsificado culteranismo vía Google, el ataque soez y cobarde, las prédicas de “moralidad” de testaferros impresentables, la impunidad popularizada de la intolerancia, el sicariato en 140 caracteres, en fin, la dictadura del insulto.

No es políticamente correcto decirlo, es verdad, pero la antidemocracia de nuestra cultura política también ha permeado a Twitter, y esa supuesta vanguardia del libre pensamiento, es hoy una extensión extrapolada de nuestros incubados resabios autoritarios. Era de los pocos espacios que permanecían alejados de la influencia o el control político de la “autoridad”, pero en la actualidad esa veta ya se encuentra copada por la necesidad manipuladora y censora del gobierno.

Invadida de trolls, jocosa denominación de cuentas anónimas manejadas en las oficinas de comunicación social de distintas instituciones públicas, utilizadas por esbirros con computadoras y servicios de internet que la ciudadanía paga con sus contribuciones, se encuentran dedicadas de tiempo completo a excretar bazofia en contra de aquellos que con nombre, rostro y apellido osan cuestionar a sus contratantes, y a lisonjear y retuitear la información oficial de sus pseudo logros.

Pero eso no es todo, con el pretexto de que son cuentas personales, funcionarios y servidores públicos (que en sus perfiles omiten esa “insignificante” condición) se dedican todo el día (incluyendo por supuesto su horario laboral) a replicar información partidista, presumir actividades de las instituciones públicas en las que cobran su salario, defender a sus patrones políticos y denostar a sus adversarios.

¿Cuál es la razón por la que un funcionario o servidor público omite que trabaja en alguna dependencia del gobierno estatal, federal o municipal? Por varias, al no hacerlo, evita que los ciudadanos le exijan cuentas sobre las irregularidades concretas de esas entidades. Tampoco lo dicen, porque todos comprenderían que sus opiniones están atravesadas por los intereses políticos del gobierno que les paga, y que ello les impide el ejercicio autónomo de pensar y cuestionar. No lo hacen en fin, porque podrían arriesgarse a que se les pida cuentas de sus actos. Para empezar, exigirles que se pronuncien sobre aquellos temas en los que guardan convenenciero silencio, y después, que digan a qué carajo se dedican además de saludar como maniáticos y presumir los privilegios de su posición política como si fuera un logro personal y no una prebenda que se paga con las aportaciones de todos.

Honorables y escrupulosos damas y caballeros que se indignan con los videos que exhiben la prepotencia de la clase política gobernante o los actos histéricos de su parentela, pero que no tienen reparo en usar violencia verbal o modosito silencio de acuerdo a filias y fobias personales y no sobre hechos y argumentos concretos.

La culpa de que esto pase es de todas y todos. Se ha permitido a los “farsantuitos” inundar de fango oficialista nuestros Time Lines y se ha envenenado la crítica: si alguien cae le cae mal a un tuitero por razones personales, se le cuestiona despiadadamente y se le insulta sin importar lo que diga y sin reparar en si tiene la educación de contestar, todo bajo el argumento de que es servidor público y tiene que aguantar los actos degradantes que se le ocurran al ciberfiscal. Pero a otro funcionario público que es conocido, compañero ocasional de juerga o que simplemente les cae bien, se le alaba por sistema y no se le cuestionan situaciones que serían obligatorias para la responsabilidad que desempeñan. Polémicas podridas de raíz, para muchos funcionarios resulta más rentable ni siquiera pensar en sacar una cuenta y dejar a los implacables tuiteros allá en su ínsula de solipsismo.

El anonimato que cuestiona aspectos públicos de la clase gobernante es incluso valioso, y se entiende que no se da a conocer datos personales por temor a represalias. Pero si ese encubrimiento sirve para alabar al gobierno, agredir miserablemente a los opositores a éste, o hacerle la segunda a burócratas gargantones, es francamente despreciable.

Twitter debe ser libre, sí, pero también democrático. Sólo así se preservará como el remanso de oxígeno que necesita nuestra vida pública, y no ese resumidero de odio, zalamería domesticada y escaparate de la hipocresía en la que quieren convertirlo algunos.

El fascinante mundo virtual que teníamos se está volviendo una flemática e interesada reproducción del predecible mundo real que tenemos.
Los chubascos de irreverencia inteligente se están volviendo tormentas de mierda.

Oswaldo Ríos.
Twitter: @OSWALDOR10S

Compartir ésta nota:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp